sábado, 26 de febrero de 2011

La Red Social (Social Network)

Ahora que estoy más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, hay días que descubro que me estoy haciendo viejo. Hará un par de meses que vi La Red Social y no me dejó mucha más huella que la de una película entretenida y correctamente dirigida por un tipo (David Fincher) del que quizá esperaba algo más. Algo después me sorprende su consideración de favorita para los Oscar de este año, loas interminables y sacrílegas comparaciones con El Padrino de Francis Ford Coppola. Cielos. ¿Qué demonios no vi?  ¿Qué prodigiosa quintaesencia  se me pasó completamente desapercibida? ¿Cuánto ha aumentado mi presbicia desde la última revisión oftalmológica?
Revisándola por encima, tengo que admitir que el montaje de imágenes es tan bueno como original y moderno y no demasiado agresivo. Aunque Fincher proviene del mundo de la publicidad es de agradecer que no ruede un anuncio de dos horas (como esas películas de Bourne, que me dejan agotado de intentar seguir la frenética sucesión de planos y dispuesto a confesar que maté a Kennedy). No en vano ha firmado obras excelentes y de regusto clásico como Seven, The Game o El Curioso caso de Benjamin Button, que en mi opinión mereció mayor reconocimiento. La dirección en general es impecable y el guión lo mejor que puede ser.
Lo que falla es la historia que, a mi juicio, carece de valores cinematográficos, o los pocos que apunta están bastante trillados (niñato asocial con éxito, robo de ideas, amistad traicionada, contienda judicial). El interés del asunto es ajeno al arte. Facebook es un fenómeno social de moda y Zuckerberg un jovencísimo millonario en el candelero. La misma trama con personaje y empresa de hace veinte años llevaría a poca gente al cine. Sin embargo aquí el factor morbo es incuestionable, pero suele ser un factor perecedero a corto plazo. Si nos quedamos con lo intrínseco tenemos una historia floja espléndidamente realizada. Es algo así como encargarle a Pininfarina la carrocería de un carrito de golf, la tapicería a Louis Vuiton y los neumáticos a Manolo Blahnik. Sería un carrito de golf espectacular, pero no se convertiría en un coche.
Por otra parte las biografías de vivos tienen riesgos evidentes. Imaginemos que hace cuatro años alguien hubiera llevado al cine "Madoff, el príncipe de Wall Street ". Sin duda se habría perdido un perfecto final dramático. Pero qué se puede decir contra las prisas imprudentes de la vorágine mediática cuando hasta Justin Bieber publica sus memorias.
En fin, puede que pese a lo dicho, La Red Social triunfe pasado mañana con oscars a guión, montaje, director y hasta a la mejor película. Y valores no le faltan. Lo que no creo es que tarde mucho más de unos meses en olvidarla.

domingo, 20 de febrero de 2011

Cisne negro (Black swan)

No resulta fácil para mucha gente distinguir el lenguaje cinematográfico del literario. A menudo, sobre la misma historia, la prosa visual de una película es mucho más elegante que la del libro de referencia. Otras veces, especialmente en la adaptación de obras consagradas, es difícil traducir su excelencia a imágenes y no falta quien sale del cine diciendo que le gustó más el libro. Y aunque sean lenguajes tan distintos entre sí como el de signos y la música hay paralelismos que resultan obvios: como el ensayo y el cine documental o el teatro y la novela en la gran mayoría de películas de ficción. Cisne negro es al cine lo que la poesía a la literatura. Darren Aronofsky elige brillante y valientemente la poesía visual como lenguaje narrativo y el resultado es de una sobrecogedora belleza. Sobre el ballet de El lago de los cisnes construye su propio ballet de exquisita escenografía y vibrante ritmo, que domina sobre una historia de obsesión y desdoblamiento. Si la magia de la ópera y la belleza de una voz pueden convertir a una señora gorda en la sensual Carmen o la deseada Violeta y emocionar hasta la lágrima, qué no hace la poderosa estilización visual de Aronofsky sobre la propia hermosura de Natalie Portman y su conmovedora interpretación. Una especie de Jekyll y Hide, donde el realismo va cediendo ante la esquizofrenia, matizado por un código de colores, del blanco y el rosa al negro, hacia un climax final sin otras concesiones que las estéticas. Muy coherente con el eje narrativo de la obsesión por la perfección.
No creo que la sublime música de Tchaikovsky consiga el Oscar, pero apoya,  además de a la dirección, a una fotografía de profunda belleza y a un montaje de esas imágenes que confiere el ritmo perfecto al desarrollo del film. Aunque el premio en esas dos últimas categorías está caro este año.
No soy un gran amante del ballet, pero películas como Las zapatillas rojas (su ineludible referente de 1948) y Cisne Negro, hacen que tenga ganas de serlo.

