Al otro lado de la puerta de mi casa, vive mi vecino John, con su mujer Susana y sus dos hijos. De rostro amable y aspecto incluso más desaliñado que el mío, este inglés del Norte desafía el frío Nordeste coruñés (que al fin y al cabo viene de su tierra) sin apearse de su atuendo de veraneante de camping, fiel a su camiseta y sus bermudas hasta en lo más desapacible del invierno. Aunque solo intercambio con él conversaciones de ascensor -a las que parece tan poco aficionado como yo- sus ojillos vivaces me inspiran simpatía. Detecto en ellos un brillo travieso, como al borde de cualquier socarronería genial que acaso se pierda por el camino de la traducción mental del inglés a un castellano más que aceptable, pero que no parece el idioma en el que piensa. Como mi tono cordial no es mucho más que una forma de impostar mi timidez, calculo que necesitaríamos unos treinta pisos por encima del quinto para tener alguna entretenida conversación que siempre se queda en promesa.
Alguien del edificio me dijo que era escritor. Como en su buzón, contiguo al mío, figura su nombre completo -John Barlow- no tardé en preguntar al señor Google por su obra que, para mi decepción, está publicada en inglés. Sí, puedo leer en ese idioma pero me causa casi tanto esfuerzo como a Champollion descifrar la piedra Rosetta y no me espera a cambio la recompensa de la inmortalidad. Así que por un tiempo abandoné mi primera intención de fisgar en el talento literario del vecino. Una ulterior búsqueda más diligente me reveló la existencia de dos de sus libros publicados en español, aunque solo en versión digital: Avenida Hope, que pertenece a su aclamada serie de novelas negras ambientadas en su Leeds natal y Un año en Galicia (Everything but the squeal, en el original inglés ) con cuya lectura golosa este verano he disfrutado como un marrano en un charco, expresión presumiblemente desafortunada que pido se me dispense porque que de cerdos va la cosa. Desde las primeras páginas se propone la aventura de comerse un cerdo de morro a rabo sin dejarse nada en el camino que lo llevará a recorrerse, análogamente de punta a cabo, su tierra de adopción gallega. Nada más atinado, porque si existe algún elemento telúrico y vertebrador imprescindible para comprender la idiosincrasia de Galicia, sin duda es el cerdo.
Con la excusa del despiece porcino, su prosa elegante y afilada de ironía amable, que proporciona momentos verdaderamente hilarantes, retrata el carácter de un pueblo enroscado en la retranca, insólitamente empeñado en declararse celta y que a nada teme más que a una corriente de aire. Mucho más allá del tópico ofrece una visión tan lúcida como divertida de una tierra que consigue vivir desde dentro y desde fuera. En la persecución de las excelencias y extravagancias culinarias de este animal totémico y transversal donde los haya, despliega su confesa glotonería pero también el finísimo estilo de escritor gastronómico para distintas revistas de gourmets. No descarto que su otra condición, la de escritor de novela negra, influya en que el libro termine en matanza.
Por más que su intención pueda ser revelar a un público anglosajón las esencias ancestrales de esta esquina del mundo a través de una iconografía tan carnal como lúdica, nadie mejor que un gallego para reconocer en este libro un excelente retrato de nuestro ombligo colectivo.
Por más que su intención pueda ser revelar a un público anglosajón las esencias ancestrales de esta esquina del mundo a través de una iconografía tan carnal como lúdica, nadie mejor que un gallego para reconocer en este libro un excelente retrato de nuestro ombligo colectivo.
Barlow merece con su obra un lugar destacado en la ilustre nómina de hispanistas británicos. Sus incursiones en la Galicia profunda y laberíntica evocan a Gerald Brennan recorriendo la Alpujarra, aunque con la ironía de un Monty Python en Judea y el simpático deje guiri de Michael Robinson. Para entender Galicia, como para entender España puede que sea necesario ser inglés.
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