Me tiene negro (uy, perdón) escuchar permanentemente la palabrita. En menos de 24 horas ya he oído a un hombre del tiempo decir que no se preveen lluvias en el Mediterráneo, a una contertulia de TVE espetar que se preveen movimientos de cara al próximo congreso del PSOE y a un tipo en un anuncio de Audi sosteniendo que su misión es preveer el futuro. No querría insultar la inteligencia de nadie explicando que prever significa ver con anticipación y que se conjuga igual que el verbo ver del que procede. Ni que no existe el verbo preveer sino una confusión permanente y, en algunos ámbitos intolerable, con proveer, que es cosa bien distinta. Harto me tienen de las preveisiones meteorológicas, económicas y políticas y de tanto merluzo preveisor. Y preveisora, no faltaba más.
El caso es que la propagación de estos disparates es más virulenta que la de una gripe aviar, supongo que porque a los pollos y las ( ) que largan en los medios no se les vacuna preventivamente en la escuela contra el disparate lingüístico.
Así ha ocurrido con otras pestes televisivas como la de "negarse en rotundo", en lugar de en redondo o rotundamente, con la "metereología" -que no es extraño que acabe "preveyendo"- o los "areopuertos" que deben de ser puntos de desembarque de áridos.
Solo queda confiar en el rumoreado regreso de Mecano para al menos ponerle música inolvidable al gazapo y la torrija patria.
Te dije, nena, dame un beso
tu contestastes que no (sic)
viernes, 25 de noviembre de 2011
lunes, 21 de noviembre de 2011
Apuntes del 20N
Con su flamante mayoría absoluta, el Partido Popular parece haber dado
un vuelco electoral. Pero no deja de tener algo de engañoso. En realidad
apenas ha aumentado en medio millón los más de diez millones de votos
que obtuvo en la anterior legislatura. Menos incluso que los que dieron
una mayoría simple y exigua a Zapatero en 2008. La diferencia la marca
el descalabro del PSOE, que pierde más de cuatro millones de electores.
Respecto al resto de partidos es destacable que entre el tercero y el cuarto más votados (IU y UPyD) suman más sufragios que todos los demás que -aparte de los dos principales- obtienen representación. Sin embargo sólo suman 16 diputados, frente a los 38 del conglomerado nacionalista. El escaño más caro es cada uno de los de UPyD. Casi 228.000 votos. El más barato, el de Amaiur, menos de 48.000. El endémico periodismo anumérico, se apresura a culpar a la ley d'Hondt, por si quedaba alguna duda de su analfabetismo mátemático. Nada que ver. Es la circunscripción provincial la que genera ese esperpento. La única vía para que el voto de cada español valga lo mismo en un lugar que en otro sería implantar la circunscripción única, del mismo modo que en las elecciones al Parlamento Europeo.
Hablando de Amaiur, aun dispuesto a asumir las contradicciones y paradojas de la democracia parlamentaria, su presencia en el Congreso me resulta tan inquietante como si a Netanyahu se le da por predicar el sionismo en una mezquita de Gaza. Comprendo que haya que agradecerles que hace apenas unos meses hayan dejado de apoyar el asesinato como estrategia política. Que no pierda la esperanza el recién detenido hijo de Gadafi. Con una rectificación y en menos de lo que reposta un camello a lo mejor también le encuentran un carguito representativo en Naciones Unidas.
Pese a lo que puedan parecer a primera vista, analizando al detalle los resultados electorales, sigo encontrando el trazo sociológico de las trincheras de la Guerra Civil en las que algunos han pretendido afianzar su identidad y la de sus votantes, a falta de ideología suficiente o apta para el consumo. Espero y deseo que algún día, tanto la crisis como la brecha, acaben de superarse. Entretanto, enhorabuena a los premiados.
Respecto al resto de partidos es destacable que entre el tercero y el cuarto más votados (IU y UPyD) suman más sufragios que todos los demás que -aparte de los dos principales- obtienen representación. Sin embargo sólo suman 16 diputados, frente a los 38 del conglomerado nacionalista. El escaño más caro es cada uno de los de UPyD. Casi 228.000 votos. El más barato, el de Amaiur, menos de 48.000. El endémico periodismo anumérico, se apresura a culpar a la ley d'Hondt, por si quedaba alguna duda de su analfabetismo mátemático. Nada que ver. Es la circunscripción provincial la que genera ese esperpento. La única vía para que el voto de cada español valga lo mismo en un lugar que en otro sería implantar la circunscripción única, del mismo modo que en las elecciones al Parlamento Europeo.
Hablando de Amaiur, aun dispuesto a asumir las contradicciones y paradojas de la democracia parlamentaria, su presencia en el Congreso me resulta tan inquietante como si a Netanyahu se le da por predicar el sionismo en una mezquita de Gaza. Comprendo que haya que agradecerles que hace apenas unos meses hayan dejado de apoyar el asesinato como estrategia política. Que no pierda la esperanza el recién detenido hijo de Gadafi. Con una rectificación y en menos de lo que reposta un camello a lo mejor también le encuentran un carguito representativo en Naciones Unidas.
Pese a lo que puedan parecer a primera vista, analizando al detalle los resultados electorales, sigo encontrando el trazo sociológico de las trincheras de la Guerra Civil en las que algunos han pretendido afianzar su identidad y la de sus votantes, a falta de ideología suficiente o apta para el consumo. Espero y deseo que algún día, tanto la crisis como la brecha, acaben de superarse. Entretanto, enhorabuena a los premiados.
jueves, 20 de octubre de 2011
Neutrinos y gin tonics
La comunidad científica está que se sale. Perdida la euforia de la mayor parte siglo XX, cuando los avances en el conocimiento y la tecnología acostumbraban a adelantar a las previsiones más optimistas, entramos, sin advertir las señales ni declarar la alarma, en un cierto período de decadencia -sólo paliada por la irrupción inesperada de internet y el dinamismo de la informática- que ha enfriado, cuando no congelado, la antigua confianza en el progreso imparable de la Ciencia. Cuando era niño, se calculaba la primera expedición tripulada a Marte para 1986. En su lugar, la década de los ochenta nos trajo -para mal- el SIDA y la inesperada incapacidad de la medicina para obtener una vacuna en menos de cinco años, para bien nos deparó el final de la guerra fría y, para inquietarse, la terrible sospecha de que el progreso se ralentiza exasperantemente sin la amenaza de una guerra. Las carreras trepidantes se detuvieron y la Ciencia comenzó a acomodarse a los tiempos de la opulencia, a los aparatos burocráticos, los intereses cortoplacistas y las componendas político-económicas. Quizá a eso sea a lo que ahora se le llama la "comunidad científica".
En este estado de cosas, cuando casi todas las esperanzas de algún descubrimiento revolucionario que anime la depresión de la crisis económica están centradas en la investigación sobre los fundamentos de la Física que se lleva a cabo en el LHC, el acelerador de partículas del CERN en Ginebra, la comunidad científica nos alboroza con el descubrimiento de los neutrinos superlumínicos. Estas partículas subatómicas, que supuestamente han viajado 60 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz, aparte de cuestionar la Teoría de la Relatividad, podrían abrir una puerta en el tiempo hacia el pasado. Para terror de los cirujanos plásticos, Cher, Donatella Versace y la misma Duquesa de Alba han empezado a encargar cremas de neutrinos, por lo que pueda pasar.
Pero todo parece haber sido un error, la propia Relatividad y un teorema de Faemino y Cansado (La máquina del tiempo de Gespaña) arrojan luz -nunca mejor dicho- sobre el desajuste. La precisa sincronización que requería el experimento entre los relojes del emisor y el receptor de los neutrinos, realizada mediante GPS, no tuvo en cuenta el movimiento relativista de los relojes a bordo de los satélites GPS que midieron la velocidad de las partículas. Una desviación de, curiosamente, 60 nanosegundos. Caramba.
Sin embargo, los resultados del experimento CLOUD, también realizado recientemente en el CERN y del que aquí dimos noticia, que socavan los fundamentos de la teoría del calentamiento global por los gases de efecto invernadero, no han tenido apenas eco en la prensa, pese a ser publicados en Nature. La consigna del director del CERN, de recomendar a la comunidad científica que silbe antes que interpretar los datos y contrariar al IPCC, ha sido efectiva. La marcha de "El puente sobre el río Kwai" es la canción más escuchada en Ginebra.
Precisamente de Ginebra va también el siguiente hito científico. La National Science Foundation americana, después de examinar concienzudamente cientos de gin-tonics, ha llegado a la conclusión de que aunque se llene hasta el borde la copa de ginebra y tónica, con el hielo sobresaliendo del nivel de la bebida, la fusión del susodicho hielo no ocasiona el desborde de la copa, ni el aumento del nivel del combinado. Después de corregir su web, la "comisión Arquímedes" está buscando al científico que alertó de que una eventual fusión del hielo del Ártico elevaría catastróficamente el nivel del mar en ni se sabe qué cantidad de metros, actualmente en paradero desconocido (el científico, se entiende).
No quiero terminar este artículo sin expresar mi reconocimiento a los científicos del Instituto Geológico Nacional, que descartaban por altamente improbable una erupción volcánica en el Hierro, por disparate el que se formase una nueva isla y que tranquilizaban con que en ningún caso habría peligro para la población. De manera sutil pero valiente han puesto al descubierto una operación urbanística de recalificación ilegal de terrenos submarinos de un parque natural protegido. De qué otro modo entender los movimientos irregulares de las placas tectónicas sino en contubernio con oscuros intereses del Cabildo.
La Ciencia no es tonta, oiga.
En este estado de cosas, cuando casi todas las esperanzas de algún descubrimiento revolucionario que anime la depresión de la crisis económica están centradas en la investigación sobre los fundamentos de la Física que se lleva a cabo en el LHC, el acelerador de partículas del CERN en Ginebra, la comunidad científica nos alboroza con el descubrimiento de los neutrinos superlumínicos. Estas partículas subatómicas, que supuestamente han viajado 60 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz, aparte de cuestionar la Teoría de la Relatividad, podrían abrir una puerta en el tiempo hacia el pasado. Para terror de los cirujanos plásticos, Cher, Donatella Versace y la misma Duquesa de Alba han empezado a encargar cremas de neutrinos, por lo que pueda pasar.