lunes, 14 de febrero de 2011

Valor de Ley (True grit)

Hacen falta verdaderas agallas (true grit) para atreverse con una historia donde ya existe, si no una obra maestra, como poco una espléndida película de Henry Hattaway. Nada menos. Pero si hay dos cineastas con auténtico coraje y acostumbrados a salir triunfantes de la boca del lobo, son los hermanos Coen. No se tata propiamente de un remake, sino de una nueva adaptación de la novela de Charles Portis, pero la vinculación al film de 1969, las concomitancias entre ambas y las comparativas son inevitables. En parte porque ni los propios Coen lo rehuyen: El protagonista de la novela no es tuerto y el parche que usa Jeff Bridges es idéntico al de John Wayne. Algunas escenas comparten incluso los mismos planteamientos que la versión antigua. Pero no parece importar a los directores ni acercarse en exceso ni separarse de su predecesora. Quizá porque la intención es otra, llevar la historia hacia su personal universo estético y narrativo. Aun así, por una vez parece que no pretenden dinamitar un género. Ya se adivinaba su mano para el western en No es país para viejos. Y los que amamos el cine de los Coen estábamos deseando que se atrevieran de una vez con una película del Oeste. El resultado es sorprendentemente clásico sin perder en absoluto su personalidad. Tiene mucho de El Gran Lebowsky el desalmado alguacil que interpreta colosalmente Jeff Bridges, algo de Fargo la tenacidad del personaje de la niña - una impresionante Hailee Steinfield- y mucho del catálogo de la América profunda y pueblerina de O Brother la paleta candidez del recto ranger de Texas -un Matt Damon menor- o los villanos que no dejan de tener algún matiz entrañable. Y todo ello lo ponen al servicio de una historia épica y lo consiguen de largo gracias a un brillante juego de luces. Mientras en la versión de Hattaway la acción transcurre a la luz del día, los Coen apuestan decididamente por una noche que perfila siluetas tenebrosas. El recurso al claroscuro, a una estética sombría, acentúan la profundidad dramática de los personajes y acaba predominando sobre sus más iluminados matices cómicos (los monólogos de Bridges son marca de la casa), intercalado todo ello con un paisaje de bellísimos encuadres y planos de verdadero lirismo. Sorprenden con un final nada amable, pero coherente con la estructura narrativa de flashback del comienzo que, de paso, ahorra metraje innecesario. Toda esta maestría propia de los hermanos de Minneapolis, se ve acompañada de una soberbia fotografía y una banda sonora que encaja perfectamente en el conjunto y que apuntan serias candidaturas a premios de la Academia.
Si ésta fuera la primera realización de Valor de Ley, sin duda sería incontestablemente calificada como obra maestra. Para disfrutarla más, casi aconsejo no ver antes la versión que valió un justísimo Oscar a la interpretación del Rooster Cogburn de John Wayne. Pero creo que aun con todas las excelencias de esta revisión del género, de cara a los Oscars de este año, la sombra del True Grit de Wayne y Hattaway es alargada.

sábado, 12 de febrero de 2011

¿El último faraón?

