Mañana en Hollywood la entrega de premios de la Academia pondrá un glamuroso colofón a otro mediocre año de cine. Y van muchos. Como poco en la última década, cuesta encontrar entre las películas laureadas una obra maestra incuestionable. Sin embargo, echando la vista atrás resulta increíble recordar que El Silencio de los Corderos, Sin Perdón, La Lista de Schindler y Forrest Gump ganaron en años consecutivos entre el 91 y el 94, compitiendo nada menos que con otras como Thelma y Louise, Drácula, La Edad de la Inocencia, Pulp Fiction o Cadena Perpetua. Tan en crisis debe de estar la imaginación últimamente, que la gran mayoría de nominadas de este año han tenido que basarse en una historia real. La realidad supera a la ficción... cuando falta talento.
No digo yo que este año no haya películas buenas, incluso alguna notable, pero ninguna llega a la categoría de magistral. El mismo Scorsese decepciona lo suyo en El Lobo de Wall Street repitiendo su fórmula narrativa de la genial Goodfellas (Uno de los Nuestros) combinada con el ritmo cocaínico de Blow, para retratar una historia de excesos sin alma en la que el cóctel resulta asfixiante. Siempre más intenso de lo digerible, Di Caprio acaba incluso desbaratando una escena como la del Lamborghini, que habría resultado antológica en manos de un tipo con algo más de gracia.
Tampoco es mala La Gran Estafa Americana (American Hustle), de David O. Russell, por suerte algo menos desquiciada que las anteriores The Fighter y El Lado Bueno de Las Cosas (Silver Linings), aunque insiste en extremar los personajes a cambio de desenfocar algo la historia. Eso sí, como siempre todos sus actores están nominados y alguno o, seguramente alguna, tocará premio. Aunque ya me dirán qué necesidad tenía Christian Bale de engordar veinte kilos para la poca chicha que la panza aporta a su interpretación.
La otra gran candidata es 12 Años de Esclavitud. Aunque el cine autoflagelatorio sobre la lucha por los derechos civiles de los negros -este año se han estrenado también Mandela y la panfletaria El Mayordomo- a veces me carga tanto como las incontables películas sobre la Guerra Civil española, la historia del violinista secuestrado merece alguna consideración aparte. Decía Boyero que si los judíos tienen dos grandes retratos del Holocausto dirigidos por dos de los suyos, como Spielberg y Polanski, ahora también el drama de la esclavitud afroamericana tiene un relator, si bien no exactamente afroamericano, al menos negro. Y es que el británico Steve McQueen, aun sin llegar a las cotas de La Lista de Schindler o El Pianista, aporta una espléndida factura visual y algún destello de calidad narrativa (la escena del ahorcamiento fallido) que le confieren dignidad y solvencia por encima de cualquier tópico. Me ha impresionado la interpretación de Michael Fassbender, aunque lo políticamente correcto sería oscarizar a Chiwetel Ejiofor.
También merece la pena ver Gravity que, seguramente, valdrá el oscar a la mejor dirección al mexicano Alfonso Cuarón. No es para menos por el rigor científico y la intensidad dramática con que transmite la angustia impotente de la ingravidez. Y yo no la he visto en 3D. Hay que añadirle el mérito de lo novedoso y de lo complicado de rodar algo así, sin precedentes y -nunca mejor dicho- sin puntos de apoyo. En contra, he de decir que el desenlace resulta inverosímil desde la primera media hora y el desarrollo es tanto o más delirante que espectacular.
Aunque no estén entre las favoritas no me resisto a hablar de dos películas que me han gustado más que las anteriores: Nebraska, una ácida comedia en formato road movie del siempre diferente Alexander Payne, donde Bruce Dern borda el papel de su vida y Capitán Phillips, excelente adaptación de Paul Greengrass de la historia real de un secuestro de la que con un magnífico ritmo de thriller obtiene brillantemente más resultados que pretensiones. No digamos si salta la sorpresa y Barkhad Abdi, un somalí exiliado, conductor de limusinas y exconvicto, que pasaba inopinadamente por un casting y le dieron un papel y, que al terminar el rodaje, se fue a trabajar a una tienda de móviles con su hermano, acabe subiendo las tres o cuatro escaleras más glamurosas del Universo y recogiendo un oscar.
No me cabe ninguna duda de que el premio a la interpretación femenina se lo llevará Cate Blanchett (aprovecho para agradecer a Woody Allen que haya hecho un paréntesis en sus rodajes de guías turísticas de Londres, Barcelona, París o Roma), por Blue Jasmine. No hay galardón que no haya ganado pese a competir con imponentes trabajos de Meryl Streep y Julia Roberts. Será que Agosto, la película en la que coinciden, resulta algo desapacible y antipática y le crujen las tablas del teatro del que acaso no debió salir.
Dejo sin comentar Her y Dallas Buyer's Club (donde parece que está espléndido Matthew McConaughey) porque no he tenido ocasión de verlas.
En fin que, o mucho me engaño o va a estar muy repartida la cosecha de premios, cosa muy deseable cuando se trata de la Lotería de Navidad pero quizá no tanto en cuanto a la excelencia artística. Triunfarán de nuevo películas de las que ya he visto y no dejaría nada poco importante por volver a ver. A lo mejor me estoy volviendo viejo (sé que doy pábulo a algún comentarista) y la nostalgia de pasadas épocas gloriosas no es sino un síntoma esclerótico. Pero por una vez no intentaré quedarme en vela y fracasar para seguir la ceremonia de entrega de los Oscar. Me acostaré razonablemente temprano, de mejor o peor humor según el Atlético haya ganado o no el derby. En el peor de los casos, más se perdió con Philip Seymour Hoffman y Paco de Lucía.