Pero todo parece haber sido un error, la propia Relatividad y un teorema de Faemino y Cansado (La máquina del tiempo de Gespaña) arrojan luz -nunca mejor dicho- sobre el desajuste. La precisa sincronización que requería el experimento entre los relojes del emisor y el receptor de los neutrinos, realizada mediante GPS, no tuvo en cuenta el movimiento relativista de los relojes a bordo de los satélites GPS que midieron la velocidad de las partículas. Una desviación de, curiosamente, 60 nanosegundos. Caramba.
Sin embargo, los resultados del experimento CLOUD, también realizado recientemente en el CERN y del que aquí dimos noticia, que socavan los fundamentos de la teoría del calentamiento global por los gases de efecto invernadero, no han tenido apenas eco en la prensa, pese a ser publicados en Nature. La consigna del director del CERN, de recomendar a la comunidad científica que silbe antes que interpretar los datos y contrariar al IPCC, ha sido efectiva. La marcha de "El puente sobre el río Kwai" es la canción más escuchada en Ginebra.
Precisamente de Ginebra va también el siguiente hito científico. La National Science Foundation americana, después de examinar concienzudamente cientos de gin-tonics, ha llegado a la conclusión de que aunque se llene hasta el borde la copa de ginebra y tónica, con el hielo sobresaliendo del nivel de la bebida, la fusión del susodicho hielo no ocasiona el desborde de la copa, ni el aumento del nivel del combinado. Después de corregir su web, la "comisión Arquímedes" está buscando al científico que alertó de que una eventual fusión del hielo del Ártico elevaría catastróficamente el nivel del mar en ni se sabe qué cantidad de metros, actualmente en paradero desconocido (el científico, se entiende).
No quiero terminar este artículo sin expresar mi reconocimiento a los científicos del Instituto Geológico Nacional, que descartaban por altamente improbable una erupción volcánica en el Hierro, por disparate el que se formase una nueva isla y que tranquilizaban con que en ningún caso habría peligro para la población. De manera sutil pero valiente han puesto al descubierto una operación urbanística de recalificación ilegal de terrenos submarinos de un parque natural protegido. De qué otro modo entender los movimientos irregulares de las placas tectónicas sino en contubernio con oscuros intereses del Cabildo.
La Ciencia no es tonta, oiga.
jueves, 22 de septiembre de 2011
Recortable educativo
Miles de sufridos profesores han tomado hoy las calles de Santiago y de Madrid en protesta por los recortes en la calidad de la enseñanza pública, elaborado sinónimo del incremento de las horas lectivas semanales a 25 en Galicia y a 20 en Madrid. Resulta llamativo que la convocatoria haya tenido mucho más éxito en la capital del Reino, donde acaso las horas coticen más minutos. En lo que todos coinciden es en la consideración de que a mayor trabajo de los enseñantes peor es la calidad de la enseñanza. Este dato me confirma la estupidez de la mayor parte de mis amigos, que envían a sus hijos a colegios privados, donde cada docente imparte como mínimo esas 25 horas que convertirán a sus alumnos en perfectos cenutrios incapaces de competir el día de mañana con sus compañeros de la escuela pública. Y pagando, oiga. Quizá sea eso, una oscura conspiración a favor de la enseñanza privada (algo he oído) para, rebajando la calidad de la pública, equipararlas convenientemente a qué sé yo qué intereses mercantiles.
Durante días tirios y troyanos y sus respectivos medios han esgrimido titulares sobre datos estadísticos que demuestran una cosa y la contraria. Ya se sabe que la estadística es puta y promiscua y se va con cualquiera sólo por joder. Lo que llama la atención es que todos se remitan a la misma fuente, el informe de la OCDE Panorama de la Educación 2011 (Education at Glance 2011), unas 495 páginas en inglés de datos comparativos. Para los menos valientes incluyo aquí un resumen de seis páginas referidas a España.
A la luz del susodicho informe, tienen razón los que afirman que los docentes españoles imparten más horas lectivas que la media de la OCDE, 880 horas frente a 773. Y además en menos tiempo, en 37 semanas (porque disfrutan 10 días más de vacaciones que la media). Dividiendo horas por semanas obtenemos algo más de 23 horas semanales. Que vayan celebrando en Madrid que van a trabajar menos. Eso sí, también es verdad que el número total de horas trabajadas al año es de 1.425, o sea, 235 menos que las 1.660 que promedia el conjunto de países (véase pag. 428).
También atinan los que sostienen que los profesores españoles están entre los mejor pagados del mundo. En datos ponderados sobre poder adquisitivo y excluyendo a Luxemburgo, país que sólo sirve para blanquear dinero y reventar estadísticas, en todas las escalas salariales están entre los dos o tres países con mayores retribuciones (pag. 415). Si además se comparan estos emolumentos con los salarios de otras profesiones de titulación universitaria superior, nuestros profes son como La Roja, campeones del mundo indiscutibles (pag. 417). Falta les hará para afrontar los gastos ingentes que suponen las 15 semanas de vacaciones.
Llama también la atención que pese a tener una de las ratios más bajas de alunmos por profesor (8,6 frente a 13,5) España supera levemente la media en alumnos por aula (pag. 404). No acabo de adivinar si faltan alumnos, sobran profesores o escasean las aulas. A mis amigos manirrotos e inconscientes que perjudican la educación de sus polluelos en caros colegios privados decirles que en éstos, encima, tienen unos 15 pupilos por docente.
Y si eso no basta, decir también que, ponderado el PIB por habitante, la enseñanza pública española es la tercera del mundo en mayor gasto por estudiante. Ahí es nada.
Cómo se puede hablar de recortar el despilfarro, de aumentar las horas de trabajo, de reducir el gasto, si con el ímprobo esfuerzo de estos sufridos huelguistas y sus mariachis sindicales, la decidida inversión del Estado y la inteligente gestión de nuestros sucesivos gobernantes estatales y autonómicos hemos conseguido colocarnos según el último informe PISA en el puesto 34 del mundo en comprensión de lectura, en el 36 en Matemáticas y en el 37 en Ciencias.
Y, si encima despiden a los interinos, quién va a ser ahora capaz de encender el ordenador, conectar el cañón o hablar en inglés, ¿eh?. O es que van a obligar a los funcionarios a reciclarse y aprender Física postnewtoniana. Qué quieren, ¿que acabemos tan mal como en la enseñanza privada, como los hijos de los burros de mis amigos?
Durante días tirios y troyanos y sus respectivos medios han esgrimido titulares sobre datos estadísticos que demuestran una cosa y la contraria. Ya se sabe que la estadística es puta y promiscua y se va con cualquiera sólo por joder. Lo que llama la atención es que todos se remitan a la misma fuente, el informe de la OCDE Panorama de la Educación 2011 (Education at Glance 2011), unas 495 páginas en inglés de datos comparativos. Para los menos valientes incluyo aquí un resumen de seis páginas referidas a España.
A la luz del susodicho informe, tienen razón los que afirman que los docentes españoles imparten más horas lectivas que la media de la OCDE, 880 horas frente a 773. Y además en menos tiempo, en 37 semanas (porque disfrutan 10 días más de vacaciones que la media). Dividiendo horas por semanas obtenemos algo más de 23 horas semanales. Que vayan celebrando en Madrid que van a trabajar menos. Eso sí, también es verdad que el número total de horas trabajadas al año es de 1.425, o sea, 235 menos que las 1.660 que promedia el conjunto de países (véase pag. 428).
También atinan los que sostienen que los profesores españoles están entre los mejor pagados del mundo. En datos ponderados sobre poder adquisitivo y excluyendo a Luxemburgo, país que sólo sirve para blanquear dinero y reventar estadísticas, en todas las escalas salariales están entre los dos o tres países con mayores retribuciones (pag. 415). Si además se comparan estos emolumentos con los salarios de otras profesiones de titulación universitaria superior, nuestros profes son como La Roja, campeones del mundo indiscutibles (pag. 417). Falta les hará para afrontar los gastos ingentes que suponen las 15 semanas de vacaciones.
Llama también la atención que pese a tener una de las ratios más bajas de alunmos por profesor (8,6 frente a 13,5) España supera levemente la media en alumnos por aula (pag. 404). No acabo de adivinar si faltan alumnos, sobran profesores o escasean las aulas. A mis amigos manirrotos e inconscientes que perjudican la educación de sus polluelos en caros colegios privados decirles que en éstos, encima, tienen unos 15 pupilos por docente.
Y si eso no basta, decir también que, ponderado el PIB por habitante, la enseñanza pública española es la tercera del mundo en mayor gasto por estudiante. Ahí es nada.
Cómo se puede hablar de recortar el despilfarro, de aumentar las horas de trabajo, de reducir el gasto, si con el ímprobo esfuerzo de estos sufridos huelguistas y sus mariachis sindicales, la decidida inversión del Estado y la inteligente gestión de nuestros sucesivos gobernantes estatales y autonómicos hemos conseguido colocarnos según el último informe PISA en el puesto 34 del mundo en comprensión de lectura, en el 36 en Matemáticas y en el 37 en Ciencias.
Y, si encima despiden a los interinos, quién va a ser ahora capaz de encender el ordenador, conectar el cañón o hablar en inglés, ¿eh?. O es que van a obligar a los funcionarios a reciclarse y aprender Física postnewtoniana. Qué quieren, ¿que acabemos tan mal como en la enseñanza privada, como los hijos de los burros de mis amigos?
jueves, 4 de agosto de 2011
Las horcas caudinas
Editorializaba ayer el diario El País, con loable elegancia estilística, que "las horcas caudinas por las que se ha visto obligado a pasar Barack Obama bajo la mirada triunfal de los republicanos acabarán por arruinar la efectividad de la política fiscal", en referencia al acuerdo para elevar el techo de la deuda.
El hecho de que alguna desmesura en la metáfora la acople un poco a martillo sobre el tenor de la disputa parlamentaria, no resta mérito periodístico a tan culto giro en tiempos en los que es bastante más común encontrar un error ortográfico en un titular de portada.
