Que no cunda el pánico, pero si la Humanidad no se extingue en el plazo de un par de siglos es casi seguro que tú y yo y cuanto nos rodea -el Universo entero, vaya- no seamos más que rutinas de un programa corriendo en un descomunal superordenador. Parece descabellado, pero no lo es. Al menos no lo es más que cualquier otra hipótesis científica o filosófica acerca del origen del Universo o sobre las leyes fundamentales de la Física. Y, lo que es aún más inquietante, es posible que se esté cerca de poder demostrarlo.
El padre de esta idea, el filosofo Nick Bostrom, es uno de los mayores exponentes del pensamiento transhumanista, una corriente filosófica que sostiene razonablemente, entre otras cosas, que el progreso científico y el desarrollo tecnológico serán determinantes en la evolución de la raza humana, que alcanzará con el tiempo lo que denominan un estado posthumano: un nivel de conocimiento científico lo suficientemente avanzado que permita al hombre controlar su propia evolución.
Pues bien, sobre esas bases Bostrom afirma que al menos una de estas tres proposiciones es cierta:
1.- La humanidad se extinguirá antes de llegar a un estado posthumano.
2.- Ninguna civilización posthumana con capacidad para simular su historia evolutiva estará interesada en hacerlo.
3.- Casi con toda probabilidad vivimos ya dentro de una simulación informática.
La segunda posibilidad parece muy poco probable. Descartémosla de momento y quedémonos con las otras dos.
Desde hace muchas décadas la Ciencia considera que todo el Universo del que formamos parte puede explicarse desde los componentes de la materia y la energía y sus relaciones gobernadas por unas leyes de la Física de las que, sin conocerlas completamente, tenemos una visión aproximada. Es previsible que en el futuro lleguen a conocerse con mayor precisión. Si admitimos también que la conciencia y la inteligencia son puramente el resultado de procesos físicos, químicos y biológicos (lo que se conoce como el principio de inteligencia artificial fuerte), hay que admitir del mismo modo que pueden ser reproducibles artificialmente si se conocen perfectamente tales procesos y se dispone de la ingente capacidad informática necesaria para ello.
Actualmente ya se realizan simulaciones computacionales de la realidad, aunque a muy pequeña escala. Con muy fiables modelos de cromodinámica cuántica se reproducen comportamientos de partículas subatómicas para aprender más sobre las propiedades de la materia. Incluso con los más potentes superordenadores actuales, tan sólo se pueden simular fragmentos infinitesimales de materia, pero lo interesante del asunto es que el comportamiento de las partículas simuladas es indistinguible del de las reales. No es muy difícil especular por cuánto tendría que multiplicarse la capacidad de los procesadores para reproducir un centímetro cuadrado de materia o un cerebro humano completo o el entorno de un planeta o un sistema planetario. Algunos lo estiman en unas 1042 operaciones por segundo que, aunque es una cantidad inimaginablemente grande, no es en absoluto inalcanzable con el tiempo. De seguir la actual progresión geométrica en la potencia de los procesadores (que seguro será mayor con la llegada de los ordenadores cuánticos) es una capacidad de la que puede disponerse a la vuelta de cien o doscientos años.
Por tanto, si en cien, doscientos (o mil años, no es importante la cantidad) la Humanidad alcanza la capacidad de realizar simulaciones evolutivas (o variaciones) de sí misma que sean indistinguibles de la realidad y las lleva a cabo, estas simulaciones también serán capaces a su vez de generar nuevas simulaciones y así ad infinitum. La cantidad de estas humanidades virtuales sería tan grande que haría muchísimo más probable vivir en cualquiera de esas simulaciones que en la original y primigenia (de haber alguna).
Por todo ello y volviendo a las dos posibilidades que dejamos más arriba, se puede concluir que o bien la Humanidad se extingue en un plazo relativamente corto o es casi seguro que vivimos ya en una simulación informática.
Hasta aquí en síntesis el, a mi juicio, impecable planteamiento teórico-filosófico de Bostrom del que dejo enlazada una explicación más detallada. Lo más sorprendente es que quizá no estemos muy lejos de poder demostrar si el Universo en el que vivimos es o no una simulación. Al menos así lo sostienen científicos de la Universidad de Washington y de la de Bonn liderados por Martin Savage y Silas Beane, respectivamente. La clave está en los límites del espectro de los rayos gamma. Por no aburrir con una explicación farragosa de algo que a mí mismo me cuesta horrores entender, digamos que toda simulación tiene algún truco para evitar tener que disponer de una energía ilimitada. Si se demuestra -como apuntan algunos indicios- que los rayos cósmicos de mayor energía sufren la limitación antinatural de no poder interactuar en todas direcciones (isotropía) quedaría al descubierto la malla espacio-temporal sobre la que se tiende la simulación, de la que no cabría duda. Algo así como descubrir el armazón de un escenario de cartón piedra en el que se representa nuestro Universo.
Por cierto que en estos escenarios cabe tanto cualquier posibilidad como cualquier creencia, incluso la de Dios, al fin al cabo el creador de una simulación es en cierto modo una especie de Dios de la misma. Y a la vez procederá de una simulación de orden superior. Y cabe cualquier visión de la conciencia, desde la colectiva a la individual rodeada de un atrezzo de conciencias simuladas.
En fin que, por extravagante que parezca, esto es ciencia, oiga. Y no, no es que acabe de descubrir The Matrix. Decía Einstein "Dios no juega a los dados con el Universo". Tal vez juegue a The SIMS.