domingo, 27 de mayo de 2018

Firma invitada: Luis Pérez de Llano. Por qué hay que ser del Atlético

Es honesto empezar advirtiendo a seguidores de Real Madrid y Barcelona de que la lectura de este breve artículo puede hacer tambalear sus convicciones futbolísticas. Aquellos que duden de su firmeza harían bien en abandonar antes de adentrarse en contenidos subversivos para refugiarse en terrenos más seguros y previsibles, como la servil prensa deportiva. Quiero explicar por qué ser del Atlético de Madrid es la mejor de las opciones posibles, pero quizás habría que comenzar por responder a una pregunta: ¿qué hace que una persona sea de un equipo y no de otro? Lo más habitual es que esta vocación se establezca en la tierna infancia bajo la influencia de familiares allegados (padres, hermanos, abuelos…) que se apresuran a timbrar una mente todavía dúctil y desamparada. Su influjo consigue establecer un vínculo afectivo (familia-equipo) que será difícil de romper más adelante, ya que hacerlo obliga a un acto de rebeldía que no está al alcance de cualquiera. A este proceso podríamos llamarle “bautismo futbolístico” para resaltar el paralelismo que guarda con la transmisión de creencias religiosas. Varios motivos pueden explicar este comportamiento de los adultos: el deseo de encontrar aficiones comunes con el niño y también el miedo a que éste decida por sí mismo en el futuro y escoja una opción que se oponga frontalmente a sus convicciones futbolísticas. El regalo de la camiseta del equipo, visitas al estadio, tarjetas de socio y otros presentes ayudarán a refrendar la afición del niño por unos colores para los que ya estaba predestinado. Pero después del bautismo futbolístico, suceso del que el niño no es responsable, ha de venir la “confirmación”, la asunción consciente de que ser un seguidor de ese equipo supone una bendición especial, algo que comulga con unos valores que se identifican como propios. Y es aquí donde el Atlético de Madrid cobra ventaja sobre sus laureados rivales, porque ofrece más emoción, y la emoción está en la épica. Y la épica está en desafiar al poderoso, al rico, al que está predestinado a ganar, al que suma un título tras otro y se lleva a tus mejores jugadores año tras año. Lo épico es que David derrote a Goliath, y no lo contrario. Nadie se puede sustraer a esto, ni siquiera los seguidores del Real Madrid y Barcelona (de ahora en adelante denominados “hiperpastones”). La prueba de ello es que cualquier hincha de los hiperpastones, sentado frente al televisor para ver un partido Brasil-Argelia de la Copa del Mundo, se pondrá inmediatamente de parte del equipo africano. Es decir, apoyará al débil, al que “a priori” tiene menos posibilidades de ganar. La gloria está en alcanzar la victoria con esfuerzo, sobreponiéndose a adversidades, porfiando por esquivar el previsible fracaso. ¿Y a qué gloria puede aspirar un equipo hiperpastón? Únicamente a derrotar a otro de similar condición (es gracioso que los seguidores del Real Madrid y Barcelona se odien entre sí, cuando se necesitan desesperadamente). Y no hay muchos equipos que puedan compararse a los hiperpastones españoles en presupuesto o en capacidad para contratar a los mejores jugadores del mundo. Es decir, ser hincha de un equipo hiperpastón te garantiza títulos, selfies en pobladas salas de trofeos, pero en raras ocasiones te ofrecerá épica y emoción. Este sería el argumento emocional, pero hay otro, racional, que no es menos relevante. Nadie es del Real Madrid. Bueno, quizás Florentino Pérez sí sea del Real Madrid. Lo que quiero decir es que casi nadie está podrido de dinero, goza de un poder casi ilimitado en su país y en el resto del mundo, y encima tiene garantizadas las oportunas ayudas de los jueces llegado el caso de que ello fuera necesario. Dicho de otra forma, nada se puede aprender de los equipos hiperpastones, al igual que nada se puede aprender de Federer por más que sea el mejor jugador de tenis de la historia. Pero de Nadal se puede asimilar todo lo que es necesario saber para circular por la vida: que nada importante se consigue sin esfuerzo, que el sufrimiento está a la vuelta de la esquina, que cuando te caes y ya nadie da un euro por ti, debes levantarte y volver a presentar batalla, que no siendo el mejor puedes desafiar a éste e incluso ganarle alguna que otra vez. Los seres humanos de a pie somos del Atleti, porque este es el equipo que mejor refleja nuestras vidas, el que más se acomoda a una existencia corriente. ¿Por qué no ser entonces del Rayo Vallecano o del Lugo, por poner dos ejemplos? Sin duda se puede ser hincha de cualquiera de estos equipos, y también se puede aspirar a compartir con ellos meritorias hazañas (por ejemplo, subir a Primera División) pero, lamentablemente, no estará a su alcance desafiar a los hiperpastones. El Atlético no compensará a sus fieles con muchas copas, tal vez incluso jamás llegue a conseguir la ansiada orejona, pero es que a un verdadero seguidor rojiblanco no le importa la copa en sí, lo que realmente le motiva es desafiar a los poderosos, y si su equipo ganase la liga año sí y año no … ¿en qué se iba a diferenciar de sus aborrecidos rivales? No quiero que se me entienda mal, no estoy justificando una mentalidad derrotista, no se trata de eso, más bien es lo contrario. No hay que conformarse con el estado de las cosas, hay que rebelarse, hay que patalear, hay que sufrir, hay que cabrearse cuando un árbitro le da en bandeja otra Champions al Real Madrid y hay que maldecir al hiperpastón independentista por llevarse a nuestro mejor jugador.  Si usted no es todavía del Atlético, hágase un favor y apueste por aquello que es la vida, una anárquica mezcla de pasión, sufrimiento, alegría, frustración y esperanza. Alguna vez verá a Goliath desplomarse con una piedra rojiblanca clavada en la frente, y eso lo compensa todo.