miércoles, 6 de mayo de 2020

Razones para el optimismo

   Un amigo, que suele pasarse por este blog, me preguntaba a finales de febrero por qué no escribía sobre mi obstinada convicción de que estábamos ante una catástrofe inminente, que le expresaba en nuestras casi diarias conversaciones. En aquel momento le respondí que no me apetecía. Un mes más tarde, cuando las cifras de la pandemia del covid-19 llegaron a superar mis ya bastante lúgubres pronósticos, volvió a preguntarme lo mismo. Esta vez, supe por qué. Le confesé mi temor al síndrome de Casandra. Cuando demasiado pronto adivinas (de un modo racional)  que algo grave va a suceder, correrás el riesgo de que nadie te crea. Y, si insistes, te convertirás en un incómodo aguafiestas, un molesto agorero o un odioso apocalíptico. Si el tiempo llega a darte la razón, quienes no te creyeron probablemente prefieran no recordar que la tenías, porque eso también les recordará su error. Seguirás siendo molesto y lo más cómodo será olvidarte. No compensa, amigo, no compensa, le dije.

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   El pesimismo parece ser algo solo tolerable a largo plazo, de hecho mucha gente se solaza religiosamente en distopías o apocalipsis lejanos que quizá hagan más estimulante el presente. A corto plazo, lo que vende es el optimismo, el mensaje positivo. Hay que evitar el pánico, todo va a salir bien, saldremos juntos, reforzados, su cáncer de páncreas no tiene por qué ser irreversible. Y, aunque un análisis lúcido de la realidad no suele ofrecer grandes ocasiones para la algarabía, ahora que el común de los mortales ve el pelaje del futuro negro zaíno, voy y encuentro la luz del optimismo que me rescate de este oscuro silencio.

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  Me explicaré:
  El ser humano padece de una tara mental que ha resultado una ventaja evolutiva. No comprende la aleatoriedad y necesita encontrar patrones que establezcan relaciones de causalidad. El mismo razonamiento causal que ha favorecido la supervivencia de la especie, nos lleva a menudo a errores de bulto ignorando la lógica de las matemáticas. Decía Roger Penrose que descubrir las ecuaciones precede a entender las leyes que se desprenden de ellas. Son porque son, no necesitan una causa, el error habitual es perseguirla. Si algo demuestra el covid-19 y otros virus antes que él es que su comportamiento no siempre es comprensible con razonamientos médicos o biológicos de tipo causal. Hay indicios de que puede ser estacional por su sensibilidad al calor (Puerto Rico, Haití, Cuba, el Sur de España). Y de lo contrario (República Dominicana, Ecuador). Hay señales de que afecta más a países de población envejecida (España, Italia). Y de lo contrario (Japón). Hay síntomas de que un potente sistema sanitario combate mejor la epidemia (Alemania vs. Brasil). Y de lo contrario ( EEUU vs. Haití). Hay países donde el extremo confinamiento o la relajación de medidas han dado insólitos buenos y malos resultados a la vez. Sus propios efectos sobre el organismo son objeto de controversia, de ser meramente respiratorios a inflamatorios, trombóticos... Creo que tardaremos más en encontrar un hilo causal racional digerible para nuestro cerebro de primates, de lo que tardará el virus en aburrirse e irse.

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  Sin embargo virus y bacterias suelen sentirse más cómodos con análisis estadísticos basados en leyes matemáticas que manejan mejor sus costumbres ludópatas a la hora, por ejemplo, de propagarse y mutar. Todo lo aparentemente azaroso, aleatorio o caótico puede analizarse y, cuando los datos son suficientes, modelizar su comportamiento y predecir su evolución. Si no aburro con la Ley de los grandes números, las variables aleatorias y los modelos deterministas o no, es solo porque todavía no he conseguido entenderlos, así que simplifico. Cuando el volumen de datos es muy alto -y en esta pandemia lo es como nunca- se pueden hacer sobre ellos modelos y se van seleccionando las -digamos- ecuaciones que mejor encajan con la curva evolutiva de los que se tienen. A medida que alguna de éstas vaya anticipando correctamente las siguientes series, se irá perfilando el -digamos- algoritmo que permita predecir la evolución futura representada en la curva. Tampoco descubro nada diciendo que hoy por hoy la bioestadística es la parte más importante de la epidemiología, sobre todo ahora que la conjunción del Big Data con la inteligencia artificial ofrece resultados espectaculares. Total, que estamos en condiciones de saber el cuándo de las cosas mucho antes que el por qué.

