Parece mentira que, siendo tan cinematográfico el alias que cobija mi impostura y da título a este blog -Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)-, todavía no haya escrito una sola entrada sobre cine. Pues bien, aprovechando que éste es el mes de los Oscars, amenazo con verter aquí mis críticas y comentarios sobre las películas nominadas, comenzando con la que, de las que he visto hasta ahora, va ganando en mis apuestas.
El Discurso del Rey (The King's Speech) lleva más el sello de sus productores que de su director Tom Hooper. Los hermanos Weinstein son unos consumados fabricantes de éxitos de taquilla y crítica desde su paso por Miramax. Sus productos son siempre redondos, exquisitamente ambientados y acabados, tocando con precisión todas las teclas favoritas de los académicos de Hollywood. En su factoría de películas oscarizadas destacan Shakespeare in Love, El Paciente Inglés, Chicago, Cold Mountain y muchos otros filmes tan impecables que, por ese aroma de refinado producto de laboratorio, a menudo envejecen mal, como algunos vinos finamente equilibrados que al cabo de un par de años empiezan a adolecer de falta de carácter. Aun así, no es poco firmar tantas películas de calidad contrastada en estos tiempos de escasez creativa.
Dentro de la cuidada realización y de su agilidad narrativa, sobresale un excelente reparto. Desde luego, si hay un favorito para el Oscar al mejor actor es Colin Firth, que culmina el relanzamiento de su carrera en los últimos años. Por mucho que parezca el agradecidísimo rol de personaje con tara que tantas veces se premia (la penosa tartamudez del rey Jorge VI, eje de la historia), hay que reconocerle que maneja con brillantez los matices, a veces cómicos, a veces dramáticos de su papel. Y, por supuesto Geoffrey Rush, menos favorito, pero a quien yo concedería el Oscar a perpetuidad. Desde que vi su interpretación en Shine es, de largo, mi actor favorito. Tan camaleónico, versátil, como capaz de congelarse en el límite de la sobreactuación, mejora siempre hasta el personaje peor escrito. Si no se come a Colin Firth del todo es por el vibrante ritmo y la insólitamente corta duración de la película, en esta época en la que al cine hay que ir orinado de casa. Lejos de ellos queda la aportación de Helena Bonham-Carter (mención especial para quien consiguió peinarla un poco) y Guy Pierce, ambos desde luego solventes.
En suma, una película entretenida, de indudable calidad y que, difícilmente, dejará de gustar a nadie.
Estimado Sr Nadie:
ResponderEliminarCreo que no debe subestimarse el acierto de Tom Hooper tirando de las riendas del buebn Geoffrey, para quién esta película debió resultar algo parecido a un inacabable coitus interrumptus. No me extrañaría que le rogase a Álex de la Iglesia un papel en su próxima película para desquitarse un poco. Yo soy un nostálgico, y la lluvia en Sevilla me sigue pareciendo una maravilla.
Y coincido contigo en lo meritorio de hacer que doña Helena se parezca a un ser humano. Fijo que le cuesta el divorcio.
Por lo demás, espero que la tartamudez no sea contagiosa, me supondría un duro revés económico.
Un abrazo y enhorabuena por tu blog. Me encanta leerlo.
Gracias, compadre Sundance. Aquí siempre tendrás cátedra.
ResponderEliminarUn abrazo