lunes, 20 de febrero de 2012

Oscars de hierro y seda

Ahora que termino de padecer a la insufrible Eva H conduciendo (por el arcén) la gala de los Goya, se me ocurre que si la triunfadora absoluta ha sido la pasable pero irregular No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, parece imperdonable el dispendio público de subvencionar casi todas las demás en pleno apocalipsis económico. También me malicio de que La piel que habito es la que se han dejado en el quirófano Belén Rueda, Victoria Abril o Melanie Griffith. Alguien me ha apuntado que el cirujano de la Baronesa Thyssen usa el mismo molde de troquelar pasas para todos sus diseños, que ademas de convertir a todas sus pacientes en replicantes en unos años más o menos, las deja tan justas de piel como inhabilitadas para comer fabada sin disgustos.
También he advertido que queda menos de una semana para los Oscar y es costumbre de este blog verter comentarios sobre los nominados y aventurar pronósticos temerarios sobre aquellos a los que ahora irán a parar las estatuillas de las que antes eran políticamente incorrectos ganadores. Menos mal que, al menos, vuelve Billy Cristal.

Empiezo por el óscar más cantado, el que con pocas dudas engordará la colección de Meryl Streep, esa diva shakespeariana de New Jersey, tan etérea que parece deslizarse sobre un frufrú de gasas. No osaré yo poner un pero a su mimética interpretación de la Thatcher en La Dama de Hierro, pero toda la película está tan al servicio de su lucimiento interpretativo que defrauda al menos exigente. Si uno espera algo de jugo de la apasionante dimensión política del personaje, se queda con un palmo de narices contemplando el enésimo dramón trillado sobre el alzheimer, digno de la sobremesa de Antena 3. Incluso un infalible actor como Jim Broadent (que encarna a Denis Thatcher) acaba convertido en lamentable comparsa, con apariciones tan innecesarias que insultan cualquier inteligencia. No niego la visión comercial de quien, embutiendo a la Streep en el traje de falda y chaqueta con sombrerito ridículo de la exprimera ministra, se ha asegurado el exito en la recaudación. Pero, desde el punto de vista histórico y artístico, el tratamiento narrativo de una figura tan interesante como poliédrica me parece un soberano desperdicio. Una pena, con lo cerca que viene a caer Downing Street de Buckingham Palace, lo lejos que se han quedado de la soberbia The Queen, de Stephen Frears.

Más competencia tendrá uno de los favoritos a alzar el óscar al actor protagonista pero, en las antípodas del histrionismo de Santa Meryl está la interpretación de seda de George Clooney en la muy notable Los Descendientes. Cierto que ese magnífico guionista y director que es Alexander Payne (Entre Copas, A propósito de Schmidt) le proporciona un pasillo genial entre lo dramático y lo cómico -digno solo de grandes cineastas-  para alumbrar desde la contención  el personaje de un cornudo inocente, sobrepasado y en bermudas, tan entrañable como patético, tán melancólico como perplejo, sin añadir un ápice de cinismo a su desconcierto y vulnerabilidad. Y como veo que me he arrancado a pares, mencionar el complemento del entorno, un Hawaii nublado y sin barrer, sin guirnaldas ni surferos, descolorido y cotidiano. Más que recomendable.
Y, aunque no haya merecido nominaciones por su otro filme en cartel, Los idus de marzo, no quiero dejar de señalar la dimensión que está adquiriendo Clooney tanto delante como detrás de las cámaras. Me ha sorprendido con su buena mano como guionista, por encima de sus otras facetas de productor y director. Me pregunto si con el tiempo llegará a igualar o superar a Clint Eastwood.

En fin, queda menos de una semana para la ceremonia de entrega de los Oscar. No prometo nada pero intentaré dejar por aquí alguna deposición crítica más antes del evento.