Seguramente habría
sido un error escribir mi habitual comentario sobre las candidaturas a los
Oscar antes –tal como acostumbraba- de una ceremonia, que esta vez sí ha
superado mis expectativas.
El cine está moribundo, la calidad de las películas de este
año era como para declarar desierto el premio principal. De las diez nominadas,
cinco eran remakes totalmente innecesarios, dos obritas menores que el viento
se llevará en semanas y a una la salvaré de mi juicio porque, con la que está
cayendo, no tiene uno cuerpo de ponerse a ver una película japonesa depresiva y
lenta durante tres horas sobre cualquier cosa que haya escrito Murakami.
De las otras dos, una merecía mejor suerte. A pesar de que
no soy nada partidario del cine ni del activismo de Jane Campion y de que el
mensaje que destila El Poder del Perro es sectariamente oportunista, debo
reconocer que es una película sólida, con un guión bien construido, grandes
interpretaciones (casi todas merecían premio) y una producción impecable.
Habría sido una justa triunfadora en las categorías principales.
En cuanto a No mires
arriba, es una pena que haya malgastado una gran idea y unos medios suntuosos
con una narrativa de pura sal gorda, destinada a que ni el más retrasado dejara
de entender un chiste. Pero, a su éxito comercial indiscutible hay que sumar
otro éxito involuntario. A pesar de apuntar contra el trumpismo, consigue ser
leída de la misma manera desde el otro extremo y proporciona lugares comunes
que perdurarán en el tiempo. Eso es mejor que un oscar.
En la sección de innecesarias cabe preguntarse si merecía la
pena hacer una gran versión de una previa obra maestra, pero a Spielberg le
faltaba en el curriculum un musical. Del Macbeth de Joel Coen solo se salva la
estilizada fotografía. No consigue redimir a Lady Mcdormand y llenar las
Tierras Altas de señores feudales afroescoceses sacudiéndose espadazos, aunque a la postre haya
sido hasta premonitorio, me parece tan gratuito como una película china de
romanos.
Belfast es bonita, muy menor en la carrera de Kenneth
Branagh pero digna de puro oficio. También es bonita Licorice Pizza, desde un
punto sentimental y blandito que no sabía que tuviera Paul Thomas Anderson.
También puede parecer innecesario este punto y aparte, pero
prefiero separar mis opiniones sobre El Método Williams de las demás. Es verdad
que la de Will Smith es una gran interpretación. Es difícil pasar más tiempo
poniendo muecas a la cámara si no eres Jim Carrey. Pero Will es el que paga,
así que chupa plano todo el rato. Con una hagiografía que convierte al progenitor
de Venus y Serena en padre modelo y poco menos que en héroe de los derechos civiles,
soslayando todas las polémicas aristas del personaje, que podría estar más
cerca del perfil de un psicópata o un maltratador. Ahí sí habría habido
película. Y papel memorable. Pero no es lo que vende Smith.
Y, con estos antecedentes, comienza la gran ceremonia, una
orgía de la corrección política, la cultura woke y el pánico a la cancelación. Cuidado
con decir algo inapropiado o tocarle un pelo a alguien. La Academia demuestra
sus estándares antirracistas y de género con dos presentadoras negras y una
blanca y su compromiso social no mentando a Ucrania (solo Coppola, por su cuenta,
tuvo esa dignidad). Se alcanza uno de los hitos de la noche. Ariana Debose, que
no habla español aunque es hija de puertorriqueño, se autodefine como la
primera afrolatina queer (sic) en ganar un oscar. Hay un rumor persistente
sobre que El Poder del Perro puede verse
amenazado por una película inesperada y pequeña, pero comprada por un gigante.
CODA es un canto a la inclusividad, una amable, simpática y tierna obra indie
triunfadora del Festival de Sundance aunque realmente, más que un remake es un
plagio pagado del filme francés La familie Belier, de 2014, a la que parasita
por completo sin aportar nada más que el cambio de ámbito geográfico. Se lleva el premio al mejor actor de reparto,
al mejor guión adaptado (en serio) y cuando ya se atisba que esta dulce historia
de una niña normal con una encantadora familia de sordomudos, que quiere ser
cantante se impondrá a la brillante denuncia de Jane Campion sobre la
masculinidad tóxica, entonces…
…entonces llega al escenario un cómico afroamericano
especializado en bromas zafias, le dedica unos comentarios sexistas de dudoso
gusto a una pareja de actores españoles blancos nominados, que le ríen la
gracia con deportividad progresista y, no contento con ello, le toma el escaso
pelo producto de una desgraciada alopecia a una señora afroamericana con la que,
al parecer, estuvo liado porque es público y notorio que ésta tiene una
relación abierta con su marido, también afroamericano y allí presente. Y éste
último, que minutos más tarde ganará un oscar, en un gesto heteropatriarcal y
machista, como si su señora necesitara que la defendieran, se levanta, camina
hacia el escenario y responde de un guantazo, con la violencia propia de su
masculinidad tóxica al comentario ofensivo del otro afroamericano, para volver
a su asiento profiriendo amenazas y juramentos con unos gritos tan poderosos
que hasta los discapacitados auditivos que más tarde triunfarían en la gala,
consiguieron oír.
Al final no se hablará de CODA, ni de El Poder del Perro, ni de Dune, la acaparadora de oscars técnicos. El auténtico climax que arrollará todo lo demás, estaba allí, en una ceremonia inolvidable, que permanercerá en la memoria.
Qué maravilloso homenaje al esperpento y al aquelarre, a
Valle Inclán y a Goya. Y a Gilda, aunque ahora dejará de ser la bofetada más
famosa de la historia del cine. Hay que reconocerle a Hollywood que al menos la
decadencia irreversible de la industria cinematográfica haya tenido un funeral
a la altura.