El desfiladero de las Horcas Caudinas, que atraviesa los Apeninos, fue escenario de una emboscada durante la Segunda Guerra Samnita en el siglo IV A.C. Un ejército romano comandado por el cónsul Espurio Postumio Albino, de tan infortunado nombre como destino, padeció la más humillante derrota de Roma en todo el período de la República. Los prisioneros, desarmados y desnudos, fueron obligados por los samnitas a pasar inclinados bajo un yugo como los de uncir bueyes, formado con las lanzas de los vencedores. Tal fue la ignominia y el deshonor de la rendición que buena parte de los legionarios renunciaron a volver a sus hogares y el Senado llegó a prohibir las fiestas y hasta los casamientos durante un año. La humillación tomó el nombre del lugar y la expresión pasar por las horcas caudinas o pasar bajo el yugo pervivió en la memoria de Roma hasta el punto de que tres siglos más tarde el propio Julio César infligió similar oprobio al caudillo galo Vercingetorix, obligándole a inclinar la cerviz al paso bajo el yugo de las lanzas romanas.
Del mismo hecho deriva la expresión subyugar, en su primera acepción de avasallar o sojuzgar y, en sentido más figurado, también en su significado de embelesar o cautivar.
No deja de ser curioso que el mismo Obama que ha subyugado con embeleso a gran parte de la sociedad estadounidense haya terminado - a juicio de El País- humillantemente subyugado por los bárbaros del Tea Party.
El hecho de que alguna desmesura en la metáfora la acople un poco a martillo sobre el tenor de la disputa parlamentaria, no resta mérito periodístico a tan culto giro en tiempos en los que es bastante más común encontrar un error ortográfico en un titular de portada.
El desfiladero de las Horcas Caudinas, que atraviesa los Apeninos, fue escenario de una emboscada durante la Segunda Guerra Samnita en el siglo IV A.C. Un ejército romano comandado por el cónsul Espurio Postumio Albino, de tan infortunado nombre como destino, padeció la más humillante derrota de Roma en todo el período de la República. Los prisioneros, desarmados y desnudos, fueron obligados por los samnitas a pasar inclinados bajo un yugo como los de uncir bueyes, formado con las lanzas de los vencedores. Tal fue la ignominia y el deshonor de la rendición que buena parte de los legionarios renunciaron a volver a sus hogares y el Senado llegó a prohibir las fiestas y hasta los casamientos durante un año. La humillación tomó el nombre del lugar y la expresión pasar por las horcas caudinas o pasar bajo el yugo pervivió en la memoria de Roma hasta el punto de que tres siglos más tarde el propio Julio César infligió similar oprobio al caudillo galo Vercingetorix, obligándole a inclinar la cerviz al paso bajo el yugo de las lanzas romanas.
Del mismo hecho deriva la expresión subyugar, en su primera acepción de avasallar o sojuzgar y, en sentido más figurado, también en su significado de embelesar o cautivar.
No deja de ser curioso que el mismo Obama que ha subyugado con embeleso a gran parte de la sociedad estadounidense haya terminado - a juicio de El País- humillantemente subyugado por los bárbaros del Tea Party.
jueves, 28 de julio de 2011
Calentología, nubes misteriosas y un tal Henrik Svensmark
Ahora que según las previsiones de la ciencia oficial debería estar apretando la canícula de un verano inusualmente caluroso y sin embargo padecemos el mes de julio más frío y lluvioso de los últimos 50 años, tal vez la Agencia Estatal de Meteorología opte por seguir el ejemplo de su homóloga británica -el MetOffice- y deje de hacer previsiones meteorológicas a medio y corto plazo (la pifia ha sido a un mes vista), suponiendo correctamente que si éstas fallan de forma reiterada, perderán credibilidad aquellas que, a largo plazo y basadas en los mismos modelos, nos auguran el catastrófico calentamiento global que nos merecemos por el pecado de emitir grandes cantidades de CO2 a la atmósfera. Además con predicciones a cincuenta o cien años se evitan convenientemente el riesgo de estar aquí para ser desmentidos en caso de que tampoco acierten.
También ahora, cuando las nubes que arrastra el frío viento del Norte hacen maldecir a los bañistas por haber reciclado compulsivamente durante todo el invierno o por haberse comprado un Prius, me acuerdo de Henrik Svensmark, un brillante físico danés, maltratado con métodos inquisitoriales por la nomenclatura del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) -y en general por toda la ciencia climatológica oficial y subvencionada- durante los últimos quince años. El pecado que convirtió a Svensmark en hereje y le condenó a la hoguera del ostracismo y la pertinaz denegación de fondos fue un estudio que cuestiona el efecto de los gases de invernadero sobre el clima y demuestra una correlación mucho más estrecha de los cambios climáticos con los efectos de los rayos cósmicos y el viento solar en la formación de nubes. Básicamente sostiene que la radiación de partículas cósmicas que atraviesa el sistema solar es la que ioniza la atmósfera y promueve la generación de nubes mientras la radiación solar actúa en sentido opuesto por la interferencia con aquellas. A mayor actividad solar habrá menos nubes y más calentamiento y a mayor radiación cósmica lo contrario. Dicho de otro modo, es la cantidad de nubes la que determina el clima y no al revés.
Después de años de lucha y, con los modestos recursos que puso a su disposición el Centro Espacial Nacional Danés, desarrolló un experimento a pequeña escala con el que demostraba cómo los rayos cósmicos producían en laboratorio precursores o semillas de nubes. Lejos de obtener reconocimiento y apoyo económico por sus hallazgos, Svensmark ha padecido desde entonces la crítica feroz y la persecución (amenazas a las revistas científicas que publiquen sus artículos) por parte de una ciencia oficial del clima, de fuerte posicionamiento político y que admite cada vez menos discusión o debate, la que algunos llaman secta de la Calentología. Todo ello aparece estupendamente retratado en el documental El misterio de las nubes (2007), emitido en España por el canal Odisea, disponible en YouTube y cuya visión recomiendo.
Pues bien, después de todo este tiempo y gracias al denodado apoyo de algunos físicos como Nir Shaviv y Jasper Kirbii o el periodista Nigel Calder, el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) ha llevado a cabo el proyecto CLOUD, un diseño a gran escala del estudio de Svensmark, cuyos resultados están a punto de publicarse y pueden poner, antes o después, patas arriba la teoría del calentamiento global antropogénico. De momento el director del CERN, en un comunicado insólito, ha prohibido a sus científicos que publiquen junto con los datos sus interpretaciones dada "la muy politizada arena del debate del cambio climático", lo que parece todo un indicio a favor de las tesis de Svensmark. Algunas filtraciones previas de los datos obtenidos apuntan en la misma dirección. Aunque por muy acertado que esté, no dudo de que el IPCC y todos los resortes de poder que manejan, le declararán la guerra.
Quienes me conocen saben que soy desde hace bastantes años un declarado escéptico respecto a la teoría del calentamiento global causado por el hombre y al supuesto consenso científico (claramente inexistente) sobre la cuestión. Es más, me parece tan acientífico como la imposición de cualquier dogma. Por lo mismo tampoco abrazo con ninguna fe cualquier teoría alternativa. Pero tendría gracia que a la postre el amigo Svensmark tuviera razón y el calentamiento o enfriamiento globales se deban fundamentalmente a causas tan naturales como incontrolables y que la rampante Calentología se convierta en un carísimo fiasco y en uno de los mayores ridículos científicos de la Historia.
Henrik Svensmark |
Después de años de lucha y, con los modestos recursos que puso a su disposición el Centro Espacial Nacional Danés, desarrolló un experimento a pequeña escala con el que demostraba cómo los rayos cósmicos producían en laboratorio precursores o semillas de nubes. Lejos de obtener reconocimiento y apoyo económico por sus hallazgos, Svensmark ha padecido desde entonces la crítica feroz y la persecución (amenazas a las revistas científicas que publiquen sus artículos) por parte de una ciencia oficial del clima, de fuerte posicionamiento político y que admite cada vez menos discusión o debate, la que algunos llaman secta de la Calentología. Todo ello aparece estupendamente retratado en el documental El misterio de las nubes (2007), emitido en España por el canal Odisea, disponible en YouTube y cuya visión recomiendo.
Pues bien, después de todo este tiempo y gracias al denodado apoyo de algunos físicos como Nir Shaviv y Jasper Kirbii o el periodista Nigel Calder, el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) ha llevado a cabo el proyecto CLOUD, un diseño a gran escala del estudio de Svensmark, cuyos resultados están a punto de publicarse y pueden poner, antes o después, patas arriba la teoría del calentamiento global antropogénico. De momento el director del CERN, en un comunicado insólito, ha prohibido a sus científicos que publiquen junto con los datos sus interpretaciones dada "la muy politizada arena del debate del cambio climático", lo que parece todo un indicio a favor de las tesis de Svensmark. Algunas filtraciones previas de los datos obtenidos apuntan en la misma dirección. Aunque por muy acertado que esté, no dudo de que el IPCC y todos los resortes de poder que manejan, le declararán la guerra.
Quienes me conocen saben que soy desde hace bastantes años un declarado escéptico respecto a la teoría del calentamiento global causado por el hombre y al supuesto consenso científico (claramente inexistente) sobre la cuestión. Es más, me parece tan acientífico como la imposición de cualquier dogma. Por lo mismo tampoco abrazo con ninguna fe cualquier teoría alternativa. Pero tendría gracia que a la postre el amigo Svensmark tuviera razón y el calentamiento o enfriamiento globales se deban fundamentalmente a causas tan naturales como incontrolables y que la rampante Calentología se convierta en un carísimo fiasco y en uno de los mayores ridículos científicos de la Historia.
viernes, 10 de junio de 2011
Breves
Leo con estupor que Ken ha decidido abandonar a Barbie. Resulta que Mattel embala sus muñecas con cartón procedente de árboles de las selvas de Indonesia. Y Ken no sale con chicas que deforestan. Así lo ha confesado en un vídeo realizado por Greenpeace. Por qué no me extrañará que un muñeco eunuco y metrosexual sea también un esclarecido ecologista. Barbie, guapa, manda a paseo a ese pisaverde y líate con un Action Man.