La Historia, hoy más que nunca, pasa por internet, por las redes sociales y por los blogs. Hasta por éste, casi recién estrenado e inaugurado precisamente con una entrada sobre Egipto. En 1989, cuando la caída del Muro de Berlín, internet era apenas un fenómeno incipiente. Hoy, que puede que otro ominoso y transcendental muro se derrumbe, la red ha sido el poderoso ariete que lo ha empujado. Tal vez un día recuerde que un 11 de febrero escribí mientras veía pasar la Historia, con un cierto escalofrío al pensar en otro 11 de febrero de 1979 en que la revolución islámica triunfaba en Irán. Pero voy a permitirme algún cauto optimismo.

Treinta y tres dinastías gobernaron Egipto hasta la desaparición de la última  -la de los Ptolomeos- con la muerte de Cleopatra. Durante casi dos mil años pasó de mano en mano (romanos, árabes, otomanos, franceses y británicos) hasta la llegada de Nasser en 1952, el malogrado Sadat y, por fin Mubarak. Treinta años en el poder y la prevista sucesión de su hijo y heredero debieron hacerle soñar con ser el fundador de la trigésimo cuarta dinastía. Desde luego, ya no será así.
Egipto y el mundo lo celebran, desde el Eje del Bien hasta el del Mal. Sin duda es más fácil estar de acuerdo contra algo que ponerse de acuerdo a favor del mismo futuro. Queda un preocupante ¿y ahora qué?

Como sucedió en Berlín, es probable que se propague por la zona el efecto dominó. Ojalá que hacia la instauración de verdaderas democracias pero, hasta en el más favorable de los escenarios, será delicado redefinir los equilibrios en el conflicto árabe-israelí.
La clave ahora mismo está en el papel del Ejército egipcio, que hasta aquí ha sabido derivar la situación hacia una salida no violenta. Sin olvidar que es el mismo Ejército de cuyas filas surgieron las figuras de Nasser, Sadat  y Mubarak, puede ser la única garantía de una transición pacífica y ordenada pero firmemente controlada. Y el mejor ejemplo a mano -como algunos ya proponen- podría ser Turquía.

Como este 11 de febrero de 2011, Mubarak ya es Historia. O, como los antiguos faraones, ya es momia. La penosa diferencia para él será no poder llevarse todos sus bienes terrenales a la otra vida. La Banca Suiza ha decidido congelar sus cuentas.

viernes, 11 de febrero de 2011

El Discurso del Rey

Parece mentira que, siendo tan cinematográfico el alias que cobija mi impostura y da título a este blog -Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)-, todavía no haya escrito una sola entrada sobre cine. Pues bien, aprovechando que éste es el mes de los Oscars, amenazo con verter aquí mis críticas y comentarios sobre las películas nominadas, comenzando con la que, de las que he visto hasta ahora, va ganando en mis apuestas.
El Discurso del Rey (The King's Speech) lleva más el sello de sus productores que de su director Tom Hooper. Los hermanos Weinstein son unos consumados fabricantes de éxitos de taquilla y crítica desde su paso por Miramax. Sus productos son siempre redondos, exquisitamente ambientados y acabados, tocando con precisión todas las teclas favoritas de los académicos de Hollywood. En su factoría de películas oscarizadas destacan Shakespeare in Love, El Paciente Inglés, Chicago, Cold Mountain y muchos otros filmes tan impecables que, por ese aroma de refinado producto de laboratorio, a menudo envejecen mal, como algunos vinos finamente equilibrados que al cabo de un par de años empiezan a adolecer de falta de carácter. Aun así, no es poco firmar tantas películas de calidad contrastada en estos tiempos de escasez creativa.
Dentro de la cuidada realización y de su agilidad narrativa, sobresale un excelente reparto. Desde luego, si hay un favorito para el Oscar al mejor actor es Colin Firth, que culmina el relanzamiento de su carrera en los últimos años. Por mucho que parezca el agradecidísimo rol de personaje con tara que tantas veces se premia (la penosa tartamudez del rey Jorge VI, eje de la historia),  hay que reconocerle que maneja con brillantez los matices, a veces cómicos, a veces dramáticos de su papel. Y, por supuesto Geoffrey Rush, menos favorito, pero a quien yo concedería el Oscar a perpetuidad. Desde que vi su interpretación en Shine es, de largo, mi actor favorito. Tan camaleónico, versátil, como capaz de congelarse en el límite de la sobreactuación, mejora siempre hasta el personaje peor escrito. Si no se come a Colin Firth del todo es por el vibrante ritmo y la insólitamente corta duración de la película, en esta época en la que al cine hay que ir orinado de casa. Lejos de ellos queda la aportación de Helena Bonham-Carter (mención especial para quien consiguió peinarla un poco) y Guy Pierce, ambos desde luego solventes.
En suma, una película entretenida, de indudable calidad y que, difícilmente, dejará de gustar a nadie.

