domingo, 12 de febrero de 2023

Palabras para Julia II


 Hace poco más de los diez años que tienes conjuraba la incertidumbre de esperarte evocando el poema de José Agustín Goytisolo y aquí dejé mis propias Palabras para Julia, el nombre que finalmente te dimos. No eran buenos tiempos en el mundo pero quise aparcar mi pesimismo ilustrado para saludar tu llegada. Por mal que fueran las cosas, si de algo estaba seguro es que en tu vida no padecerías las pandemias, el ascenso de los totalitarismos y las guerras de la época de tus bisabuelos. No es extraño que haya tardado tanto tiempo en continuar aquella conversación con el futuro. 

 No sé en qué momento empecé a ser consciente de que con tu llegada había dejado de ser el protagonista de mi propia vida. Para cuando me di cuenta ya había perdido la mitad de los diálogos y todos los primeros planos. Le pasó menos a mi padre y nada al suyo pero las paternidades contemporáneas vienen muy bien para comprender la inflación espaciotemporal posterior al Big Bang. No hay más que comparar la cantidad de espacio y de tiempo que ocupa un niño de ahora con tres de los de antes. Quizá por eso escribo esto en un avión, hacía mucho que no tenía diez horas libres seguidas.

 Cuando jugaba a imaginarte, no sabía lo que traerías de serie. Uno se espera lo mejor pero algunas de tus capacidades para la música y los idiomas me han sorprendido. Es tentador buscar en ti mi contribución genética, como si algún gen bajito con mi cara reivindicara dentro de tus cromosomas que no le habían dejado expresarse correctamente antes. Pero, por patético y científicamente absurdo que parezca, lo que no es negociable es querer defenderlo como si de un valioso legado generacional se tratara, del que ahora eres la única depositaria. Me sorprendo buscando en nuestros comunes antepasados líneas evolutivas por las que jamás había sentido interés ni curiosidad. Será para redimirme de la condición de eslabón de una cadena que ya no termina en mí sino en ti. 

Ahora que empieza a asomar tu adolescencia  comprenderás mejor que nunca que crecer se convierte en adquirir responsabilidades y obligaciones que tú no has elegido, que gente del siglo pasado, incapaz de distinguir un Pikachu de un Jigglipuzz va a decidir por ti a qué tienes que dedicar tu tiempo. Lo creas o no, la gente de mi edad tuvo alguna vez diez años, aunque fueran en blanco y negro. Recibíamos órdenes mucho más militares que didácticas, nos echaban a jugar a la calle como a las vacas al prado y nos estabulaban temprano para dormir. Nos abonaban con paladas de valores tan contrastados que no necesitaban mayor explicación. Muchos de ellos nos impregnaban todavía al emerger a la vida adulta y, aunque bastantes no llegamos a ponerlos en práctica (ya sabes, haz lo que digo, no lo que hago) nos han dejado una pátina de lo correcto, lo moral y lo conveniente que pretendíamos usar como brújula para la educación de nuestros hijos.

 Nos enseñaron (lo aprendiéramos o no) a creer en el esfuerzo, a afrontar las dificultades con abnegación y sin victimismo, nos educaron en el respeto y la humildad y no en el empoderamiento.  De haber nacido Rafa Nadal veinticinco años antes, nos habrían ahorrado tediosas lecciones de Ética diciéndonos: mira... intenta parecerte a éste y venga. Y, quizá porque amanecimos con la libertad, estimamos como un gran valor el pensamiento critico. Veníamos de tiempos oscuros donde la religión predominaba sobre la razón. O eras pío o impío, no había término medio. Se pertenecía al consenso o a la herejía. En nuestra juventud libertaria simpatizamos instintivamente con los herejes, aunque no siempre tuvieran razón. En tus tiempos vuelve a ser peligroso cuestionar lo canónico (ahora llamado corrección política). Con la misma furia bíblica con la que antes te excomulgaban ahora te cancelan o te tachan de negacionista. Me cuesta, Julia, me cuesta, animarte a que, desde la honestidad intelectual,  te rebeles contra lo establecido si la razón no lo ampara, a que nunca des por hecho aquello que puedas comprobar, aunque te aleje de confortables identidades de grupo. Y me cuesta porque soportaría peor que tú que te hagan daño.

 Los padres somos unos prodigiosos imaginadores de peligros. Tenemos la sensibilidad de un detector de neutrinos presintiendo catástrofes inminentes para nuestros retoños. Y eso nos llena de miedos. Pensamos con todos esos miedos y entiendo que es licito desconfiar de nuestros consejos. Galileo padeció el juicio de la Inquisición cuando ya era un anciano. De haber sido joven, seguro que su padre se lo habría llevado de una oreja (epur si muove te voy a dar yo al llegar a casa).

 A diferencia de las madres los padres estamos programados biológicamente para propagar nuestra dotación genética con rampante alegría y total despreocupación -siempre que surja la oportunidad-, aunque ahora nos prevengan contra la masculinidad como si fuera el tétanos. Andamos justos de herramientas evolutivas que nos ayuden a procesar el querer a alguien mucho más que a nosotros mismos, que es lo que me ocurre contigo. Por eso colapsamos con facilidad cuando intentamos orientaros hacia un futuro de bienestar y felicidad. Asumimos la responsabilidad pero la manejamos con torpeza.

 Intento persuadirte de que tu capacidad no merme tu esfuerzo, de que la superación es mejor camino que la igualación, de que a ser competente se llega compitiendo, aunque sea con uno mismo. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo mas y aquí me quedo. Querría convencerte de que la tolerancia es la base de la libertad, que respetes a los que no piensan como tú y aprendas todo lo que puedas de ellos, que nunca busques un grupo que piense por ti. Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría, tu canción entre sus canciones. Puede que te enseñen otras cosas, quizá todo lo contrario. Haré cuanto pueda contra quien quiera llevarte a llorar ante el muro ciego.

 Confieso que me gusta cada vez menos la sociedad en la que tendrás que vivir pero ya es la tuya, no la mía. Si algo puede cambiarla a mejor será el empuje de la juventud, no los miedos de los viejos. Así que sé valiente, honesta y si hace falta rebelde, aunque yo ya empiece a lamentar haberlo escrito. Sigo queriendo creer lo que te escribí hace diez años.

La vida es bella ya verás
cómo a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos 

 Querida Julia, te escribo poco para todo lo que representas en mi vida.  No todo nos ha sido fácil pero de todo hemos salido y a pesar de los pesares el resultado es tan deslumbrante como la alegría que llevas dentro. Nunca la pierdas, por ella vivo. Al menos mi condición de padre me exime de ser objetivo. Soy consciente de que viajo ya en tu barco y que pronto dejaré del todo el timón para, a lo sumo, izar alguna vela pequeña. I'm sailing right behind, que diría Paul Simon. Buena mar, Julia.


Y siempre, siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso


Y, si es necesario, recuérdamelo.