El Subsecretario del Interior, Justo Zambrana, ha revelado que las infracciones por exceso de velocidad, que curiosamente habían disminuido desde la reducción de los límites a 110 km./h, han experimentado un repunte del 8 % a partir de la última semana de mayo, con respecto al mismo período del año anterior. Zambrana atribuye estos datos estadísticos a un cierto relax en el cumplimiento de la norma por parte de los conductores.
También va a ser casualidad que se hayan impuesto menos multas desde la implantación de la polémica medida hasta la fecha de las elecciones municipales y autonómicas y justo unos días después vuelva a aumentar la recaudación por infracciones. ¿No habrá habido un cierto relax de los radares fijos, interferidos por ondas electorales?
El declive político de Berlusconi podría coincidir con la irrupción en el foro del otro personaje más envidiado por los italianos -dicho sea en masculino plural no genérico-, el célebre actor porno Rocco Siffredi. El argumento de su campaña contra el abandono de mascotas no puede ser más intimidatorio: "Se lo abandoni, ti inculo!", conocidas las dimensiones extraordinarias de dicho argumento. En plena crisis de las hortalizas por la epidemia de E. Coli, el nabo italiano atemoriza mucho más que el pepino español. Por cierto que echo de menos una campaña a favor del injustamente vilipendiado cucurbitáceo patrio, a cargo del también internacionalmente reconocido Nacho Vidal.
***
El Subsecretario del Interior, Justo Zambrana, ha revelado que las infracciones por exceso de velocidad, que curiosamente habían disminuido desde la reducción de los límites a 110 km./h, han experimentado un repunte del 8 % a partir de la última semana de mayo, con respecto al mismo período del año anterior. Zambrana atribuye estos datos estadísticos a un cierto relax en el cumplimiento de la norma por parte de los conductores.
También va a ser casualidad que se hayan impuesto menos multas desde la implantación de la polémica medida hasta la fecha de las elecciones municipales y autonómicas y justo unos días después vuelva a aumentar la recaudación por infracciones. ¿No habrá habido un cierto relax de los radares fijos, interferidos por ondas electorales?
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El declive político de Berlusconi podría coincidir con la irrupción en el foro del otro personaje más envidiado por los italianos -dicho sea en masculino plural no genérico-, el célebre actor porno Rocco Siffredi. El argumento de su campaña contra el abandono de mascotas no puede ser más intimidatorio: "Se lo abandoni, ti inculo!", conocidas las dimensiones extraordinarias de dicho argumento. En plena crisis de las hortalizas por la epidemia de E. Coli, el nabo italiano atemoriza mucho más que el pepino español. Por cierto que echo de menos una campaña a favor del injustamente vilipendiado cucurbitáceo patrio, a cargo del también internacionalmente reconocido Nacho Vidal.
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domingo, 5 de junio de 2011
Firma invitada: Lo legal y lo justo (Cristina Nebot)
Inauguro la sección de colaboraciones con esta entrada de Cristina, a cuya denuncia me adhiero por completo.
El así agraviado ha pleiteado durante trece años de juicios y gastos, no bastando una sentencia favorable para satisfacer su dogmatismo arquitectónico y obtener su desagravio, sino que pretende que cien familias se queden sin casa en aras de la arquitectura racionalista. ¿Es esto Justicia o la historia de un despecho?
Con frecuencia digo a mis alumnos que lo legal y lo justo no siempre coinciden, en un intento de prepararlos para la segura frustración que sentirán al acercarse a los tribunales de Justicia. Pero esta noticia, esta decisión judicial no sólo es injusta, es descabellada, por más que se ajuste a la estricta, fría, formal y deshumanizada legalidad.
El Tribunal Superior de ¿Xustiza? de Galicia acaba de ordenar el derribo de un edificio en el centro de Coruña donde viven cien familias por no ser ajustado a la estética de la arquitectura racionalista de la ciudad. ¿Creéis que exagero?
A principios de 1997, FENOSA convocó un concurso para permutar su edificio de oficinas en A Coruña por las viviendas y locales comerciales que se obtuviesen mediante la realización de obras de rehabilitación. Entre los concursantes se encontraba D. Valentín Souto García, quien ya fue arquitecto contratado por el Ayuntamiento de Betanzos. No resultó adjudicatario del concurso.
Desde entonces y hasta hoy pretende el derribo de un edificio en el que actualmente viven 100 familias. Entre sus motivos: - "se nos había perjudicado haciéndonos realizar un esfuerzo y un trabajo que habían resultado en vano". - "absolutamente inadmisible la transformación arquitectónica que convirtió uno de los pocos edificios racionalistas meritorios de la ciudad de A Coruña,en un desafortunado remedo de la arquitectura ecléctica del siglo XIX, dando un lamentable ejemplo de involución arquitectónica, que además resulta para mí un auténtico agravio, en tanto fue llevado a cabo en detrimento de mi propuesta (...)".(La Opinión A Coruña, 4 de junio de 2010)
viernes, 3 de junio de 2011
Autoritarios y totalitarios
Treinta y seis años después de la muerte del dictador que campeó por España algo más de otros tantos, no puede decirse que Francisco Franco haya conseguido pasar a la Historia. Podría entenderse que sus ya escasos nostálgicos se aferrasen a la memoria fabulada de un personaje tan patético como abominable, pero son, curiosamente, los más declaradamente antifranquistas los que no dejan de sacar al santo en procesión, como si les resultase imprescindible todavía para peinarse con la raya que separa el bien y el mal más absolutos. Es tan refractaria al sentido común la incapacidad para asumir el pasado de buena parte de la sociedad española que la historia contemporánea no merece ser escrita con mayúscula, embarrada todavía en las trincheras de la Guerra Civil.
No es extraño que el recién estrenado Diccionario de la Real Academia de la Historia haya encallado precisamente en la F de Franco, en cuya entrada se afirma que su régimen fue autoritario pero no totalitario.
¡A las barricadas! Toque de corneta y reparto de munición contra el académico franquista que ha rebajado la dictadura de totalitaria a autoritaria. Políticos y contertulios, medios de comunicación y organizaciones cívicas de variados pelajes, todos a una pidiendo cuando menos la corrección del diccionario, cuando más su prohibición o su quema en plaza pública.
Desde luego, si no ganamos más competiciones deportivas es porque todavía no se ha inventado el campeonato mundial de capacidad de ridículo o el de ignorancia temeraria. Puede que no sea nada afortunado encomendar la redacción de la biografía del funesto general a un historiador como Luis Suárez, de abiertas simpatías por su biografiado -como tampoco parece la mejor idea que de la entrada sobre Felipe González se encargue Juan Luis Cebrián- pero le asiste toda la razón cuando académicamente califica el régimen de Franco como autoritario y no como totalitario, frente a la legión de tarugos que se rasga las vestiduras sin conocer ni por asomo la diferencia entre un término y otro.
Un régimen autoritario o autocrático suele ser personalista, habitualmente conservador o retrógrado y, si bien elimina las libertades y derechos fundamentales, no pretende normalmente ocupar ideológicamente todos los aspectos de la sociedad, sino mantener el poder y la vida pública en manos de una oligarquía. Van desde las monarquías absolutas a las dictaduras militares o regímenes populistas. El franquismo encaja bien en el concepto, como la coetánea dictadura de Salazar en Portugal, de Pinochet en Chile o las todavía vigentes en la Guinea Ecuatorial de Obiang o la monarquía marroquí.
Los totalitarismos suelen surgir, en cambio, de un partido político, que se convierte en único y, desde una fuerte ideologización pretende fundirse con las instituciones del Estado, absorber la economía y exige la movilización política de sus ciudadanos, eliminando también sus derechos y libertades fundamentales. De ese carácter total del que toman su nombre son paradigmáticos el nacionalsocialismo alemán o el comunismo leninista, estalinista y sus continuaciones y satélites.
Dicho esto, no es necesariamente peor ni más sanguinario un régimen por ser autoritario o totalitario. No son grados de lo mismo, son sencillamente categorías científicas distintas, establecidas académicamente desde hace décadas para clasificar los sistemas políticos. Confundir la distinción científica con la justificación moral es mero revisionismo indocumentado.
Pese a toda la polémica generada, no creo que la nueva enciclopedia biográfica vaya a infligir graves daños neuronales a sus furibundos críticos, vista su escasa disposición a consultar un diccionario antes de ponerse en evidencia. En esta escalada del disparate ibérico no sería descabellado que surgieran partidarios de derogar la Ley de la gravedad, claramente preconstitucional y totalitariamente vigente en tiempos del autoritario Franco.
No es extraño que el recién estrenado Diccionario de la Real Academia de la Historia haya encallado precisamente en la F de Franco, en cuya entrada se afirma que su régimen fue autoritario pero no totalitario.
¡A las barricadas! Toque de corneta y reparto de munición contra el académico franquista que ha rebajado la dictadura de totalitaria a autoritaria. Políticos y contertulios, medios de comunicación y organizaciones cívicas de variados pelajes, todos a una pidiendo cuando menos la corrección del diccionario, cuando más su prohibición o su quema en plaza pública.
Desde luego, si no ganamos más competiciones deportivas es porque todavía no se ha inventado el campeonato mundial de capacidad de ridículo o el de ignorancia temeraria. Puede que no sea nada afortunado encomendar la redacción de la biografía del funesto general a un historiador como Luis Suárez, de abiertas simpatías por su biografiado -como tampoco parece la mejor idea que de la entrada sobre Felipe González se encargue Juan Luis Cebrián- pero le asiste toda la razón cuando académicamente califica el régimen de Franco como autoritario y no como totalitario, frente a la legión de tarugos que se rasga las vestiduras sin conocer ni por asomo la diferencia entre un término y otro.
Un régimen autoritario o autocrático suele ser personalista, habitualmente conservador o retrógrado y, si bien elimina las libertades y derechos fundamentales, no pretende normalmente ocupar ideológicamente todos los aspectos de la sociedad, sino mantener el poder y la vida pública en manos de una oligarquía. Van desde las monarquías absolutas a las dictaduras militares o regímenes populistas. El franquismo encaja bien en el concepto, como la coetánea dictadura de Salazar en Portugal, de Pinochet en Chile o las todavía vigentes en la Guinea Ecuatorial de Obiang o la monarquía marroquí.