jueves, 10 de febrero de 2011

Antisemitismo. Bromas las justas

Es llamativo que mientras la palabra semita designa, cultural que no étnicamente, a casi todos los pueblos de Oriente Medio y Próximo como hebreos, árabes, asirios, babilónicos, etc (en referencia a los descendientes de Sem, primogénito de Noé) la palabra antisemita, sin embargo, se usa perversamente desde finales del s. XIX para referirse, en sentido racial, exclusivamente a la hostilidad contra los judíos.
Estoy terminando de leer El cementerio de Praga, de Umberto Eco, que ilustra estupendamente el nacimiento de esa corriente de odio que desembocaría medio siglo más tarde en la barbarie del Holocausto nazi. En unos días comentaré este libro.

Si me anticipo a tratar este tema es porque me ha llamado la atención la fulminante defenestración por parte de El País del cineasta Nacho Vigalondo, hasta ese momento blogger de referencia de su edición electrónica e imagen publicitaria del lanzamiento de las nuevas aplicaciones del diario para soportes digitales. El motivo: una broma en su twitter amenazando irónicamente con declarar que el Holocausto había sido un montaje o que la bala que mató a Kennedy todavía no había aterrizado. De poco le ha servido deshacerse en excusas, desmarcarse de cualquier antisemitismo o negacionismo ni explicar su intención de bromear con cosas disparatadas. La represalia ha sido inmediata, radical y tajante. Y puede decir que ha tenido suerte de que el hecho haya ocurrido en España, donde todavía - aunque por poco tiempo - no es delito la negación del Holocausto. En Alemania ya estaría detenido en espera de juicio.

Por de mal gusto que sea bromear sobre algunas cuestiones, por estúpido que parezca negar lo evidente y por aborrecible que resulte justificar alguna de las bajezas más vergonzosas de la historia de la Humanidad, encuentro absolutamente desproporcionado el tratamiento represivo con el que se persigue desde la Ley y desde la tiranía social de la corrección política, cualquier expresión presuntamente antisemita o la propia negación -por absurda que de por sí resulte- de un hecho histórico abominable como el exterminio masivo de judíos en la Alemania Nazi.

La crueldad humana ha llegado demasiadas veces a extremos inconcebibles. Algunos episodios históricos han rebasado incluso la magnitud y la atrocidad de los campos de la muerte del III Reich. Unos en dimensión: La represión estalinista pudo haber acabado con las vidas de entre tres y diez millones de rusos, tantos o más costaron las purgas de la Revolución Cultural de Mao. Otros por las proporciones del genocidio: Los Jemeres Rojos de Pol Pot torturaron y asesinaron a un millón y medio de camboyanos ¡un cuarto de la población! y ¡en apenas cuatro años! O qué decir de la masacre del 80% de los tutsis de Ruanda en 1994.

