Sostiene Nietzsche que la cumbre de la tragedia griega -y acaso de la literatura universal- se alcanza con Sófocles y Esquilo, mediante el contraste entre lo apolíneo - lo plástico, ordenado, luminoso, racional, equilibrado- y lo dionisíaco -el instinto, la pasión, el exceso-. El pensar contra el sentir, en suma. La clásica dicotomía representada por las dos deidades, Apolo y Dionisos, admite tantos paralelismos como se quiera: musicales, entre Beatles y Stones, taurinos, con Joselito frente a Belmonte, o futbolísticos con Menotti contra Bilardo y, cómo no, entre Guardiola y Mourinho. Ya la apariencia y el estilo personal parecen coronar al primero de laurel y al portugués de hoja de parra, pero extienden el contraste al juego de sus equipos: geométricamente hermoso, preciso y exquisito el del Barça; bronco, especulativo y agresivo el de este Real Madrid. Fuera del campo también son antagónicas la corrección política, la mesura en la victoria y la derrota de Pep, frente a la provocación, la soberbia ganadora y el mal perder de Mou. Si uno mea colonia, el otro escupe azufre, tan arquetípicos son los personajes que interpretan en las ruedas de prensa.
Pero en la eterna rivalidad de ambos clubes, no siempre ha sido así. Antes al contrario, durante décadas el Madrid fue el paradigma de lo apolíneo, de la grandeza triunfante y del señorío, mientras el Barça se volvía más que un club a base de achacar a la conjura de los estamentos las victorias del rival. Hace veinticinco años, en la final de la Copa de Europa que perdió en Sevilla, el eje del Barcelona era tan dionisíaco como los Alexanco, Migueli, Víctor y Calderé y, si Schuster ponía un toque de calidad, equilibraba perfectamente con su mal carácter. Incluso con Cruyff en el Camp Nou, prosperó Bakero, el mejor especialista que recuerdo en cortar el juego a base de faltas. Presidentes como Núñez y Gaspar tampoco parecían iluminados por el sol de Apolo.
Pero, subidos al topicazo, el fútbol es así y ahí radica su grandeza. La gloria es para el que gana, jugando bien o no dejando jugar al adversario. Ahora que la selección española triunfa con el mismo juego de seda del Barça, olvidamos cuánto hemos envidiado los tres mundiales de Italia, o los dos de Argentina, auténticos embajadores de Dionisos en el fútbol, que elevaron la marrullería al terreno del arte. Nos sentíamos perdedores por falta de carácter, de intensidad, de picardía, por nenazas y porque todos los árbitros del mundo estaban contra nosotros.
Parece bueno para el fúbol que se imponga el jogo bonito frente al catenaccio, el estilo combinativo frente al vertical y directo, pero la posibilidad de alternativa engrandece el juego, acentúa su imprevisibilidad y con ello la pasión que despierta.
Para Nietzche, con la llegada de Sócrates y Platón, se impuso el racionalismo apolíneo en el mundo griego y el poder intentó ocultar esa dimensión oscura, sensorial y feroz de Dionisos. Con ello precipitó su decadencia política y artística, reflejada en las muy menores tragedias de Eurípides.
¿Será por esa imposición de lo apolíneo que han expulsado ayer a Pepe? ¿Nos querrá privar la UEFA de Mourinho, némesis imprescindible de Guardiola?
jueves, 28 de abril de 2011
martes, 26 de abril de 2011
Indignaos
Un fantasma recorre Europa. Por el ruido de cadenas oxidadas, el tufo a alcanfor y la sábana amarillenta, parece que hubieran sacado en procesión de Semana Santa al viejo Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Pero no, el best seller del momento -el panfleto Indignaos de Stéphane Hessel- pretende ser un renovado azote de las conciencias, con la oportuna puesta al día de los valores tradicionales de la izquierda en plena crisis de capitalismo feroz y desbocado. Y lo consigue. Más que un anticuado fantasma, se revela como un modernísimo zombi, uno de esos muertos vivientes de rabiosa actualidad que pueblan la no menos exitosa serie The Walking Dead. Y a la llamada del panfleto, legiones de intelectuales revenidos de la más casposa izquierda se han levantado de debajo de los cascotes del Muro, con los mismos andares extraviados y la mirada hueca que los zombis de la serie, dispuestos como éstos a chupar los sesos de quien se encuentren, que parece lo suyo en un zombi.