Era verdad. Aquí empiezan las buenas noticias.


  Las proyecciones de los modelos deterministas SIR (acrónimo de susceptible-infectado-recuperado), en particular el de la Universidad de Singapur, pero también de las de Washington y Texas, del MIT y del Imperial College, apuntan a que, si no la pandemia al menos su primera ola, está cerca de remitir. En Galicia quizá en el plazo de una semana o diez días el contagio será casi inexistente (como también predijo ya el 7 de marzo un estudio de la USC). En las zonas más castigadas de España tal vez a finales de mayo y, seguramente remita por completo en agosto. También en Francia. En Estados Unidos remitirá en junio y desaparecerá a principios de agosto. En junio en Alemania, en septiembre en Italia y Reino Unido. Todos tendremos un verano razonablemente tranquilo y en casi ningún país del mundo pasará de octubre.

  Es verdad que puede haber un rebrote. Pero también puede no haberlo. En cualquier caso nos encontrará mucho mejor preparados que hace un par de meses. Seguramente ya haya tratamientos que mejoren los síntomas, vacunas en desarrollo y más eficaces medidas de contingencia. Es poco probable que la mortalidad se acerque a la que ha tenido.

  Además puede que ya contemos con el mejor sistema de alerta temprana ante una reactivación del covid-19. Si algo iguala a ricos y pobres, blancos y negros, hombres y mujeres o a Agamenón y su porquero es el lugar donde terminan nuestros miasmas, deposiciones y los más íntimos fluidos corporales. Las aguas residuales. A falta de ajustar con precisión su sensibilidad, la detección mediante PCR del virus en el río de nuestros despojos es ya un hecho y permite cuantificar, monitorizar y hasta localizar cualquier foco de infección quizá incluso antes de que aparezcan los síntomas en la población.

  Creo, en suma, que la crisis sanitaria del coronavirus terminará más pronto que tarde. Mucho antes  de que sepamos por qué, ni en dónde acertamos o fallamos. Pero seguro que los mismos que no han visto venir el problema tendrán cientos de explicaciones distintas que demuestren que ellos siempre supieron la solución.

Aquí terminan las buenas noticias. Gracias por su paciencia


  Otra cosa será la crisis económica que deje y la germofobia obsesivo-compulsiva que nos pueda convertir en una sociedad de neuróticos. Pero esa es otra historia. Yo venía a vender optimismo.

