Bajo la inocente apariencia de una campaña contra el vandalismo, la Policía Nacional ha difundido a través de las redes sociales un vídeo con el que, en principio, pretende concienciarnos de que los destrozos de unos pocos los pagamos todos. Así, según ilustra el documento, reponer un contenedor de basura quemado cuesta 900 euros, una marquesina rota 10.000 y una señal de tráfico 2.500. No seré yo el que defienda a los cafres descerebrados que encuentran un placer insano -cuando no un demente cauce de expresión- en destrozar el mobiliario urbano, pero me malicio que detrás de la campaña se esconde el sutilísimo mensaje policial de: "Oiga, no sería mejor que, en lugar de perseguir a quinquis desharrapados de quién sabe qué tribu urbana, vayamos directamente a detener al fulano que vende al municipio un contenedor de plástico por 900 euros, cuando se encuentran con facilidad a precio minorista por unos 200. O una marquesina de las de esperar el autobús en un banquito, por el precio al que El Corte Inglés te amuebla la acera entera. O esa señal de lata que cuesta lo que una tele de plasma de sesenta pulgadas. Y, por supuesto, detengamos también al desalmado responsable público que se lo compra con el dinero del contribuyente."
Sí, señor. La Policía no da puntada sin hilo y señala veladamente a todas esas operaciones Pokémon, Carioca, Gürtell y ciento más, con las que anda ocupada que, como las carcomas, para cuando salen al exterior indican fatalmente que ya está todo el mueble infestado.
Muy académica y certeramente describe Cesar Molinas a los verdaderos responsables de lo caro que estamos pagando el pato de la crisis, en su imprescindible Teoría de la clase política española, publicada en El País. Cataloga a los políticos patrios como una élite extractiva, dotada de un "sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio". Ya de por sí, la proliferación de esta clase parasitaria es galopante, pero si además aplicamos la incontinencia descentralizadora que ha padecido España en las últimas décadas, la infección se multiplica hasta lo irreversible y fatal. Si tuviera gracia sería como un chiste de vascos: oye Aitor, cuánto es 100 entre 17. Infinito me sale, Patxi. Pues poco me parece, oye. Total, que la nómina de cargos públicos de designación política se nos ha ido a más de 440.000, las empresas públicas inútiles a miles y el número de Entes, Organismos y chiringuitos de la tupida red clientelar... ni se sabe.
Y aunque hayan sido y son los partidos nacionalistas los primeros promotores de esta demanda interminable -ahora hasta piden la secesión con los gastos pagados-, son los partidos que han gobernado y los que no, los que han convertido esta alegre e insostenible hipertrofia administrativa en su modus vivendi, para acomodo -como dice Molinas- de deudos, familiares, nepotes y camaradas.
Lo peor es que siempre lo hemos sabido. Como decía a la juez el imputado dueño de la empresa Vendex: Señoría, ¿pero cómo cree que se consiguen las adjudicaciones? Y hemos mirado hacia otro lado, entonando los socorridos mantras de la corrección política: que si la corrupción no es algo generalizado, que si la gran mayoría de los políticos son honestos ... Como si no fueran sospechosos unos sujetos cuyo meritoriaje dentro de sus partidos consiste en lamer culos y pisar cabezas, para ascender en la torre y cambiar de culo y cabeza.
Eso sí, ahora nos recetan austeridad. En los recientes presupuestos un 52% del ahorro se detrae del despilfarro y un 48% de rascarnos aún más el bolsillo para mantenerlo. Que esto es como si el alto cargo que se pega una mariscada, sale del restaurante a buscar al primer transeúnte para pagar la cuenta a medias. Oiga, que antes era peor, que se la pagábamos entera. También es verdad.
En fin, no me queda más que felicitar a la Policía Nacional por la fina ironía de su vídeo y por ser hoy el día de su patrón, Los Ángeles Custodios. Que digan bien alto que la Policía no es tonta.
Que si hay colillas... 20 céntimos de impuestos cada una para que siga el latrocinio.