El autor de todo este revuelo, el venerable Stéphane Hessel, fue un destacado miembro de la Resistencia Francesa, colaboró como asistente de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos y ha sido durante muchos años diplomático francés ante la ONU. Desde luego, dispone de una amplia perspectiva sobre la historia del siglo XX, que pretende aportar como hoja de ruta para la reacción de una sociedad adormecida ante los abusos de los poderes económicos y financieros (el capitalismo de toda la vida, vaya) de este siglo XXI entrado en crisis. En su opinión resulta más difícil a los jóvenes de hoy identificar a los equivalentes de los malvados de épocas anteriores (Hitler, Mussolini, Franco y el fascismo en general) para poder rebelarse contra ellos. Bien es verdad que censura un poquito a Stalin, como único borrón del socialismo, pero, de inmediato, designa como herederos del fascismo (a modo de únicos ejemplos) a G. W. Bush, el Estado de Israel y el neoliberalismo. Ya supongo yo que a los 94 años la memoria es esquiva y figuras del pasado como Mao, Ceaucescu o Pol Pot no vienen de inmediato a la cabeza. Ni la China actual, Corea del Norte, Cuba o Irán. Pero al menos -y esto es encomiable- sostiene que en estos tiempos la reacción contra los malvados debe ser firme pero no violenta. Y aunque el panfleto tiene la vocación de recuperar perdidos valores éticos, el rechazo de la violencia se sustenta en razones de eficacia. No acaba de descolgarse de su maestro Sartre, cuando se muestra comprensivo con la violencia de Hamás, pero no con la de Israel. Persevera en la perversión de considerar legítimas unas violencias frente a otras, hasta contradicciones tan flagrantes como este párrafo de su manifiesto: " Evidentemente, pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que reconocer que cuando se está ocupado con medios militares infinitamente superiores a los nuestros, la reacción popular no puede ser sólo no-violenta." Pese a todo llama a la insurrección pacífica por razones prácticas: "El terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia, es necesaria una esperanza no-violenta".
Propone Hessel como modelos de esta reacción a figuras como Mandela y Martin Luther King. Es de agradecer que se haya ido metiendo en el armario al prototipo de revolucionario romántico levemente genocida del Che Gevara, pero también se podía haber acordado de Andrei Sajarov o del todavía preso y vigente Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Ay... la memoria.
En fin. Me resulta tan inquietante como a Hessel la falta de reacción de la sociedad ante la crisis galopante de la que ya hablé en la anterior entrada al hilo del documental Inside Job. Pero la comprendo. Bastante mejor de lo que comprendo las supuestamente comprensibles violencias terroristas. La solución que apuntan tanto Hessel como sus prologuistas internacionales (recién exhumados del cementerio intelectual de la izquierda tradicional) es más política, un mayor protagonismo de los poderes elegidos frente a los no elegidos (económicos y financieros) como si quedaran algunos de aquellos sin corromper por éstos. Precisamente las viejas recetas retóricas carentes de autocrítica que todavía enarbolan partidos a la izquierda y a la derecha, mientras se dejan financiar y jubilar por el mejor postor bancario o empresarial, son las que desconciertan a los nuevos proletarios del mundo. No es extraño que cada vez más países acaben presididos por frikis populistas. Y no solo en America Latina. Usan la misma doctrina maniquea y sectaria de buenos y malvados que impregna el panfleto que nos ocupa. Una doctrina inservible, por cierto, para manejarse en la actual ola de revoluciones en el Mundo Árabe. Si no está por medio Israel o Estados Unidos, a la izquierda europea le cuesta bastante encontrar a los malos.