viernes, 7 de febrero de 2020

Oscars 2020. Scorsese y los superhéroes


    Las películas de Scorsese han jalonado mi medio siglo de afición al cine, representando a su vez a una generación de cineastas que bebía orgullosamente de los clásicos. Por eso no pude estar más de acuerdo en su apreciación de que una cosa es el cine y otra las películas de superhéroes. Que es distinto contar historias que provocar espasmos con montajes frenéticos. Por poner un ejemplo, a mí juicio, Vengadores o las funestas secuelas pecuniarias de Star Wars son al cine de acción lo que los aparatos de gimnasia pasiva al deporte. Puro abdominazer -valga el aanacronismo- retiniano. Hay películas que me apetece volver a ver una y otra vez. Y no por enterarme de quién pegó o mató a quién en una reyerta caótica, o de si alguien dijo algo transcendental que me perdí en un barullo, sino porque siendo totalmente inteligible desde el primer visionado, se disfruta deshojando las capas de profundidad y paladeando la cadencia precisa que aporta la labor de un buen director cuando traduce un guión escrito a imágenes inolvidables y a emociones imperecederas. Y eso es El Irlandés. Pura delicia. Puede que sea larga, pero en absoluto lenta, siempre que uno disponga de tres horas y media para verla. Aunque entiendo que hoy, para el espectador medio, Lo que el viento se llevó o El Padrino serían miniseries de tres o cuatro episodios. El día que la vi pensé de inmediato que ninguna otra se acercaría ni de lejos a la categoría de película del año. O de la década, que una obra maestra de Scorsese son palabras mayores.
    Pero hay más, porque éste, la verdad, ha sido un buen año de cine. Y, como a Scorsese le perseguirá la maldición de Netflix en los Oscars, la favorita parece 1917. No voy a descubrir a Sam Mendes y su film es un verdadero prodigio, muy por encima de otros laureados falsos plano-secuencia totales como Birdman. Y uno se pasa la película completamente fascinado, pero sin desconectar un momento de cómo ha podido rodar esto o aquello y dónde ha puesto la cámara. No seré yo quien la tilde de videojuego, pues le sobra calidad artística, pero no me alcanza el efecto inmersivo que pretende (al final, la historia me da casi igual) deslumbrado como me deja su excelencia técnica.
    También me parece excelente "Érase una vez en Hollywood", por más que tenga mucho de autohomenaje de Tarantino, que ya es un género en sí mismo. Maduro y contenido, despliega todo su talento visual aunque, en mi opinión, la tensión narrativa descansa demasiado en la expectativa de un final que no se produce. Me pregunto si un segundo visionado no se resentirá demasiado de ello. Eso sí, el oscar a Brad Pitt, que lo merece más por otros papeles, está asegurado.
    Me gustaría poder menospreciar a El Joker, porque no es mi tipo de cine, pero es otra gran película. Es verdad que Todd Phillips partiendo del Deus ex machina marveliano que tanto me irrita y sobre un simplón mensaje antisistema, a base de retórica y ambigüedad moral y de una estética oscura y saturada, compone una película inquietante. Como su protagonista, Joaquin Phoenix, que ya es inquietante con solo decir buenos días, perturbador si levanta una ceja y aterrador si levanta las dos. No cabe duda que se llevará el oscar al mejor actor. Atrévete tú a negárselo.
    En un plano claramente inferior coloco a Historia de un matrimonio. O más bien de un divorcio. Más teatral que cinematográfica, luce dos interpretaciones magníficas, las de Adam Driver y Scarlett Johansson, aunque quien se llevará el oscar será Laura Dern. Curiosamente, la historia nos deja mucho más impresionados a los hombres que a las mujeres. El truco es sencillo. Puestos así, parecen dos personas excelentes atrapadas en una crisis matrimonial. Si les cambias el sexo, quien se va a Los Ángeles resultaría un perfecto hijo de puta.
   Dejo para el final la más extravagante, original y acaso talentosa de todas las películas que concurren este año a los Oscar. La coreana Parásitos, de Bong Joon Ho, es prodigiosa. Hace falta tanta sabiduría como ingenio y audacia para saber subvertir los géneros de comedia, drama y tragedia para conseguir a la vez una comedia trágica y una tragedia cómica enmarcada en un drama social. Tan llena de oficio como de atrevimiento.  Si alguna puede dar la sorpresa y desafiar al propio Sam Mendes es ésta.
    En la categoría de actriz principal, dudo poco de que gane Renee Zelweger, cuya interpretación es todo lo que aporta la muy prescindible Judy.  Y, ya puestos, espero que en la categoría de animación se lleve el premio Klaus, no porque sea española sino porque es la primera recomendación cinematográfica de mi hija de siete años con la que disfruto de verdad.

    La edad es una enfermedad que siempre va a peor. Puede que lo que mentalmente tenemos por sólido se haya convertido en rígido y nuestra sensibilidad intelectual, como nuestras rodillas, pierda colágeno y padezca de artritis y de artrosis. O puede que no. Pero yo sigo siendo de Scorsese.