Sin embargo no está ni penado ni perseguido negar o jalear cualquiera de estas aberraciones u otras similares de las que la Historia ha sido terriblemente pródiga. Ni tampoco glorificar la bíblica conquista de Jericó donde los israelitas de Josué acabaron con la vida de todo hombre, mujer, niño o anciano que moraba en ella, por más que el asunto pertenezca a la leyenda.

La libertad de expresión no debería  tener más límite legal que el de los derechos de otra persona, no los de pueblos, hechos o de opiniones socialmente aceptadas. Lo demás pertenece al terreno de la Ética, no del Derecho. Es más peligroso tolerar excepciones a la regla que tolerar las expresiones más reprobables.

domingo, 6 de febrero de 2011

Saltar la valla

Omar Chuick no pasará a la historia por ser el primer inmigrante subsahariano en intentar saltar la valla que separa Marruecos del territorio español de Ceuta, pero sí por ser el primero en intentarlo en el sentido contrario al habitual, es decir, hacia Marruecos. Harto de vivir sin perspectivas de futuro, después de cuatro años en Ceuta, decidió volverse a Mali -su país de origen- a través del territorio de Marruecos. En antiguas civilizaciones los arúspices ya habrían puesto el grito en el cielo, interpretando la señal como nefasta, y harían recetado quién sabe qué cantidad de sacrificios humanos para aplacar la cólera divina ante los signos inequívocos de catástrofe inminente. Bien es verdad que a día de hoy no sobrarían otras tantas inmolaciones políticas como terapéutica catarsis ante el funesto adviento de un apocalipsis económico, pero el oficio de arúspice, oráculo o agorero parece reservado a los paneles intergubernamentales que gestionan el temor al cambio climático.
Omar llegó a Ceuta en patera, un servicio de transporte marítimo que no emite billetes de ida y vuelta. No tuvo otra opción que intentar volver a casa a pie. Quizá hayan tomado nota los primeros oportunistas y acaben rentabilizando una línea de pateras desde Europa hasta el Magreb donde, en esta efervescencia revolucionaria, a lo mejor se cuece el emergente negocio del futuro.

sábado, 5 de febrero de 2011

Yucatán y los canguros

Sudorosos y sofocados por el calor tropical de una tarde de la primavera de 1517, subían el Adelantado Don Francisco Hernández de Córdoba y sus principales una loma que dominaba la bahía donde habían fondeado las naos.
Al llegar a la cima divisaron la figura altiva de un indígena de aquellas tierras, con los brazos cruzados sobre el torso, que les devolvió una mirada perpleja pero serena, con una curiosidad exenta de temor. Tomándolo por algún jefe local, se le acercaron solemnes y, tras intercambiar cualquier clase de saludos incomprensibles, señalaron con sus manos hacia el suelo intentando preguntar con gestos el nombre de aquella tierra ignota a la que habían arribado. Tras contemplar divertido sus aspavientos, el jefe maya sentenció grave: Yuuu-caaa-taaan. Los españoles intentarón pronunciar el nombre una y otra vez, señalando de nuevo hacia la hierba, para confirmar que así se llamaban aquellas tierras. El indio repitió una vez más Yuuu-caaa-taaan y, de este modo, toda la extensa península adquirió para siempre el nombre de Yucatán.
Años después Fray Toribio de Benavente descubriría que Yuu-caa-taaan en la lengua maya significa  noo-teee-entiendo, como el honesto indígena intentaba expresar sin éxito a la avanzadilla de los conquistadores españoles de México.
Algo parecido sucedió al Capitán Cook en su  primera expedición por la actual Australia. Preguntó a los nativos por el nombre de un curioso animal que se desplazaba dando saltos sobre sus patas traseras. En su lengua aborigen le respondieron Kaan-goo-roo, ignorando que acababan de bautizar al pobre animal como no-te-entiendo para la posteridad.
Pese a lo que pueda creerse, las barreras idiomáticas no han cambiado tanto a lo largo del tiempo. A menudo, cuando veo la versión española del manual multilingüe de algún aparato electrónico no sé si me entran más ganas de gritar Yuuu-caaa-taaann o Kaaan-gooo-rooo.