Imagino que no le parecerá mal al señor Hessel que deje aquí el enlace para quien quiera leer en pdf las diez o doce páginas con letras de a metro (no más de tres o cuatro folios) en que consiste su panfleto. Cinco euros por el libro me parece otra forma de abuso y más de dos millones de ejemplares vendidos le aseguran ya una confortable vejez y un buen pellizco a sus herederos. Vaya, por no indignarse también por haberlo comprado.
El autor de todo este revuelo, el venerable Stéphane Hessel, fue un destacado miembro de la Resistencia Francesa, colaboró como asistente de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos y ha sido durante muchos años diplomático francés ante la ONU. Desde luego, dispone de una amplia perspectiva sobre la historia del siglo XX, que pretende aportar como hoja de ruta para la reacción de una sociedad adormecida ante los abusos de los poderes económicos y financieros (el capitalismo de toda la vida, vaya) de este siglo XXI entrado en crisis. En su opinión resulta más difícil a los jóvenes de hoy identificar a los equivalentes de los malvados de épocas anteriores (Hitler, Mussolini, Franco y el fascismo en general) para poder rebelarse contra ellos. Bien es verdad que censura un poquito a Stalin, como único borrón del socialismo, pero, de inmediato, designa como herederos del fascismo (a modo de únicos ejemplos) a G. W. Bush, el Estado de Israel y el neoliberalismo. Ya supongo yo que a los 94 años la memoria es esquiva y figuras del pasado como Mao, Ceaucescu o Pol Pot no vienen de inmediato a la cabeza. Ni la China actual, Corea del Norte, Cuba o Irán. Pero al menos -y esto es encomiable- sostiene que en estos tiempos la reacción contra los malvados debe ser firme pero no violenta. Y aunque el panfleto tiene la vocación de recuperar perdidos valores éticos, el rechazo de la violencia se sustenta en razones de eficacia. No acaba de descolgarse de su maestro Sartre, cuando se muestra comprensivo con la violencia de Hamás, pero no con la de Israel. Persevera en la perversión de considerar legítimas unas violencias frente a otras, hasta contradicciones tan flagrantes como este párrafo de su manifiesto: " Evidentemente, pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que reconocer que cuando se está ocupado con medios militares infinitamente superiores a los nuestros, la reacción popular no puede ser sólo no-violenta." Pese a todo llama a la insurrección pacífica por razones prácticas: "El terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia, es necesaria una esperanza no-violenta".
Propone Hessel como modelos de esta reacción a figuras como Mandela y Martin Luther King. Es de agradecer que se haya ido metiendo en el armario al prototipo de revolucionario romántico levemente genocida del Che Gevara, pero también se podía haber acordado de Andrei Sajarov o del todavía preso y vigente Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Ay... la memoria.
En fin. Me resulta tan inquietante como a Hessel la falta de reacción de la sociedad ante la crisis galopante de la que ya hablé en la anterior entrada al hilo del documental Inside Job. Pero la comprendo. Bastante mejor de lo que comprendo las supuestamente comprensibles violencias terroristas. La solución que apuntan tanto Hessel como sus prologuistas internacionales (recién exhumados del cementerio intelectual de la izquierda tradicional) es más política, un mayor protagonismo de los poderes elegidos frente a los no elegidos (económicos y financieros) como si quedaran algunos de aquellos sin corromper por éstos. Precisamente las viejas recetas retóricas carentes de autocrítica que todavía enarbolan partidos a la izquierda y a la derecha, mientras se dejan financiar y jubilar por el mejor postor bancario o empresarial, son las que desconciertan a los nuevos proletarios del mundo. No es extraño que cada vez más países acaben presididos por frikis populistas. Y no solo en America Latina. Usan la misma doctrina maniquea y sectaria de buenos y malvados que impregna el panfleto que nos ocupa. Una doctrina inservible, por cierto, para manejarse en la actual ola de revoluciones en el Mundo Árabe. Si no está por medio Israel o Estados Unidos, a la izquierda europea le cuesta bastante encontrar a los malos.