Los totalitarismos suelen surgir, en cambio, de un partido político, que se convierte en único y, desde una fuerte ideologización pretende fundirse con las instituciones del Estado, absorber la economía y exige la movilización política de sus ciudadanos, eliminando también sus derechos y libertades fundamentales. De ese carácter total del que toman su nombre son paradigmáticos el nacionalsocialismo alemán o el comunismo leninista, estalinista y sus continuaciones y satélites.
Dicho esto, no es necesariamente peor ni más sanguinario un régimen por ser autoritario o totalitario. No son grados de lo mismo, son sencillamente categorías científicas distintas, establecidas académicamente desde hace décadas para clasificar los sistemas políticos. Confundir la distinción científica con la justificación moral es mero revisionismo indocumentado.
Pese a toda la polémica generada, no creo que la nueva enciclopedia biográfica vaya a infligir graves daños neuronales a sus furibundos críticos, vista su escasa disposición a consultar un diccionario antes de ponerse en evidencia. En esta escalada del disparate ibérico no sería descabellado que surgieran partidarios de derogar la Ley de la gravedad, claramente preconstitucional y totalitariamente vigente en tiempos del autoritario Franco.
domingo, 22 de mayo de 2011
#spanishrevolution
Comenzaba su blog este juntaletras -allá por enero- analizando las revueltas en Egipto y el insoslayable efecto multiplicador de internet y las redes sociales, capaz de desbordar las vías de comunicación convencionales sobre las que el poder se ha asentado en las últimas décadas. Lejos estaba de imaginar que las réplicas del temblor llegasen al Viejo Continente y menos aún que en mi propio país se desplegase la vanguardia de la tan necesaria rebelión social que, lejos de un arrebato violento de frustración, abra puertas a la ilusión y a la esperanza. Y mucho de eso apunta el movimiento 15M, la ya bautizada spanish revolution, con la que una generación supuestamente adormecida y nihilista ha tomado pacíficamente el ágora de sus ciudades desde el simbólico kilómetro cero de la Puerta del Sol. Y aunque la indignación sea el término preferido para adjetivar a cuantos se concentran en los escenarios de la protesta, no hay que buscar el origen de la protesta en el manifiesto Indignaos -ya comentado aquí- del nonagenario Stephane Hessel, sino en el mucho más transversal movimiento nolesvotes.com, nacido como reacción de los internautas españoles ante los abusos de la Ley Sinde, que con la coartada de defender los derechos de autor, prioriza intereses económicos sobre libertades fundamentales. Una ley aprobada por la gran mayoría de los representantes políticos, contra la opinión de la gran mayoría de sus representados.
Ése es el verdadero eje de lo que ahora se plantea en la calle, la constatación progresiva de que los representantes electos de los ciudadanos no son en absoluto tal cosa. Que el voto sirve a quien lo recibe y no a quien lo emite. Parece blasfemo cuestionar uno de los mantras fundamentales de la democracia, pero es obvio que en un sistema electoral como el español cualquier candidato depende mucho más de quien lo coloca en una lista y de en qué posición lo coloca, que de quienes finalmente votan esa lista. Sería largo detallar en qué medida la organización interna de los partidos, su financiación degenerada y sus servidumbres con oscuras esferas del poder económico, blindadas frente a la sociedad, desvirtúan por completo la represantatividad de los ciudadanos inherente a la democracia, hasta dejar sólo el nombre, un mero cartel con la palabra democracia. Recuerda a esos garitos americanos de la época de la Ley Seca, donde bajo el rótulo de un orfanato o de una funeraria operaba en los sótanos un casino, bien es verdad que con la libertad de elegir entre los de la familia Corleone o los de la Tattaglia.
Lo que late desde hace mucho tiempo en la intuición de los damnificados por una crisis que no parece penalizar a sus causantes es que la modélica democracia occidental no puede ampararse en la excusa de ser ese sistema imperfecto que, pese a todo, es el menos malo de los sistemas, para dejarse corromper hasta el tuétano y convertirse en una mascarada electoral donde decidir (como gráficamente apuntaba Vargas llosa sobre las elecciones peruanas) si preferimos el SIDA o el cáncer.
No faltan, desde luego, quienes desde los propios partidos hayan querido llevarse el agua del descontento a su molino. Ahí está por ejemplo la Izquierda Unida y revenida enarbolando el sectario panfleto de Hessel, pero los convocantes de esta rebelión popular han tenido el tino de desmarcarse de todos los partidos por igual y extender sus críticas a las organizaciones empresariales y sindicales (esto último desorienta a no pocos oportunistas de bandera y pancarta), la inteligencia de no proclamar líderes que desenfoquen el carácter colectivo del movimiento y la prudencia de distinguirse claramente de conocidas organizaciones de cafres antisistema y extremistas varios. Al contrario, han dado un ejemplo de resistencia pacífica, de orden, de organización y de civismo con el que resulta fácil sentirse identificado y, por una vez, hasta representado.
Y aunque admito que resulta ilusionante que un país como España, de escasa sociedad civil organizada, alumbre un movimiento cívico imaginativo que podría extenderse por el mundo, tampoco me faltan razones para el pesimismo. Tendrán que sobrevivir a la contaminación de indeseables, al oportunismo de arribistas, a los intentos de boicot y desacreditación de muchos de los poderes establecidos a los que desafían, a la manipulación interesada de medios, editoriales y contertulios al servicio de aquéllos y quizá también a que el gran valor de la transversalidad, su capacidad de aglutinar a muy distintos sectores de la sociedad, no encuentre el equilibrio entre el exceso de indefinición y la definición excesiva, que en un caso los disuelva y en el otro los divida. Al fin y al cabo el Mayo del 68 o la Primavera de Praga se quedaron casi en nada. Ni violentos ni sectarios, y más lúcidos que desesperados, los jóvenes de la Primavera o el Mayo español se merecen la mejor de las suertes. Como mínimo servirá de terapia, reivindicará a una generación menospreciada y quizá descubra a los políticos que viven de causar y administrar la miseria de sus gobernados, que ni somos todos tontos ni lo somos todo el tiempo.
Ése es el verdadero eje de lo que ahora se plantea en la calle, la constatación progresiva de que los representantes electos de los ciudadanos no son en absoluto tal cosa. Que el voto sirve a quien lo recibe y no a quien lo emite. Parece blasfemo cuestionar uno de los mantras fundamentales de la democracia, pero es obvio que en un sistema electoral como el español cualquier candidato depende mucho más de quien lo coloca en una lista y de en qué posición lo coloca, que de quienes finalmente votan esa lista. Sería largo detallar en qué medida la organización interna de los partidos, su financiación degenerada y sus servidumbres con oscuras esferas del poder económico, blindadas frente a la sociedad, desvirtúan por completo la represantatividad de los ciudadanos inherente a la democracia, hasta dejar sólo el nombre, un mero cartel con la palabra democracia. Recuerda a esos garitos americanos de la época de la Ley Seca, donde bajo el rótulo de un orfanato o de una funeraria operaba en los sótanos un casino, bien es verdad que con la libertad de elegir entre los de la familia Corleone o los de la Tattaglia.
Lo que late desde hace mucho tiempo en la intuición de los damnificados por una crisis que no parece penalizar a sus causantes es que la modélica democracia occidental no puede ampararse en la excusa de ser ese sistema imperfecto que, pese a todo, es el menos malo de los sistemas, para dejarse corromper hasta el tuétano y convertirse en una mascarada electoral donde decidir (como gráficamente apuntaba Vargas llosa sobre las elecciones peruanas) si preferimos el SIDA o el cáncer.
No faltan, desde luego, quienes desde los propios partidos hayan querido llevarse el agua del descontento a su molino. Ahí está por ejemplo la Izquierda Unida y revenida enarbolando el sectario panfleto de Hessel, pero los convocantes de esta rebelión popular han tenido el tino de desmarcarse de todos los partidos por igual y extender sus críticas a las organizaciones empresariales y sindicales (esto último desorienta a no pocos oportunistas de bandera y pancarta), la inteligencia de no proclamar líderes que desenfoquen el carácter colectivo del movimiento y la prudencia de distinguirse claramente de conocidas organizaciones de cafres antisistema y extremistas varios. Al contrario, han dado un ejemplo de resistencia pacífica, de orden, de organización y de civismo con el que resulta fácil sentirse identificado y, por una vez, hasta representado.
Y aunque admito que resulta ilusionante que un país como España, de escasa sociedad civil organizada, alumbre un movimiento cívico imaginativo que podría extenderse por el mundo, tampoco me faltan razones para el pesimismo. Tendrán que sobrevivir a la contaminación de indeseables, al oportunismo de arribistas, a los intentos de boicot y desacreditación de muchos de los poderes establecidos a los que desafían, a la manipulación interesada de medios, editoriales y contertulios al servicio de aquéllos y quizá también a que el gran valor de la transversalidad, su capacidad de aglutinar a muy distintos sectores de la sociedad, no encuentre el equilibrio entre el exceso de indefinición y la definición excesiva, que en un caso los disuelva y en el otro los divida. Al fin y al cabo el Mayo del 68 o la Primavera de Praga se quedaron casi en nada. Ni violentos ni sectarios, y más lúcidos que desesperados, los jóvenes de la Primavera o el Mayo español se merecen la mejor de las suertes. Como mínimo servirá de terapia, reivindicará a una generación menospreciada y quizá descubra a los políticos que viven de causar y administrar la miseria de sus gobernados, que ni somos todos tontos ni lo somos todo el tiempo.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Operación Mourinho
Vaya por delante que uno es del Atleti, lo cual convalida un máster en injusticias cósmicas, normalmente a favor del Real Madrid, que es nuestro enemigo natural, cuyas derrotas jaleamos como victorias propias, tan triste y rebelde es a veces nuestro sino. Y en esas nos hemos encontrado a menudo con el Barça, con el que disputamos partidos épicos, pero de buen rollito, hermanados en alguna medida por la fobia contra el enemigo común. Compañeros en la trinchera contra el poder establecido -que, a través de unos señores que antes vestían de negro, pero se comportaban como si vistieran de blanco, nos dejaba fuera de las subvenciones directas a la gloria- no llegamos como los culés a hacer del agravio causa política, de agresión contra la identidad nacional, pero tampoco les enmendábamos la plana ni cuando reclamaban un penalti centralista a diez metros del área
Pero hace más de veinte años que las cosas han cambiado, desde las ligas milagrosas que ganaba el Barcelona en el último partido, con más que sospechosos arbitrajes al rival en Tenerife, que con el correr del tiempo han dejado como dominadores en el oscuro estamento federativo y arbitral a algunos significados azulgranas y al Madrid con tanta fuerza en el cotarro como la UGT con Franco. Esa Federación piramidal, que por arriba termina en Suiza donde campan la UEFA y la FIFA, de transparencia democrática equiparable a los Soprano y que designan por ocultos ritos, propios de una logia masónica, a los árbitros de las diferentes competiciones.
