viernes, 12 de febrero de 2016

Ondas gravitacionales para dummies (como yo)

Pocas veces he asistido a una mueca de entusiasmo tan forzada como la que ha dibujado en la prensa el anuncio del descubrimiento de las muy predichas ondas gravitacionales. Imagino la cara de memo de muchos redactores como la que se le queda a uno cuando el mecánico de tu automóvil te dice que por suerte el fallo en el manocontacto del radiador no ha afectado a la junta de la culata. ¿Lo qué? Es tan difícil encontrar al experto que explique inteligiblemente la transcendencia del hallazgo como al periodista cuyas preguntas al experto no revelen que no ha entendido nada. Así que he decidido compartir con gente de similar perplejidad el resultado de mis propios esfuerzos por intentar comprenderlo, aun con tan poca fe en mis entendederas como en mi capacidad didáctica.

Dado por sabido que según la Relatividad General las grandes masas deforman el espacio-tiempo como lo haría una esfera de metal sobre una tela elástica y que esa deformación es la responsable de la atracción gravitatoria, Einstein predijo también que como esas masas (pongamos una estrella) no eran estáticas, la energía gravitatoria producida por su movimiento o su alteración (pongamos la explosión de una supernova) debería transmitirse a través de ondas, que deformarían en cierta medida el tejido del espacio-tiempo y  viajarían a la velocidad de la luz, las llamadas ondas gravitacionales.

El problema es que, contra lo que pueda parecer, la fuerza de gravedad es extremadamente débil en comparación con las otras tres fuerzas que conocemos. La siguiente en debilidad es la fuerza electromagnética. Cualquiera que haya visto en un desguace a un coche colgado de un imán puede comprender que es mucho más poderosa la atracción electromagnética de un pequeño trozo de metal imantado que  la energía gravitatoria de todo el planeta Tierra que tiene debajo. De lo contrario, el coche se caería. Así que para poder detectar las ondas que nos ocupan hace falta que coincidan dos cosas: una liberación de energía gravitatoria brutal (en concreto ha sido la colisión de dos agujeros negros) no demasiado lejana y unos instrumentos de medida finísimos, capaces de detectar una oscilación de al menos una trillonésima de metro. Divide un metro por un millón, lo que te quede otra vez por un millón y de esa mingurria miserable extrae otra millonésima parte. El instrumento se llama LIGO.
Vista aérea del LIGO
Imagínate un bar con cuatro kilómetros de barra. Pues ahora haz una L con otra barra de cuatro kilómetros. Pues en ese bar, pesadilla de cualquier camarero, sólo hay dos vasos de tubo larguísimos por los que circulan dos haces de láser que rebotan en un espejo y vuelven al punto de partida, donde se mide si se han mareado por el camino. Vamos, que es como si al pobre láser, un guardia de tráfico cruel hasta la sevicia le hubiera hecho caminar en línea recta y le hubiese multado por alcoholemia por desviarse medio protón. El láser, con razón, alegaría que no ha bebido ni gota, que ha sido una onda gravitacional generada hace mil millones de años que, casualmente, en aquel momento pasaba por allí. Ya, a ver otra excusa, tirillas. Pues no, no era coña, la excusa ha resultado ser cierta.

Ahora bien, en el poco probable caso de que haya conseguido explicar correcta y comprensiblemente lo anterior, ¿para qué carajo nos va a servir detectar las dichosas ondas y desaprovechar para mejores usos semejante local de ocio?

El barullo científico-periodístico tampoco arroja mucha luz, que si una nueva ventana al universo, que si un salto cualitativo, que si patatín, que si patatán. Pero dónde está la chicha. Vamos a ver, ¿para qué nos ha servido conocer las ondas de sonido? Para que Messi no esté seis meses de baja por una operación de cálculos renales, cuando se le puede hacer una litotricia por ultrasonidos. Al menos les ha venido bien a los del Barça. ¿Para qué nos ha servido descubrir la radiación infrarroja del espectro de las ondas electromagnéticas? Pues para no abrirle a tu cuñado cuando llama por la noche al portero automático o para poder cambiar de canal el televisor desde el sofá sin tirarle chinitas al botón, amén de detectar estrellas y galaxias bloqueadas por la luz visible. ¿Para qué nos ha servido descubrir los rayos X? Pues, contra lo que esperábamos, no para que unas gafas te dejaran ver debajo de la falda de la vecina, pero sí para saber si tiene fracturado el coxis o si un quásar se come una galaxia. Pues el conocimiento de las ondas gravitacionales, bien distintas de las electromagnéticas, quizá nos permita ver el universo más allá del muro de lo que conocemos, con una mirilla nueva, comprender mejor la gravedad y perseguir al esquivo gravitón por las dimensiones desconocidas en las que se esconde y domesticarlo como a los electrones. Imagina cuánto mejor que las odiosas dietas, sería quitarse cuarenta kilos en un milisegundo. O atisbar lo desconocido mirando debajo de las faldas de los agujeros negros. Y, por Dios, que nadie le saque punta a esto último.

5 comentarios:

  1. Menos mal, por fin se ha hecho la luz en mis conocimientos siderales gracias a mi muy estimado Juan Nadie y podré dormir tranquila y dejar de preguntarme si es que el esquivo gravitón se habrá perdido, acaso no quiera ser encontrado o sabré qué hay más allá del Muro...sin esperar a la siguiente temporada de juego de tronos, lo cual seguro tendría mayor repercusión mediática , aún si cabe. Anónima.

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  2. Me ha encantado compi , lo leeré varias veces y con gafas y todo a ver si consigo entenderlo pero bonito ya es.

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  3. Pero, ¿quién te ha dicho que no lo habíamos entendido?.
    Lo único que no he entendido es si estas ondas gravitacionales son expansivas y si pueden reducir o no la gravedad del agujero negro que están atravesando actualmente los mercados. No será que las ondas electromagnéticas emitidas por las tarjetas black y similares son realmente las culpables del agujero negro en el que ha caído la economía mundial.
    Un compostelano, español...

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  4. Grande, Jose... el Carl Sagan comostelano-coruñés. Pocos escondites le quedan ya al Dios bíblico. Creo que está agazapado tras unos pedruscos en un remoto asteroide de la constelación de Orion rezando para que los humanos no lo encontremos...
    Por cierto, yo todavía no he conseguido escapar a la atracción de la fuerza más poderosa de la naturaleza. Pero lo sigo intentando.
    Un abazo.

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  5. Se entiende pero no es fácil de asimilar. Me pasa como como con la física cuántica, se escapa del razonamiento de los que nos enseñaron que el mundo se creó en 7 dias, bueno 6 realmente. Pero no es poco que hayan podido medir una variación así, esperemos que nos sigan sorprendiendo con otros descubrimientos.
    Mientras tanto continuaremos viviendo en el mundo que percibimos con los sentidos porque más lejos va a ser difícil llegar. Y si analizamos nuestra realidad inmediata es como para apuntarse voluntario para el viaje a Marte.
    Pero al menos alguien nos explica un tema que tiene tanto valor cientifico como escasa aplicación práctica. No era fácil hacerlo. Enhorabuena y gracias.

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