jueves, 22 de septiembre de 2011

Recortable educativo

Miles de sufridos profesores han tomado hoy las calles de Santiago y de Madrid en protesta por los recortes en la calidad de la enseñanza pública, elaborado sinónimo del incremento de las horas lectivas semanales a 25 en Galicia y a 20 en Madrid. Resulta llamativo que la convocatoria haya tenido mucho más éxito en la capital del Reino, donde acaso las horas coticen más minutos. En lo que todos coinciden es en la consideración de que a mayor trabajo de los enseñantes peor es la calidad de la enseñanza. Este dato me confirma la estupidez de la mayor parte de mis amigos, que envían a sus hijos a colegios privados, donde cada docente imparte como mínimo esas 25 horas que convertirán a sus alumnos en perfectos cenutrios incapaces de competir el día de mañana con sus compañeros de la escuela pública. Y pagando, oiga. Quizá sea eso, una oscura conspiración a favor de la enseñanza privada (algo he oído) para, rebajando la calidad de la pública, equipararlas convenientemente a qué sé yo qué intereses mercantiles.
Durante días tirios y troyanos y sus respectivos medios han esgrimido titulares sobre datos estadísticos que demuestran una cosa y la contraria. Ya se sabe que la estadística es puta y promiscua y se va con cualquiera sólo por joder. Lo que llama la atención es que todos se remitan a la misma fuente, el informe de la OCDE Panorama de la Educación 2011 (Education at Glance 2011), unas 495 páginas en inglés de datos comparativos. Para los menos valientes incluyo aquí un resumen de seis páginas referidas a España.

A la luz del susodicho informe, tienen razón los que afirman que los docentes españoles imparten más horas lectivas que la media de la OCDE, 880 horas frente a 773. Y además en menos tiempo, en 37 semanas (porque disfrutan 10 días más de vacaciones que la media). Dividiendo horas por semanas obtenemos algo más de 23 horas semanales. Que vayan celebrando en Madrid que van a trabajar menos. Eso sí, también es verdad que el número total de horas trabajadas al año es de 1.425, o sea, 235 menos que las 1.660 que promedia el conjunto de países (véase pag. 428).

También atinan los que sostienen que los profesores españoles están entre los mejor pagados del mundo. En datos ponderados sobre poder adquisitivo y excluyendo a Luxemburgo, país que sólo sirve  para blanquear dinero y reventar estadísticas, en todas las escalas salariales están entre los dos o tres países con mayores retribuciones (pag. 415). Si además se comparan estos emolumentos con los salarios de otras profesiones de titulación universitaria superior, nuestros profes son como La Roja, campeones del mundo indiscutibles (pag. 417). Falta les hará para afrontar los gastos ingentes que suponen las 15 semanas de vacaciones.
Llama también la atención que pese a tener una de las ratios más bajas de alunmos por profesor (8,6 frente a 13,5) España supera levemente la media en alumnos por aula (pag. 404). No acabo de adivinar si faltan alumnos, sobran profesores o escasean las aulas. A mis amigos manirrotos e inconscientes que perjudican la educación de sus polluelos en caros colegios privados decirles que en éstos, encima, tienen unos 15 pupilos por docente.
Y si eso no basta, decir también que, ponderado el PIB por habitante, la enseñanza pública española es la tercera del mundo en mayor gasto por estudiante. Ahí es nada.

Cómo se puede hablar de recortar el despilfarro, de aumentar las horas de trabajo, de reducir el gasto, si con el ímprobo esfuerzo de estos sufridos huelguistas y sus mariachis sindicales, la decidida inversión del Estado y la inteligente gestión de nuestros sucesivos gobernantes estatales y autonómicos hemos conseguido colocarnos según el último informe PISA en el puesto 34 del mundo en comprensión de lectura, en el 36 en Matemáticas y en el 37 en Ciencias.

Y, si encima despiden a los interinos, quién va a ser ahora capaz de encender el ordenador, conectar el cañón o hablar en inglés, ¿eh?. O es que van a obligar a los funcionarios a reciclarse y aprender Física postnewtoniana. Qué quieren, ¿que acabemos tan mal como en la enseñanza privada, como los hijos de los burros de mis amigos?