Imagino que no le parecerá mal al señor Hessel que deje aquí el enlace para quien quiera leer en pdf las diez o doce páginas con letras de a metro (no más de tres o cuatro folios) en que consiste su panfleto. Cinco euros por el libro me parece otra forma de abuso y más de dos millones de ejemplares vendidos le aseguran ya una confortable vejez y un buen pellizco a sus herederos. Vaya, por no indignarse también por haberlo comprado.
viernes, 1 de abril de 2011
Inside Job. Terror financiero.
Merece el Oscar al mejor documental que le han otorgado. Más que su espléndida cinematografía, más que su lúcido retrato de cómo se ha gestado durante muchos años la crisis económica que ahora padecemos, lo que sobrecoge es el abismo ante el que nos coloca, la convicción de que nada esencial ha cambiado para que podamos siquiera adivinar cuándo y dónde tocaremos fondo.
Charles Ferguson, productor y guionista de Inside Job, vendió en su día a Microsoft su FrontPage (el primer programa popular de diseño web, integrado hasta hace poco en la suite Office) para, con sus dividendos, financiar su carrera como cineasta. Y la verdad es que se ha convertido en un estupendo realizador, que ya apuntaba alto en su anterior largo Irak, la guerra sin fin. Pero además de ello, por su amplia trayectoria profesional, es también un certero analista de la realidad política, social y económica.
Aunque el cine de Michael Moore pueda parecer un referente, Inside Job cae mucho menos en concesiones demagógicas. Su relato -a través de entrevistas con personajes de primerísima fila y del más alto nivel- es tan asequible para el entendimiento medio, como eficaz para conseguir estremecer con una realidad sin apenas aditivos. No será el primero en denunciar que, desde la era Reagan, la economía financiera ha ido devorando como un cáncer a la economía real, pero retrata como pocos la perplejidad de descubrir cómo algo tan previsible ha llegado a pasar de todos modos.
Probablemente desde la caída del Muro, alejado de presupuestos y estrategias el fantasma de un conflicto nuclear, el único motor de la política y la economía haya sido la codicia ilimitada. Sus ingenieros y promotores (el poder, en la práctica), por medio de una plaga de sanguijuelas llamadas derivados, han conseguido desangrar a las clases medias hasta casi proletarizarlas. Como bien revela Ferguson, no hay menos negocio en arruinar una empresa que en levantarla. Se puede ganar mucho dinero fomentando inversiones y a la vez apostando contra ellas. La tajada está en el cambio de valor. Un ejemplo actual son las presiones contra la deuda de algunos Estados como Irlanda y Portugal. Hacer quebrar un país puede ser increíblemente lucrativo. Mención especial en el film para la corrupción de las agencias calificadoras de riesgos como Moody's o Standard & Poors.
Las casi dos horas de metraje de Inside Job transcurren trepidantes como un thriller, a medida que se acerca a sus desasosegantes conclusiones. Los artífices y responsables de nuestra ruina han amasado increíbles fortunas y comisiones con ella, nos han hecho cubrir a los ciudadanos las pérdidas de su desfalco para, con la más descarada impunidad, volverse a poner al frente de la economía en el Gobierno de Obama. Las prometidas regulaciones y reformas se han quedado prácticamente en humo. Wall Street ha recontratado generosamente a los políticos y la Política ha fichado a los ejecutivos de los bancos y agencias responsables de la debacle.