viernes, 4 de febrero de 2011

Olor de multitud


Ahora que miles de egipcios tridimensionales -que han perdido esa arcaica facultad cultural de alinearse de lado- se apiñan en la Plaza de la Liberación para pedir la renuncia de Mubarak, me pregunto si el calor de la revuelta resulta más acogedor en estos fríos de enero, que atenúan la sudoración excitada de la muchedumbre. A las justas razones para desear una pronta y pacífica resolución de la crisis, añadiría la meramente higiénica de no esperar a la canícula cairota con la multitud concentrada codo con codo y hombro con axila.
Supongo que lo anterior es una poco afortunada digresión para analizar si la deseable solución democrática para Egipto y quien la lidere serán recibidos en olor o en loor de multitud(es). De unos años a esta parte ha florecido una errónea tendencia en el castellano a derivar el olor a la santidad y el loor a la multitud. Es obvio que los santos huelen a muerto y que la loa y alabanza es mayor cuanta más gente la proclama Pero realmente se "loa a", es decir, el loor va seguido siempre del sustantivo que expresa la persona o cosa a la que va dirigida la alabanza, no del sustantivo que expresa quién la realiza. Ojalá la multitud clame en loor a El Baradei por suceder pacífica y democráticamente a Mubarak. Recibirle en loor de multitud sería gramaticalmente incorrecto, sin embargo hacerlo en olor de multitud podría ser incómodo y poco agradable, pero de absoluta corrección idiomática.
La construcción adverbial "en olor de" procede del latín y su uso metafórico en el sentido de "cualidad" está documentado en español desde el siglo XIII. Desde ahí su sentido derivó también hacia el de "reputación" y posteriormente -a finales del XIX- al de "rodeado de, envuelto por", que es donde cobra razón de ser la expresión "en olor de multitud o multitudes".
Lo curioso es el hecho de que el sentido recto, no metafórico, de la palabra olor dé lugar a interpretaciones jocosas de la construcción en olor de multitud(es), ha ocasionado que, desde finales de los años ochenta, muchas personas de púdica candidez sustituyan olor por loor, palabra que, por significar ‘elogio o alabanza’, encaja mejor para el hablante actual con el valor de la expresión; pero -según señala la Real Academia Española- se trata de una ultracorrección que debe evitarse.
Así pues, ya que los ciudanos egipcios llevan décadas tapándose a nariz ante el régimen de Mubarak, no pasa nada porque los castellanohablantes soportemos coherentemente el olor de multitud por una buena causa y nos dejemos de loores cursis.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Deuteronomio

Es bien sabido que -eclesiásticos aparte- la Biblia sólo la leemos los ateos. Ciertamente es una lectura de referencia para cualquier aficionado a la Historia. Aun con sus cronologías erróneas y la mitificación de personajes, hechos y genealogías el Antiguo Testamento es de las fuentes historiográficas más antiguas, importantes y fiables.
Sus cinco primeros libros (el Pentateuco para los cristianos, la Torah para los judíos) son atribuidos a Moisés por ambas confesiones, aunque la teoría científica más aceptada es que fueron recopilaciones de distinta autoría de tradiciones orales  entre el siglo IX a.C. y el siglo V a.C. que cristalizaron en documentos escritos más o menos al final de ese período, probablemente en la época del exilio Babilónico. Al menos mil años después de la época del supuesto Moisés -en la más prudente de las hipótesis- y con tantos o más elementos sumerios, asirios o babilónicos que hebreos. Quizá algún día entre en este tema.

