Para aquellos que consideran que España es un Estado artificial superpuesto a una serie de nacionalidades históricas cuyos hechos diferenciales, antecedentes soberanos y singularidades políticas, culturales o lingüísticas justifican sentimientos independentistas y legitiman el siempre incierto derecho a la autodeterminación, convendría echar un vistazo a otros lugares, lo suficientemente apartados para desapasionar la visión de los hechos históricos, sus implicaciones y consecuencias y, desde esa cordura, volver a autoexaminarnos.
Italia es un buen candidato. Pese a que la ancestral tradición romana constituye el núcleo de toda la Historia común europea y, en general, de la civilización occidental, apenas existe como Estado desde 1861, fecha de la Unificación Italiana en torno a la monarquía de Victor Manuel II. Hasta entonces su territorio no era sino un mosaico de Estados, Reinos, Repúblicas y colonias, con sinuosas fronteras deslizadas, solapadas o desmanteladas durante mil años. Desde la Lombardía y el Véneto hasta Nápoles y Sicilia, los orígenes étnicos y culturales pendulan entre galos, germánicos, eslavos hasta griegos y otomanos. En consecuencia, no es de extrañar que la diversidad lingüística del país sea incomparable. El idioma oficial, el italiano estándar, deriva de la lengua romance toscana, en particular del dialecto florentino en el que Dante escribió su Divina Comedia. Es llamativo que en el momento de la Unificación, cuando se adoptó como lengua oficial del Estado, su uso era absolutamente minoritario. Fue su imposición en la educación obligatoria y en el lenguaje administrativo lo que propició su extensión paulatina. Si algo consolidó y popularizó definitivamente el italiano, aunque en la actualidad sea solo la lengua materna de menos de la mitad de la población, fue la llegada de la televisión.
A su lado conviven más de veinte idiomas (sin contar sus dialectos), todos ellos de raigambre más antigua y profunda que el oficial. Cinco de ellos son hablados por más de un millón de personas: Napolitano (11 millones), siciliano (8), lombardo (7 ), véneto (3,3) y sardo (1,3). Otros cinco cuentan con entre cien mil y seiscientos mil hablantes (friulano, tirolés, occitano, sassarés y gallurés). Y, en menor medida, se hablan francoprovenzal, albanés, ladino, esloveno, alguerés, francese, grecocalabrés, bávaro, croata, carintio y alemán.
Todas estas lenguas están debidamente protegidas, sin que exista especial conflicto lingüístico. El italiano oficial es generalmente apreciado como instrumento que ha permitido la vertebración del país y los intercambios migratorios y sociales. A ello han contribuido en buena medida los sindicatos, correctamente inscritos en la izquierda, que hicieron una exitosa campaña contra el uso de los idiomas regionales y de los dialectos, en aras de alcanzar cierta unidad de la clase trabajadora.
Podría pensarse que con estos mimbres Italia necesita algún tipo de Estado plurinacional o algún esquema federal. Sin embargo dispone de un Estado de las Autonomías muy atenuado, tan solo levemente extendido en el caso de las cinco regiones más periféricas que, con todo y ello, quedan a mucha distancia de las competencias de cualquier Comunidad Autónoma española.
Aunque sí hay tensiones soberanistas y secesionistas. El nacionalismo en Italia también se inscribe correctamente en su lugar lógico, la extrema derecha. Polarizado geográficamente entre Norte y Sur, tiene un contenido más económico que identitario, con argumentos del tipo "El Sur parasita al Norte" o "Roma nos roba" (¿les suena?). Pero en lugar de proponer la secesión de sus regiones históricas, las formaciones nacionalistas de cada territorio, que se agrupan en la Liga Norte, llegaron a defender en su momento la creación del Estado de Padania, un espacio territorial artificioso, comprendido entre la frontera Norte y Umbría, constituido por todas las regiones ricas del Norte. Y aunque este nacionalismo era y es claramente minoritario, tuvo su dosis de protagonismo sosteniendo los gobiernos del ínclito Cavaliere. Los escándalos de corrupción de sus dirigentes (¿les suena?) y la crisis política y económica les acabaron llevando a unos resultados electorales pésimos (¿les suena?) y a la pérdida (bajo el gobierno de Monti) de mucha de la autonomía regional dispensada por Berlusconi (esto les sonará menos). Hoy por hoy la Liga Norte no pasa de pedir el federalismo (simétrico, por cierto) para toda Italia o, al menos, mayores dosis de Autonomía.
Si hoy el nacionalismo en Italia es un problema menor es quizá porque su discurso no se ha articulado sobre identidades lingüísticas, por muchas de las que dispusieran. Ni al más necio se le ha ocurrido aplicar a sus hijos la inmersión lingüística en friulano o gallurés como bautismo en la fe secesionista de turno. Y en general el italiano se considera un útil y apreciado instrumento de comunicación, en lugar de una imposición intolerable. Los sentimientos van por otra parte. Que muchos no identifiquen su identidad como la de italianos no les centrifuga el entendimiento. Digamos que han tenido la cordura de no atrincherarse en sus lenguas más cercanas para no enterrar la cabeza en las raíces a base de mirarse el ombligo.
A la luz del ejemplo italiano, pensar que Cataluña, que jamás ha sido Estado, ni Reino, ni República, ni entidad independiente, sino una mera región del país con las fronteras históricamente más estables de Europa; que como único argumento identitario exhibe una lengua romance de los cientos que se hablan en el continente, en la que no se ha escrito ni la Divina Comedia ni el Quijote y que ni siquiera es privativa de su territorio, pensar que pretenda convertirse en un Estado independiente dentro de la Unión Europea, causaría sonrojo hasta a los inventores de Padania. Habría que explicarles que en España son los pájaros los que disparan a las escopetas, que los conservadores defienden la igualdad entre comunidades, el centro izquierda la desigualdad federal asimétrica y la extrema izquierda la insolidaridad fiscal y los fueros medievales. Y que el caudillo de la rebelión secesionista a Más, a Más, pertenece a un partido demócrata-cristiano y liberal.
Seguro que nos dicen lo del chiste de la orgía.
Organizazione, per favore.