No es de extrañar que el narrador del documental sea Matt Damon, uno de los primeros defraudados de Obama. Pero no conviene engañarse pensando que ésta es una crisis generada exclusivamente desde Wall Street. El ejemplo islandés del principio del documental, de cómo es posible llevar a la quiebra en pocos años a un país rico, ilustra perfectamente lo globalizadas que están esas prácticas rayanas en la estafa y de hasta qué punto los políticos de todo el mundo son meros títeres de intereses económicos siniestros. Sin ir más lejos, la reunión en La Moncloa de los cuarenta la..., de los cuarenta líderes empresariales y financieros españoles es una reveladora instantánea de lo antedicho.
En suma, merece la pena el visionado de Inside Job, aunque no nos deje mejor cuerpo, ni apenas lugar para la esperanza. Al menos para saber cómo y por qué podremos necesitar antidepresivos.
Charles Ferguson, productor y guionista de Inside Job, vendió en su día a Microsoft su FrontPage (el primer programa popular de diseño web, integrado hasta hace poco en la suite Office) para, con sus dividendos, financiar su carrera como cineasta. Y la verdad es que se ha convertido en un estupendo realizador, que ya apuntaba alto en su anterior largo Irak, la guerra sin fin. Pero además de ello, por su amplia trayectoria profesional, es también un certero analista de la realidad política, social y económica.
Aunque el cine de Michael Moore pueda parecer un referente, Inside Job cae mucho menos en concesiones demagógicas. Su relato -a través de entrevistas con personajes de primerísima fila y del más alto nivel- es tan asequible para el entendimiento medio, como eficaz para conseguir estremecer con una realidad sin apenas aditivos. No será el primero en denunciar que, desde la era Reagan, la economía financiera ha ido devorando como un cáncer a la economía real, pero retrata como pocos la perplejidad de descubrir cómo algo tan previsible ha llegado a pasar de todos modos.
Probablemente desde la caída del Muro, alejado de presupuestos y estrategias el fantasma de un conflicto nuclear, el único motor de la política y la economía haya sido la codicia ilimitada. Sus ingenieros y promotores (el poder, en la práctica), por medio de una plaga de sanguijuelas llamadas derivados, han conseguido desangrar a las clases medias hasta casi proletarizarlas. Como bien revela Ferguson, no hay menos negocio en arruinar una empresa que en levantarla. Se puede ganar mucho dinero fomentando inversiones y a la vez apostando contra ellas. La tajada está en el cambio de valor. Un ejemplo actual son las presiones contra la deuda de algunos Estados como Irlanda y Portugal. Hacer quebrar un país puede ser increíblemente lucrativo. Mención especial en el film para la corrupción de las agencias calificadoras de riesgos como Moody's o Standard & Poors.
Las casi dos horas de metraje de Inside Job transcurren trepidantes como un thriller, a medida que se acerca a sus desasosegantes conclusiones. Los artífices y responsables de nuestra ruina han amasado increíbles fortunas y comisiones con ella, nos han hecho cubrir a los ciudadanos las pérdidas de su desfalco para, con la más descarada impunidad, volverse a poner al frente de la economía en el Gobierno de Obama. Las prometidas regulaciones y reformas se han quedado prácticamente en humo. Wall Street ha recontratado generosamente a los políticos y la Política ha fichado a los ejecutivos de los bancos y agencias responsables de la debacle.
No es de extrañar que el narrador del documental sea Matt Damon, uno de los primeros defraudados de Obama. Pero no conviene engañarse pensando que ésta es una crisis generada exclusivamente desde Wall Street. El ejemplo islandés del principio del documental, de cómo es posible llevar a la quiebra en pocos años a un país rico, ilustra perfectamente lo globalizadas que están esas prácticas rayanas en la estafa y de hasta qué punto los políticos de todo el mundo son meros títeres de intereses económicos siniestros. Sin ir más lejos, la reunión en La Moncloa de los cuarenta la..., de los cuarenta líderes empresariales y financieros españoles es una reveladora instantánea de lo antedicho.
En suma, merece la pena el visionado de Inside Job, aunque no nos deje mejor cuerpo, ni apenas lugar para la esperanza. Al menos para saber cómo y por qué podremos necesitar antidepresivos.
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