Contra las acusaciones de manipulación sutil siempre puede alegarse el error humano, lo opinable y relativo de si una jugada es más o menos penalti o expulsión y que las equivocaciones de los trencillas acaban afectando por igual a unos a otros. Pero cuando la cuenta de errores despierta sospechas, cuando las declaraciones de Guardiola consiguen revocar la designación inicial de un árbitro portugués para el partido de ida y las de Mourinho consiguen en cambio que le encasqueten precisamente a un árbitro del que se queja, cuando una expulsión muy discutible condiciona el desarrollo del primer partido y las suspicacias se elevan a clamor en los medios, hay cosas que no deberían pasar. Y la anulación del gol de Higuaín es una de esas cosas. Por resumir, Piqué tira a Cristiano Ronaldo que en su caída derriba involuntariamente a Mascherano, quien seguramente tampoco habría podido evitar el gol de Higuaín. No conceder la ley de la ventaja y señalar la primera falta, la de Piqué, ya sería beneficiar al infractor, pero resolver la situación pitando falta de Cristiano Ronaldo, entra de lleno en la antología del disparate arbitral y da pábulo a cuantos venían diciendo que los árbitros favorecen al Barcelona y perjudican al Madrid.
Con ventaja de los blancos en el marcador el partido habría sido otro, igual que sin la expulsión de Pepe en el Bernabeu. Y esos son los partidos que habría querido ver, donde sin duda me habría alegrado de que el magnífico juego de ataque del Barça se hubiera impuesto a la racanería táctica de Mourinho, sin el asomo de una duda que ahora será permanente. Eso es en realidad lo que le han hurtado a los dos equipos y al espectáculo tamañas decisiones arbitrales.
Es manifiesta la hostilidad de Platini hacia la inflación que genera el talonario de Florentino en el fútbol y sabida es la crueldad de la UEFA con los que, como Mourinho, se atreven a cuestionar su cuestionable imparcialidad. Razón de más para extremar siquiera las apariencias de neutralidad. Pero el efecto ha sido, para muchos, consagrar a los antiguos agraviados como nuevos beneficiarios de la injusticia contra la que tanto han protestado.
Y en esas el Real Madrid se ha caído del guindo de la soberbia y el señorío y, de la mano de Mou, se queja hasta el comedidísimo Valdano, bien es verdad que sin la experiencia plañidera del ahora federativo Joan Gaspar, de quintas enteras de directivos blaugranas, ni la más pertinaz y aquilatada de mi permanentemente oprimido Atleti.
Y es que lo que más me fastidia es que al enemigo de toda la vida, a la antítesis de nuestra esencia, a ese odioso correcaminos vestido de blanco, lo vayamos a encontrar ahora en la trinchera de los desposeídos, de la victoria moral y el sino trágico, hermanados acaso ante la tiranía. Por Dios, no. Hasta ahí podríamos llegar.
Pero hace más de veinte años que las cosas han cambiado, desde las ligas milagrosas que ganaba el Barcelona en el último partido, con más que sospechosos arbitrajes al rival en Tenerife, que con el correr del tiempo han dejado como dominadores en el oscuro estamento federativo y arbitral a algunos significados azulgranas y al Madrid con tanta fuerza en el cotarro como la UGT con Franco. Esa Federación piramidal, que por arriba termina en Suiza donde campan la UEFA y la FIFA, de transparencia democrática equiparable a los Soprano y que designan por ocultos ritos, propios de una logia masónica, a los árbitros de las diferentes competiciones.
Contra las acusaciones de manipulación sutil siempre puede alegarse el error humano, lo opinable y relativo de si una jugada es más o menos penalti o expulsión y que las equivocaciones de los trencillas acaban afectando por igual a unos a otros. Pero cuando la cuenta de errores despierta sospechas, cuando las declaraciones de Guardiola consiguen revocar la designación inicial de un árbitro portugués para el partido de ida y las de Mourinho consiguen en cambio que le encasqueten precisamente a un árbitro del que se queja, cuando una expulsión muy discutible condiciona el desarrollo del primer partido y las suspicacias se elevan a clamor en los medios, hay cosas que no deberían pasar. Y la anulación del gol de Higuaín es una de esas cosas. Por resumir, Piqué tira a Cristiano Ronaldo que en su caída derriba involuntariamente a Mascherano, quien seguramente tampoco habría podido evitar el gol de Higuaín. No conceder la ley de la ventaja y señalar la primera falta, la de Piqué, ya sería beneficiar al infractor, pero resolver la situación pitando falta de Cristiano Ronaldo, entra de lleno en la antología del disparate arbitral y da pábulo a cuantos venían diciendo que los árbitros favorecen al Barcelona y perjudican al Madrid.
Con ventaja de los blancos en el marcador el partido habría sido otro, igual que sin la expulsión de Pepe en el Bernabeu. Y esos son los partidos que habría querido ver, donde sin duda me habría alegrado de que el magnífico juego de ataque del Barça se hubiera impuesto a la racanería táctica de Mourinho, sin el asomo de una duda que ahora será permanente. Eso es en realidad lo que le han hurtado a los dos equipos y al espectáculo tamañas decisiones arbitrales.
Es manifiesta la hostilidad de Platini hacia la inflación que genera el talonario de Florentino en el fútbol y sabida es la crueldad de la UEFA con los que, como Mourinho, se atreven a cuestionar su cuestionable imparcialidad. Razón de más para extremar siquiera las apariencias de neutralidad. Pero el efecto ha sido, para muchos, consagrar a los antiguos agraviados como nuevos beneficiarios de la injusticia contra la que tanto han protestado.
Y en esas el Real Madrid se ha caído del guindo de la soberbia y el señorío y, de la mano de Mou, se queja hasta el comedidísimo Valdano, bien es verdad que sin la experiencia plañidera del ahora federativo Joan Gaspar, de quintas enteras de directivos blaugranas, ni la más pertinaz y aquilatada de mi permanentemente oprimido Atleti.
Y es que lo que más me fastidia es que al enemigo de toda la vida, a la antítesis de nuestra esencia, a ese odioso correcaminos vestido de blanco, lo vayamos a encontrar ahora en la trinchera de los desposeídos, de la victoria moral y el sino trágico, hermanados acaso ante la tiranía. Por Dios, no. Hasta ahí podríamos llegar.
jueves, 28 de abril de 2011
Apolíneos contra dionisíacos
Sostiene Nietzsche que la cumbre de la tragedia griega -y acaso de la literatura universal- se alcanza con Sófocles y Esquilo, mediante el contraste entre lo apolíneo - lo plástico, ordenado, luminoso, racional, equilibrado- y lo dionisíaco -el instinto, la pasión, el exceso-. El pensar contra el sentir, en suma. La clásica dicotomía representada por las dos deidades, Apolo y Dionisos, admite tantos paralelismos como se quiera: musicales, entre Beatles y Stones, taurinos, con Joselito frente a Belmonte, o futbolísticos con Menotti contra Bilardo y, cómo no, entre Guardiola y Mourinho. Ya la apariencia y el estilo personal parecen coronar al primero de laurel y al portugués de hoja de parra, pero extienden el contraste al juego de sus equipos: geométricamente hermoso, preciso y exquisito el del Barça; bronco, especulativo y agresivo el de este Real Madrid. Fuera del campo también son antagónicas la corrección política, la mesura en la victoria y la derrota de Pep, frente a la provocación, la soberbia ganadora y el mal perder de Mou. Si uno mea colonia, el otro escupe azufre, tan arquetípicos son los personajes que interpretan en las ruedas de prensa.
Pero en la eterna rivalidad de ambos clubes, no siempre ha sido así. Antes al contrario, durante décadas el Madrid fue el paradigma de lo apolíneo, de la grandeza triunfante y del señorío, mientras el Barça se volvía más que un club a base de achacar a la conjura de los estamentos las victorias del rival. Hace veinticinco años, en la final de la Copa de Europa que perdió en Sevilla, el eje del Barcelona era tan dionisíaco como los Alexanco, Migueli, Víctor y Calderé y, si Schuster ponía un toque de calidad, equilibraba perfectamente con su mal carácter. Incluso con Cruyff en el Camp Nou, prosperó Bakero, el mejor especialista que recuerdo en cortar el juego a base de faltas. Presidentes como Núñez y Gaspar tampoco parecían iluminados por el sol de Apolo.
Pero, subidos al topicazo, el fútbol es así y ahí radica su grandeza. La gloria es para el que gana, jugando bien o no dejando jugar al adversario. Ahora que la selección española triunfa con el mismo juego de seda del Barça, olvidamos cuánto hemos envidiado los tres mundiales de Italia, o los dos de Argentina, auténticos embajadores de Dionisos en el fútbol, que elevaron la marrullería al terreno del arte. Nos sentíamos perdedores por falta de carácter, de intensidad, de picardía, por nenazas y porque todos los árbitros del mundo estaban contra nosotros.
Parece bueno para el fúbol que se imponga el jogo bonito frente al catenaccio, el estilo combinativo frente al vertical y directo, pero la posibilidad de alternativa engrandece el juego, acentúa su imprevisibilidad y con ello la pasión que despierta.
