viernes, 28 de junio de 2019

Cuando una imagen engaña más que mil palabras


Sugiere Emmanuel Carrere en su novela El Reino que el éxito de Pablo de Tarso en difundir de modo fulminante el cristianismo por Grecia y Asia Menor radicaba, no tanto en predicar la venida del fin del mundo, como en el hecho de que ese armagedón sería inminente, que no quedaba tiempo que perder para ponerse a salvo con la observancia de los muy asequibles (para la época) preceptos morales del Evangelio. Verdad es que el fin de los tiempos no llegó, pero eso no suele menoscabar el predicamento de las sectas apocalípticas. Para muestra, dos milenios de cristianismo hegemónico.

Qué no haría hoy un maestro del marketing como San Pablo con los poderosos instrumentos de la comunicación moderna. La foto que encabeza estas líneas ha sido vista por muchas más personas de las que han leído la Biblia en el último siglo. Todos los diarios la han publicado, todos los noticieros televisivos la han emitido, todas las redes sociales la han comentado. Lo cierto es que es bonita, da la impresión de que los perros caminan sobre la superficie del agua, algunos incluso creerán que lo hacen (huya de esta gente). Y en todos los medios, sin excepción, hasta en aquellos que presumen de reputación y de verificar sus fuentes, se ha usado como prueba irrefutable que ilustra el apocalipsis del hielo ártico fundido por nuestros pecados. Poderoso mensaje.

A la verdad se llegaba rascando bien poco. Bastaba con preguntar al autor de la foto -Rasmus Tonboe, del Centro para el Océano y el Hielo del Instituto Meteorológico Danés-, que la publicó en Twitter. La imagen, tomada en Groenlandia, no es ninguna rareza. Ocurre que durante el deshielo estival de los glaciares a veces la banquisa (la capa de hielo marino) es demasiado gruesa o espesa y no deja drenar el agua a su través y ésta se queda depositada encima. Lo que realmente pisan los perros del trineo es una capa de duro hielo de un metro y veinte centímetros de espesor. Algo que ya vio el propio Amundsen hace más de un siglo y que se repite con relativa frecuencia, que el hielo esté más grueso de lo normal.

 En suma, que aunque uno se haya conmovido con los angustiosos trinos de Pedro Sánchez o Pablo Iglesias en Twitter, la foto informa de lo contrario de aquello con lo que se alarma. Pero el daño mental masivo ya está hecho.


Otro camelo bastante grosero son las dramáticas escenas de osos polares famélicos que se acercan a entornos urbanos para procurar el alimento que ya no encuentran en su derretido ecosistema. No deja de ser curioso que si se tratara de jabalíes o de lobos cerca de casa comprenderíamos fácilmente que es más un problema de sobrepoblación descontrolada y de que resulta más fácil encontrar comida en la basura humana o en los corrales que buscarla en el monte. Pero erre. Esta osa siberiana que merodeaba estos días por un vertedero demuestra viralmente que se están extinguiendo.
 ¿De verdad?
El recuento de las poblaciones de osos polares en el Ártico lo lleva a cabo una de las organizaciones más radicalmente ecologistas, la WWF. Emite informes anuales -que se pueden consultar en su web- sobre el aumento o descenso de individuos en cada zona, en algunas de modo preciso y en otras con meras aproximaciones por no disponer de datos completamente fiables. En todos los informes de la última década (adjunto el gráfico del último) la población aumenta en más zonas de las que disminuye, mientras en la mayoría se mantiene estable. En cuanto a las zonas menos estudiadas, convendría preguntarles a los nativos, los inuit, los yupik y demás  esquimales, que no dejan de protestar por el incesante aumento de estos simpáticos pero feroces plantígrados, que últimamente tienen incluso el detalle de merendarse a alguno de sus convecinos. No se pierdan el Diario de Nunavut.
No tiene tampoco desperdicio la lectura del libro The Polar Bear Catastrophe That Never Happened de la eminente zoóloga y reputada especialista en osos polares Susan J. Crockford, responsable de una web de referencia en el tema: Polar Bear Science, donde ilustra convincentemente de lo difícil que resulta para el mainstream científico reconocer ahora que el símbolo por excelencia de la alarma sobre el calentamiento global, la inminente extinción del oso polar, realmente no es verdad.

Y es que en estos tiempos la verdad es precisamente la primera víctima de la información. Sirven de tan poco los hechos frente a las opiniones y a las tendencias que recomendar que no se crea todo lo que vea o lea y que compruebe lo que pueda, es tan inútil como escribir estas líneas de mero pataleo intelectual. La foto ya ha ganado.

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