Editorializaba ayer el diario El País, con loable elegancia estilística, que "las horcas caudinas por las que se ha visto obligado a pasar Barack Obama bajo la mirada triunfal de los republicanos acabarán por arruinar la efectividad de la política fiscal", en referencia al acuerdo para elevar el techo de la deuda.
El hecho de que alguna desmesura en la metáfora la acople un poco a martillo sobre el tenor de la disputa parlamentaria, no resta mérito periodístico a tan culto giro en tiempos en los que es bastante más común encontrar un error ortográfico en un titular de portada.
El desfiladero de las Horcas Caudinas, que atraviesa los Apeninos, fue escenario de una emboscada durante la Segunda Guerra Samnita en el siglo IV A.C. Un ejército romano comandado por el cónsul Espurio Postumio Albino, de tan infortunado nombre como destino, padeció la más humillante derrota de Roma en todo el período de la República. Los prisioneros, desarmados y desnudos, fueron obligados por los samnitas a pasar inclinados bajo un yugo como los de uncir bueyes, formado con las lanzas de los vencedores. Tal fue la ignominia y el deshonor de la rendición que buena parte de los legionarios renunciaron a volver a sus hogares y el Senado llegó a prohibir las fiestas y hasta los casamientos durante un año. La humillación tomó el nombre del lugar y la expresión pasar por las horcas caudinas o pasar bajo el yugo pervivió en la memoria de Roma hasta el punto de que tres siglos más tarde el propio Julio César infligió similar oprobio al caudillo galo Vercingetorix, obligándole a inclinar la cerviz al paso bajo el yugo de las lanzas romanas.
Del mismo hecho deriva la expresión subyugar, en su primera acepción de avasallar o sojuzgar y, en sentido más figurado, también en su significado de embelesar o cautivar.
No deja de ser curioso que el mismo Obama que ha subyugado con embeleso a gran parte de la sociedad estadounidense haya terminado - a juicio de El País- humillantemente subyugado por los bárbaros del Tea Party.