Para Nietzche, con la llegada de Sócrates y Platón, se impuso el racionalismo apolíneo en el mundo griego y el poder intentó ocultar esa dimensión oscura, sensorial y feroz de Dionisos. Con ello precipitó su decadencia política y artística, reflejada en las muy menores tragedias de Eurípides.
¿Será por esa imposición de lo apolíneo que han expulsado ayer a Pepe? ¿Nos querrá privar la UEFA de Mourinho, némesis imprescindible de Guardiola?
Pero en la eterna rivalidad de ambos clubes, no siempre ha sido así. Antes al contrario, durante décadas el Madrid fue el paradigma de lo apolíneo, de la grandeza triunfante y del señorío, mientras el Barça se volvía más que un club a base de achacar a la conjura de los estamentos las victorias del rival. Hace veinticinco años, en la final de la Copa de Europa que perdió en Sevilla, el eje del Barcelona era tan dionisíaco como los Alexanco, Migueli, Víctor y Calderé y, si Schuster ponía un toque de calidad, equilibraba perfectamente con su mal carácter. Incluso con Cruyff en el Camp Nou, prosperó Bakero, el mejor especialista que recuerdo en cortar el juego a base de faltas. Presidentes como Núñez y Gaspar tampoco parecían iluminados por el sol de Apolo.
Pero, subidos al topicazo, el fútbol es así y ahí radica su grandeza. La gloria es para el que gana, jugando bien o no dejando jugar al adversario. Ahora que la selección española triunfa con el mismo juego de seda del Barça, olvidamos cuánto hemos envidiado los tres mundiales de Italia, o los dos de Argentina, auténticos embajadores de Dionisos en el fútbol, que elevaron la marrullería al terreno del arte. Nos sentíamos perdedores por falta de carácter, de intensidad, de picardía, por nenazas y porque todos los árbitros del mundo estaban contra nosotros.
Parece bueno para el fúbol que se imponga el jogo bonito frente al catenaccio, el estilo combinativo frente al vertical y directo, pero la posibilidad de alternativa engrandece el juego, acentúa su imprevisibilidad y con ello la pasión que despierta.
Para Nietzche, con la llegada de Sócrates y Platón, se impuso el racionalismo apolíneo en el mundo griego y el poder intentó ocultar esa dimensión oscura, sensorial y feroz de Dionisos. Con ello precipitó su decadencia política y artística, reflejada en las muy menores tragedias de Eurípides.
¿Será por esa imposición de lo apolíneo que han expulsado ayer a Pepe? ¿Nos querrá privar la UEFA de Mourinho, némesis imprescindible de Guardiola?
martes, 26 de abril de 2011
Indignaos
Un fantasma recorre Europa. Por el ruido de cadenas oxidadas, el tufo a alcanfor y la sábana amarillenta, parece que hubieran sacado en procesión de Semana Santa al viejo Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Pero no, el best seller del momento -el panfleto Indignaos de Stéphane Hessel- pretende ser un renovado azote de las conciencias, con la oportuna puesta al día de los valores tradicionales de la izquierda en plena crisis de capitalismo feroz y desbocado. Y lo consigue. Más que un anticuado fantasma, se revela como un modernísimo zombi, uno de esos muertos vivientes de rabiosa actualidad que pueblan la no menos exitosa serie The Walking Dead. Y a la llamada del panfleto, legiones de intelectuales revenidos de la más casposa izquierda se han levantado de debajo de los cascotes del Muro, con los mismos andares extraviados y la mirada hueca que los zombis de la serie, dispuestos como éstos a chupar los sesos de quien se encuentren, que parece lo suyo en un zombi.
El autor de todo este revuelo, el venerable Stéphane Hessel, fue un destacado miembro de la Resistencia Francesa, colaboró como asistente de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos y ha sido durante muchos años diplomático francés ante la ONU. Desde luego, dispone de una amplia perspectiva sobre la historia del siglo XX, que pretende aportar como hoja de ruta para la reacción de una sociedad adormecida ante los abusos de los poderes económicos y financieros (el capitalismo de toda la vida, vaya) de este siglo XXI entrado en crisis. En su opinión resulta más difícil a los jóvenes de hoy identificar a los equivalentes de los malvados de épocas anteriores (Hitler, Mussolini, Franco y el fascismo en general) para poder rebelarse contra ellos. Bien es verdad que censura un poquito a Stalin, como único borrón del socialismo, pero, de inmediato, designa como herederos del fascismo (a modo de únicos ejemplos) a G. W. Bush, el Estado de Israel y el neoliberalismo. Ya supongo yo que a los 94 años la memoria es esquiva y figuras del pasado como Mao, Ceaucescu o Pol Pot no vienen de inmediato a la cabeza. Ni la China actual, Corea del Norte, Cuba o Irán. Pero al menos -y esto es encomiable- sostiene que en estos tiempos la reacción contra los malvados debe ser firme pero no violenta. Y aunque el panfleto tiene la vocación de recuperar perdidos valores éticos, el rechazo de la violencia se sustenta en razones de eficacia. No acaba de descolgarse de su maestro Sartre, cuando se muestra comprensivo con la violencia de Hamás, pero no con la de Israel. Persevera en la perversión de considerar legítimas unas violencias frente a otras, hasta contradicciones tan flagrantes como este párrafo de su manifiesto: " Evidentemente, pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que reconocer que cuando se está ocupado con medios militares infinitamente superiores a los nuestros, la reacción popular no puede ser sólo no-violenta." Pese a todo llama a la insurrección pacífica por razones prácticas: "El terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia, es necesaria una esperanza no-violenta".
Propone Hessel como modelos de esta reacción a figuras como Mandela y Martin Luther King. Es de agradecer que se haya ido metiendo en el armario al prototipo de revolucionario romántico levemente genocida del Che Gevara, pero también se podía haber acordado de Andrei Sajarov o del todavía preso y vigente Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Ay... la memoria.
En fin. Me resulta tan inquietante como a Hessel la falta de reacción de la sociedad ante la crisis galopante de la que ya hablé en la anterior entrada al hilo del documental Inside Job. Pero la comprendo. Bastante mejor de lo que comprendo las supuestamente comprensibles violencias terroristas. La solución que apuntan tanto Hessel como sus prologuistas internacionales (recién exhumados del cementerio intelectual de la izquierda tradicional) es más política, un mayor protagonismo de los poderes elegidos frente a los no elegidos (económicos y financieros) como si quedaran algunos de aquellos sin corromper por éstos. Precisamente las viejas recetas retóricas carentes de autocrítica que todavía enarbolan partidos a la izquierda y a la derecha, mientras se dejan financiar y jubilar por el mejor postor bancario o empresarial, son las que desconciertan a los nuevos proletarios del mundo. No es extraño que cada vez más países acaben presididos por frikis populistas. Y no solo en America Latina. Usan la misma doctrina maniquea y sectaria de buenos y malvados que impregna el panfleto que nos ocupa. Una doctrina inservible, por cierto, para manejarse en la actual ola de revoluciones en el Mundo Árabe. Si no está por medio Israel o Estados Unidos, a la izquierda europea le cuesta bastante encontrar a los malos.
Imagino que no le parecerá mal al señor Hessel que deje aquí el enlace para quien quiera leer en pdf las diez o doce páginas con letras de a metro (no más de tres o cuatro folios) en que consiste su panfleto. Cinco euros por el libro me parece otra forma de abuso y más de dos millones de ejemplares vendidos le aseguran ya una confortable vejez y un buen pellizco a sus herederos. Vaya, por no indignarse también por haberlo comprado.
El autor de todo este revuelo, el venerable Stéphane Hessel, fue un destacado miembro de la Resistencia Francesa, colaboró como asistente de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos y ha sido durante muchos años diplomático francés ante la ONU. Desde luego, dispone de una amplia perspectiva sobre la historia del siglo XX, que pretende aportar como hoja de ruta para la reacción de una sociedad adormecida ante los abusos de los poderes económicos y financieros (el capitalismo de toda la vida, vaya) de este siglo XXI entrado en crisis. En su opinión resulta más difícil a los jóvenes de hoy identificar a los equivalentes de los malvados de épocas anteriores (Hitler, Mussolini, Franco y el fascismo en general) para poder rebelarse contra ellos. Bien es verdad que censura un poquito a Stalin, como único borrón del socialismo, pero, de inmediato, designa como herederos del fascismo (a modo de únicos ejemplos) a G. W. Bush, el Estado de Israel y el neoliberalismo. Ya supongo yo que a los 94 años la memoria es esquiva y figuras del pasado como Mao, Ceaucescu o Pol Pot no vienen de inmediato a la cabeza. Ni la China actual, Corea del Norte, Cuba o Irán. Pero al menos -y esto es encomiable- sostiene que en estos tiempos la reacción contra los malvados debe ser firme pero no violenta. Y aunque el panfleto tiene la vocación de recuperar perdidos valores éticos, el rechazo de la violencia se sustenta en razones de eficacia. No acaba de descolgarse de su maestro Sartre, cuando se muestra comprensivo con la violencia de Hamás, pero no con la de Israel. Persevera en la perversión de considerar legítimas unas violencias frente a otras, hasta contradicciones tan flagrantes como este párrafo de su manifiesto: " Evidentemente, pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que reconocer que cuando se está ocupado con medios militares infinitamente superiores a los nuestros, la reacción popular no puede ser sólo no-violenta." Pese a todo llama a la insurrección pacífica por razones prácticas: "El terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia, es necesaria una esperanza no-violenta".
Propone Hessel como modelos de esta reacción a figuras como Mandela y Martin Luther King. Es de agradecer que se haya ido metiendo en el armario al prototipo de revolucionario romántico levemente genocida del Che Gevara, pero también se podía haber acordado de Andrei Sajarov o del todavía preso y vigente Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Ay... la memoria.
