lunes, 31 de enero de 2011

Egipto

Resulta difícil no simpatizar con una revolución contra un régimen autocrático como el de Mubarak, por más que -como muchos otros donde la libertad está secuestrada por una élite corrupta- sea formalmente democrático.
El problema es que ni siquiera la mayoría de las veces revolución y libertad van de la mano. Ejemplos ha dado a docenas el siglo XX, algunos muy significados precisamente en el área de influencia del Islam. Lo singular de lo sucedido en Túnez, Egipto, quizá Yemen, Argelia, Libia o Marruecos es que el único movimiento social verdaderamente organizado es de corte islamista. No dudo de las crecenciales democráticas de El Baradei y del origen laico de las protestas, pero la pujanza del extremismo islamista en un país como Egipto, donde predominan los Hermanos Musulmanes (equivalente de Hamas) es muy superior a los valores liberales y democráticos de una burguesía casi inexistente.

La propia democracia encierra paradojas como lo ocurrido hace veinte años en Argelia, cuando el partido que gana las elecciones -el islamista FIS- tenía como primera medida abolir la democracia y la forma de preservar algunas libertades fue el golpe de estado y la adulteración  del representatividad democrática para protegerse de un partido decididamente antidemócrata. Otro caso singular es Turquía donde desde hace noventa años el ejército impide su conversión en república islámica y garantiza autoritariamente la democracia más o menos occidental.

Por detestables que resulten regímenes como el de Mubarak, el de Gaddafi, el de Ben Alí en Túnez, el de Mohamed VI en Marruecos y tantos otros, hasta ahora han disfrutado del pragmático apoyo de Occidente por considerarlos el mal menor, por mantener cierto control y por ejercer de freno contra movimientos terroristas. El carácter expansionista del islamismo radical, la imbricación en su seno del terrorismo más sangriento, deberían matizar cualquier entusiasmo sobre la ola revolucionaria que parece extenderse por el Magreb y los países árabes. No vaya a ser que, como en Irán, acabemos echando de menos al Sha.