Hacen falta verdaderas agallas (true grit) para atreverse con una historia donde ya existe, si no una obra maestra, como poco una espléndida película de Henry Hattaway. Nada menos. Pero si hay dos cineastas con auténtico coraje y acostumbrados a salir triunfantes de la boca del lobo, son los hermanos Coen. No se tata propiamente de un remake, sino de una nueva adaptación de la novela de Charles Portis, pero la vinculación al film de 1969, las concomitancias entre ambas y las comparativas son inevitables. En parte porque ni los propios Coen lo rehuyen: El protagonista de la novela no es tuerto y el parche que usa Jeff Bridges es idéntico al de John Wayne. Algunas escenas comparten incluso los mismos planteamientos que la versión antigua. Pero no parece importar a los directores ni acercarse en exceso ni separarse de su predecesora. Quizá porque la intención es otra, llevar la historia hacia su personal universo estético y narrativo. Aun así, por una vez parece que no pretenden dinamitar un género. Ya se adivinaba su mano para el western en No es país para viejos. Y los que amamos el cine de los Coen estábamos deseando que se atrevieran de una vez con una película del Oeste. El resultado es sorprendentemente clásico sin perder en absoluto su personalidad. Tiene mucho de El Gran Lebowsky el desalmado alguacil que interpreta colosalmente Jeff Bridges, algo de Fargo la tenacidad del personaje de la niña - una impresionante Hailee Steinfield- y mucho del catálogo de la América profunda y pueblerina de O Brother la paleta candidez del recto ranger de Texas -un Matt Damon menor- o los villanos que no dejan de tener algún matiz entrañable. Y todo ello lo ponen al servicio de una historia épica y lo consiguen de largo gracias a un brillante juego de luces. Mientras en la versión de Hattaway la acción transcurre a la luz del día, los Coen apuestan decididamente por una noche que perfila siluetas tenebrosas. El recurso al claroscuro, a una estética sombría, acentúan la profundidad dramática de los personajes y acaba predominando sobre sus más iluminados matices cómicos (los monólogos de Bridges son marca de la casa), intercalado todo ello con un paisaje de bellísimos encuadres y planos de verdadero lirismo. Sorprenden con un final nada amable, pero coherente con la estructura narrativa de flashback del comienzo que, de paso, ahorra metraje innecesario. Toda esta maestría propia de los hermanos de Minneapolis, se ve acompañada de una soberbia fotografía y una banda sonora que encaja perfectamente en el conjunto y que apuntan serias candidaturas a premios de la Academia.
Si ésta fuera la primera realización de Valor de Ley, sin duda sería incontestablemente calificada como obra maestra. Para disfrutarla más, casi aconsejo no ver antes la versión que valió un justísimo Oscar a la interpretación del Rooster Cogburn de John Wayne. Pero creo que aun con todas las excelencias de esta revisión del género, de cara a los Oscars de este año, la sombra del True Grit de Wayne y Hattaway es alargada.
...vaya, pues siguiendo su consejo, estimado blogger, ví primero la anterior y efectivamente me parece mucho más entrañable el personaje de Rooster en Wayne y más aguerrida y menos repelente - si eso es posible... - el personaje de la niña. De todas formas, y aunque me ha gustado, me quedaría la de 1969. Fdo: una espectadora rasa ;)
ResponderEliminar