En cualquier caso los cinco libros son canónicos tanto en la tradición judía como cristiana y, además de la mitología fundacional, contienen verdaderos y exhaustivos tratados legislativos de orden civil y penal inspirados -cuando no dictados- directamente por Dios. La clave del éxito adaptativo del judaísmo y muy principalmente del cristianismo, frente al efecto más retrógrado y medievalizante del Islam (cuyo éxito proviene fundamentalmente del petróleo) radica en haber sabido puentear la rigidez de esos códigos para acomodarse a la evolución de las sociedades modernas. En el caso del judaísmo la válvula está en el proceso de interpretación de las normas. El del cristianismo, que me incumbe como ateo cristiano, merece quizá algunas líneas más.

El común de los creyentes cristianos piensa que la totalidad de los principios, premisas, normas de observancia y castigos a sus incumplimientos están proclamadas en la Biblia como una especie de Ley de Dios. El cristianismo toma como base el Evangelio, que es un mensaje mucho más jubiloso que coercitivo. Tan solo el de Mateo hace alguna referencia a algunos mandamientos de Moisés, en general para rebajar su rigor. Por lo demás, el grueso del corpus iuris cristiano -en particular la tipificación del pecado- no es Palabra de Dios, sino doctrina de la Iglesia, la cuál es convenientemente flexible y adaptable a los tiempos y sus cambios. No hay más que ver la cantidad de veces que recalifican el Purgatorio.

Otra cosa es el Islam, donde la infalibilidad del prolijo y férreo código coránico, obliga más a los tiempos a adaptarse a sus preceptos que al contrario y, el estrecho margen de interpretación tiende más al extremismo que a la moderación. No está exento de valores (cuya importancia proselitista tiende a ignorar Occidente) pero su resultado más recurrente es el involucionismo de una trituradora de cultura, progreso y libertades.

Aunque está mal en un ateo, doy gracias a Dios de que Moisés a la postre no tuviera el mismo éxito que Mahoma. Si por un momento lo considerásemos un personaje histórico, hay que decir que para nada se contentó con la labor de cantería de los diez mandamientos. Desconozco de qué medios tipográficos disponía, pero le habría quedado la mano tonta de escribir hasta en un teclado las generales y las particulares de la Ley Mosaica que, más que en el Éxodo, plasmó en el Deuteronomio. Un libro impagable, cuya lectura aconsejo. Y a los meros efectos de ilustrar curiosas regulaciones de las que nos hemos librado, transcribo algunos pasajes de tan sagrado como canónico libro. Y también por si los lectores más píos quisieran reforzar su observancia de los preceptos bíblicos.

14,21 No comerás de ningún animal hallado muerto. Se lo darás al forastero que reside en tu ciudad o bien lo venderás a un extranjero, sabiendo que tú eres un pueblo consagrado a Yavé, tu Dios. No cocerás al cabrito en la leche de su madre.

22,8 Cuando construyas una casa nueva, harás alrededor de la azotea un pequeño muro, no sea que alguien se caiga desde arriba y tu casa quede manchada con sangre.

22,10 No ararás con un buey y un burro juntos.
No llevarás un vestido tejido mitad de lana y mitad de lino.
Te harás una borla en las cuatro puntas del manto con que te cubras.

23,1 El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Tampoco el mestizo será admitido en la asamblea de Yavé, ni aun en la décima generación.

23,9 Cuando salgas de campaña contra tus enemigos, te guardarás de toda acción mala. Si hay entre los tuyos un hombre que no esté puro por causa de una polución nocturna, saldrá fuera del campamento y no volverá a entrar. Al llegar la tarde se lavará y a la puesta del sol podrá entrar de nuevo al campamento.
Tendrás un lugar del campamento para hacer tus necesidades naturales. Llevarás una estaquita al cinturón, con la cuál harás un hoyo y luego taparás el excremento con la tierra sacada.

25,11 Si dos hombres pelean entre sí y la mujer de uno de ellos se acerca para librar a su marido de los golpes del otro, alarga la mano y agarra a éste por los testículos, harás cortar la mano de la mujer sin piedad.