Uno de los indicios más evidentes de la existencia de universos paralelos es el que algunos padres experimentamos cuando alimentamos a nuestros hijos pequeños. Mientras distraídamente propinamos cucharadas asistidos por youtube, ocurre a veces que una leve conmoción sacude nuestro cuerpo. Algo que debía estar ahí ya no está. Y en su lugar hay otra cosa. De pronto la gallina que era como una sardina enlatá y estaba toda desplumá, se encuentra correctamente enlatada y desplumada, aun con la rima a machamartillo. Puede parecer una cuestión menor porque, aparte de las discusiones doctrinales sobre si la gallina era turuleta o turuleca, el cambio hacia la corrección gramatical no supone una alteración sustancial del Universo. Pero la cosa se vuelve inquietante cuando seguimos canturreando solidariamente con la criatura y sus cantajuegos digitales y detrás del célebre Que llueva, que llueva aparece -horror- la niña de la cueva. Resulta particularmente estremecedor porque uno evoca de inmediato a la fantasmagórica niña de la curva, que se aparecía justo donde ocurrió el trágico accidente. Ya, sé que hay explicaciones aparentemente verosímiles, como que la original Virgen de la cueva podría ofender gravemente a los niños de esta sociedad laica y multicultural, del mismo modo que nos dejó gravemente traumatizados a sus padres. Pero obsérvese que el cambio es mínimo: entre cueva y curva hay apenas una letra de diferencia, una sutileza propia de quien pueda estar mangoneando los hilos espacio-temporales del Cosmos intentando que no nos enteremos. No bromeo con esto. Ya sostuve en un artículo anterior la posibilidad matemática de que el Universo se trate en realidad de una simulación informática. Puedo comprender el escepticismo, pero hay signos todavía más evidentes. Había otra niña que, antes de almorzar, iba a jugar pero no podía porque tenía que lavar, planchar, coser y, en general, que hacer todo tipo de tareas sexistas injustas que le privaban de su lúdico asueto. Pues atentos, porque intentan hacerla desaparecer de nuestra memoria reemplazándola por un marido que fue a correr pero no pudo por tener que planchar, ni pescar por tener que tender, ni ir al billar por tener que cocer.
¿Casualidad?
No es acaso posible que exista un Gran Hacedor que deliberadamente sí juegue a los dados con el Universo. Y que no sea otro que la niña, que harta de no poder jugar por la acumulación de tareas domésticas, haya dejado la curva y que maneje los hilos temporales paralelos desde la cueva. Y que, después de tanto tiempo, tampoco sea virgen.
Llamadme loco, pero que no se diga que no he avisado.
Resulta evidente que el razonamiento tiene una base empírica. Nunca en la historia de la humanidad, el desarrollado tecnológico ha sido más rápido y paralelamente los códigos éticos han evolucionado. Unos avances tan importantes han generado desajustes en una sociedad acostumbrada a los lentos y suaves cambios.
ResponderEliminarSin embargo, algo ha permanecido inalterable en el último siglo, inmune a todos los vertiginosos cambios. Las canciones infantiles se repiten generación tras generación sin cambiar músicas ni letras que, analizadas en sus contenidos, deberían ser modificadas para actualizarlas a nuestra realidad social.
Ahí están y las conocemos todos. De plena actualidad en colegios y hogares. Creo que las madres de la patria deberían proponer un nuevo cancionero infantil en la nueva ley de educación que seguro se debatirá enseguida.