Omar Chuick no pasará a la historia por ser el primer inmigrante subsahariano en intentar saltar la valla que separa Marruecos del territorio español de Ceuta, pero sí por ser el primero en intentarlo en el sentido contrario al habitual, es decir, hacia Marruecos. Harto de vivir sin perspectivas de futuro, después de cuatro años en Ceuta, decidió volverse a Mali -su país de origen- a través del territorio de Marruecos. En antiguas civilizaciones los arúspices ya habrían puesto el grito en el cielo, interpretando la señal como nefasta, y harían recetado quién sabe qué cantidad de sacrificios humanos para aplacar la cólera divina ante los signos inequívocos de catástrofe inminente. Bien es verdad que a día de hoy no sobrarían otras tantas inmolaciones políticas como terapéutica catarsis ante el funesto adviento de un apocalipsis económico, pero el oficio de arúspice, oráculo o agorero parece reservado a los paneles intergubernamentales que gestionan el temor al cambio climático.
Omar llegó a Ceuta en patera, un servicio de transporte marítimo que no emite billetes de ida y vuelta. No tuvo otra opción que intentar volver a casa a pie. Quizá hayan tomado nota los primeros oportunistas y acaben rentabilizando una línea de pateras desde Europa hasta el Magreb donde, en esta efervescencia revolucionaria, a lo mejor se cuece el emergente negocio del futuro.
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