miércoles, 2 de febrero de 2011

Deuteronomio

Es bien sabido que -eclesiásticos aparte- la Biblia sólo la leemos los ateos. Ciertamente es una lectura de referencia para cualquier aficionado a la Historia. Aun con sus cronologías erróneas y la mitificación de personajes, hechos y genealogías el Antiguo Testamento es de las fuentes historiográficas más antiguas, importantes y fiables.
Sus cinco primeros libros (el Pentateuco para los cristianos, la Torah para los judíos) son atribuidos a Moisés por ambas confesiones, aunque la teoría científica más aceptada es que fueron recopilaciones de distinta autoría de tradiciones orales  entre el siglo IX a.C. y el siglo V a.C. que cristalizaron en documentos escritos más o menos al final de ese período, probablemente en la época del exilio Babilónico. Al menos mil años después de la época del supuesto Moisés -en la más prudente de las hipótesis- y con tantos o más elementos sumerios, asirios o babilónicos que hebreos. Quizá algún día entre en este tema.

En cualquier caso los cinco libros son canónicos tanto en la tradición judía como cristiana y, además de la mitología fundacional, contienen verdaderos y exhaustivos tratados legislativos de orden civil y penal inspirados -cuando no dictados- directamente por Dios. La clave del éxito adaptativo del judaísmo y muy principalmente del cristianismo, frente al efecto más retrógrado y medievalizante del Islam (cuyo éxito proviene fundamentalmente del petróleo) radica en haber sabido puentear la rigidez de esos códigos para acomodarse a la evolución de las sociedades modernas. En el caso del judaísmo la válvula está en el proceso de interpretación de las normas. El del cristianismo, que me incumbe como ateo cristiano, merece quizá algunas líneas más.

El común de los creyentes cristianos piensa que la totalidad de los principios, premisas, normas de observancia y castigos a sus incumplimientos están proclamadas en la Biblia como una especie de Ley de Dios. El cristianismo toma como base el Evangelio, que es un mensaje mucho más jubiloso que coercitivo. Tan solo el de Mateo hace alguna referencia a algunos mandamientos de Moisés, en general para rebajar su rigor. Por lo demás, el grueso del corpus iuris cristiano -en particular la tipificación del pecado- no es Palabra de Dios, sino doctrina de la Iglesia, la cuál es convenientemente flexible y adaptable a los tiempos y sus cambios. No hay más que ver la cantidad de veces que recalifican el Purgatorio.

Otra cosa es el Islam, donde la infalibilidad del prolijo y férreo código coránico, obliga más a los tiempos a adaptarse a sus preceptos que al contrario y, el estrecho margen de interpretación tiende más al extremismo que a la moderación. No está exento de valores (cuya importancia proselitista tiende a ignorar Occidente) pero su resultado más recurrente es el involucionismo de una trituradora de cultura, progreso y libertades.

Aunque está mal en un ateo, doy gracias a Dios de que Moisés a la postre no tuviera el mismo éxito que Mahoma. Si por un momento lo considerásemos un personaje histórico, hay que decir que para nada se contentó con la labor de cantería de los diez mandamientos. Desconozco de qué medios tipográficos disponía, pero le habría quedado la mano tonta de escribir hasta en un teclado las generales y las particulares de la Ley Mosaica que, más que en el Éxodo, plasmó en el Deuteronomio. Un libro impagable, cuya lectura aconsejo. Y a los meros efectos de ilustrar curiosas regulaciones de las que nos hemos librado, transcribo algunos pasajes de tan sagrado como canónico libro. Y también por si los lectores más píos quisieran reforzar su observancia de los preceptos bíblicos.

14,21 No comerás de ningún animal hallado muerto. Se lo darás al forastero que reside en tu ciudad o bien lo venderás a un extranjero, sabiendo que tú eres un pueblo consagrado a Yavé, tu Dios. No cocerás al cabrito en la leche de su madre.

22,8 Cuando construyas una casa nueva, harás alrededor de la azotea un pequeño muro, no sea que alguien se caiga desde arriba y tu casa quede manchada con sangre.

22,10 No ararás con un buey y un burro juntos.
No llevarás un vestido tejido mitad de lana y mitad de lino.
Te harás una borla en las cuatro puntas del manto con que te cubras.

23,1 El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Tampoco el mestizo será admitido en la asamblea de Yavé, ni aun en la décima generación.

23,9 Cuando salgas de campaña contra tus enemigos, te guardarás de toda acción mala. Si hay entre los tuyos un hombre que no esté puro por causa de una polución nocturna, saldrá fuera del campamento y no volverá a entrar. Al llegar la tarde se lavará y a la puesta del sol podrá entrar de nuevo al campamento.
Tendrás un lugar del campamento para hacer tus necesidades naturales. Llevarás una estaquita al cinturón, con la cuál harás un hoyo y luego taparás el excremento con la tierra sacada.

25,11 Si dos hombres pelean entre sí y la mujer de uno de ellos se acerca para librar a su marido de los golpes del otro, alarga la mano y agarra a éste por los testículos, harás cortar la mano de la mujer sin piedad.

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