En fin. Me resulta tan inquietante como a Hessel la falta de reacción de la sociedad ante la crisis galopante de la que ya hablé en la anterior entrada al hilo del documental Inside Job. Pero la comprendo. Bastante mejor de lo que comprendo las supuestamente comprensibles violencias terroristas. La solución que apuntan tanto Hessel como sus prologuistas internacionales (recién exhumados del cementerio intelectual de la izquierda tradicional) es más política, un mayor protagonismo de los poderes elegidos frente a los no elegidos (económicos y financieros) como si quedaran algunos de aquellos sin corromper por éstos. Precisamente las viejas recetas retóricas carentes de autocrítica que todavía enarbolan partidos a la izquierda y a la derecha, mientras se dejan financiar y jubilar por el mejor postor bancario o empresarial, son las que desconciertan a los nuevos proletarios del mundo. No es extraño que cada vez más países acaben presididos por frikis populistas. Y no solo en America Latina. Usan la misma doctrina maniquea y sectaria de buenos y malvados que impregna el panfleto que nos ocupa. Una doctrina inservible, por cierto, para manejarse en la actual ola de revoluciones en el Mundo Árabe. Si no está por medio Israel o Estados Unidos, a la izquierda europea le cuesta bastante encontrar a los malos.
Imagino que no le parecerá mal al señor Hessel que deje aquí el enlace para quien quiera leer en pdf las diez o doce páginas con letras de a metro (no más de tres o cuatro folios) en que consiste su panfleto. Cinco euros por el libro me parece otra forma de abuso y más de dos millones de ejemplares vendidos le aseguran ya una confortable vejez y un buen pellizco a sus herederos. Vaya, por no indignarse también por haberlo comprado.
viernes, 1 de abril de 2011
Inside Job. Terror financiero.
Merece el Oscar al mejor documental que le han otorgado. Más que su espléndida cinematografía, más que su lúcido retrato de cómo se ha gestado durante muchos años la crisis económica que ahora padecemos, lo que sobrecoge es el abismo ante el que nos coloca, la convicción de que nada esencial ha cambiado para que podamos siquiera adivinar cuándo y dónde tocaremos fondo.
Charles Ferguson, productor y guionista de Inside Job, vendió en su día a Microsoft su FrontPage (el primer programa popular de diseño web, integrado hasta hace poco en la suite Office) para, con sus dividendos, financiar su carrera como cineasta. Y la verdad es que se ha convertido en un estupendo realizador, que ya apuntaba alto en su anterior largo Irak, la guerra sin fin. Pero además de ello, por su amplia trayectoria profesional, es también un certero analista de la realidad política, social y económica.
Aunque el cine de Michael Moore pueda parecer un referente, Inside Job cae mucho menos en concesiones demagógicas. Su relato -a través de entrevistas con personajes de primerísima fila y del más alto nivel- es tan asequible para el entendimiento medio, como eficaz para conseguir estremecer con una realidad sin apenas aditivos. No será el primero en denunciar que, desde la era Reagan, la economía financiera ha ido devorando como un cáncer a la economía real, pero retrata como pocos la perplejidad de descubrir cómo algo tan previsible ha llegado a pasar de todos modos.
Probablemente desde la caída del Muro, alejado de presupuestos y estrategias el fantasma de un conflicto nuclear, el único motor de la política y la economía haya sido la codicia ilimitada. Sus ingenieros y promotores (el poder, en la práctica), por medio de una plaga de sanguijuelas llamadas derivados, han conseguido desangrar a las clases medias hasta casi proletarizarlas. Como bien revela Ferguson, no hay menos negocio en arruinar una empresa que en levantarla. Se puede ganar mucho dinero fomentando inversiones y a la vez apostando contra ellas. La tajada está en el cambio de valor. Un ejemplo actual son las presiones contra la deuda de algunos Estados como Irlanda y Portugal. Hacer quebrar un país puede ser increíblemente lucrativo. Mención especial en el film para la corrupción de las agencias calificadoras de riesgos como Moody's o Standard & Poors.
Las casi dos horas de metraje de Inside Job transcurren trepidantes como un thriller, a medida que se acerca a sus desasosegantes conclusiones. Los artífices y responsables de nuestra ruina han amasado increíbles fortunas y comisiones con ella, nos han hecho cubrir a los ciudadanos las pérdidas de su desfalco para, con la más descarada impunidad, volverse a poner al frente de la economía en el Gobierno de Obama. Las prometidas regulaciones y reformas se han quedado prácticamente en humo. Wall Street ha recontratado generosamente a los políticos y la Política ha fichado a los ejecutivos de los bancos y agencias responsables de la debacle.
No es de extrañar que el narrador del documental sea Matt Damon, uno de los primeros defraudados de Obama. Pero no conviene engañarse pensando que ésta es una crisis generada exclusivamente desde Wall Street. El ejemplo islandés del principio del documental, de cómo es posible llevar a la quiebra en pocos años a un país rico, ilustra perfectamente lo globalizadas que están esas prácticas rayanas en la estafa y de hasta qué punto los políticos de todo el mundo son meros títeres de intereses económicos siniestros. Sin ir más lejos, la reunión en La Moncloa de los cuarenta la..., de los cuarenta líderes empresariales y financieros españoles es una reveladora instantánea de lo antedicho.
En suma, merece la pena el visionado de Inside Job, aunque no nos deje mejor cuerpo, ni apenas lugar para la esperanza. Al menos para saber cómo y por qué podremos necesitar antidepresivos.
Charles Ferguson, productor y guionista de Inside Job, vendió en su día a Microsoft su FrontPage (el primer programa popular de diseño web, integrado hasta hace poco en la suite Office) para, con sus dividendos, financiar su carrera como cineasta. Y la verdad es que se ha convertido en un estupendo realizador, que ya apuntaba alto en su anterior largo Irak, la guerra sin fin. Pero además de ello, por su amplia trayectoria profesional, es también un certero analista de la realidad política, social y económica.
Aunque el cine de Michael Moore pueda parecer un referente, Inside Job cae mucho menos en concesiones demagógicas. Su relato -a través de entrevistas con personajes de primerísima fila y del más alto nivel- es tan asequible para el entendimiento medio, como eficaz para conseguir estremecer con una realidad sin apenas aditivos. No será el primero en denunciar que, desde la era Reagan, la economía financiera ha ido devorando como un cáncer a la economía real, pero retrata como pocos la perplejidad de descubrir cómo algo tan previsible ha llegado a pasar de todos modos.
Probablemente desde la caída del Muro, alejado de presupuestos y estrategias el fantasma de un conflicto nuclear, el único motor de la política y la economía haya sido la codicia ilimitada. Sus ingenieros y promotores (el poder, en la práctica), por medio de una plaga de sanguijuelas llamadas derivados, han conseguido desangrar a las clases medias hasta casi proletarizarlas. Como bien revela Ferguson, no hay menos negocio en arruinar una empresa que en levantarla. Se puede ganar mucho dinero fomentando inversiones y a la vez apostando contra ellas. La tajada está en el cambio de valor. Un ejemplo actual son las presiones contra la deuda de algunos Estados como Irlanda y Portugal. Hacer quebrar un país puede ser increíblemente lucrativo. Mención especial en el film para la corrupción de las agencias calificadoras de riesgos como Moody's o Standard & Poors.
Las casi dos horas de metraje de Inside Job transcurren trepidantes como un thriller, a medida que se acerca a sus desasosegantes conclusiones. Los artífices y responsables de nuestra ruina han amasado increíbles fortunas y comisiones con ella, nos han hecho cubrir a los ciudadanos las pérdidas de su desfalco para, con la más descarada impunidad, volverse a poner al frente de la economía en el Gobierno de Obama. Las prometidas regulaciones y reformas se han quedado prácticamente en humo. Wall Street ha recontratado generosamente a los políticos y la Política ha fichado a los ejecutivos de los bancos y agencias responsables de la debacle.
No es de extrañar que el narrador del documental sea Matt Damon, uno de los primeros defraudados de Obama. Pero no conviene engañarse pensando que ésta es una crisis generada exclusivamente desde Wall Street. El ejemplo islandés del principio del documental, de cómo es posible llevar a la quiebra en pocos años a un país rico, ilustra perfectamente lo globalizadas que están esas prácticas rayanas en la estafa y de hasta qué punto los políticos de todo el mundo son meros títeres de intereses económicos siniestros. Sin ir más lejos, la reunión en La Moncloa de los cuarenta la..., de los cuarenta líderes empresariales y financieros españoles es una reveladora instantánea de lo antedicho.
En suma, merece la pena el visionado de Inside Job, aunque no nos deje mejor cuerpo, ni apenas lugar para la esperanza. Al menos para saber cómo y por qué podremos necesitar antidepresivos.
domingo, 27 de marzo de 2011
Árabes y musulmanes
En medio de esta ola revolucionaria que sacude el mundo árabe, la crónica televisiva de los acontecimientos sacude también mis oídos con el uso equívoco de los términos árabe, musulmán o magrebí. Y no sólo en esos programas matinales en los que se analiza, con el mismo rigor y por la misma gente, tanto la actualidad geopolítica como la eficacia de una pomada antihemorroidal o la última salida nocturna del ex-amante de la pareja del sobrino de una tonadillera. Incluso los informativos más respetables siembran la confusión a menudo, con redacciones propias de un becario, cuando designan a tal o cual país o ciudadano como árabe, musulmán, islámico o islamista. Un sondeo apresurado entre algunos amigos ilustrados, me ha persuadido de que quizá no sea ocioso aclarar algunos conceptos.
El llamado mundo árabe denomina a una comunidad de base lingüística, no racial, étnica o religiosa. Del mismo modo que un país hispano es aquel donde la lengua oficial o mayoritaria es el español, un país es árabe cuando tiene esa lengua como principal o predominante. El término se extiende a los ciudadanos y comunidades araboparlantes de esos países, pero no a las minorías que utilizan una lengua distinta como, por ejemplo kurdos o bereberes.
Como parece obvio, un país musulmán es aquel que tiene el Islam como religión mayoritaria. Pero, a pesar del entrelazamiento entre idioma, cultura árabe y religión islámica, hay muchos países musulmanes que no son árabes. Desde los más próximos, como Turquía, Irán, Afganistán o Pakistán (donde se hablan el turco, el persa el pashto y el urdú) hasta el sudeste asiático (Indonesia es el país musulmán más poblado) pasando por las repúblicas del Asia Central.
También existen comunidades árabes no musulmanas, como lo coptos en Egipto o los maronitas y los drusos en Líbano, Siria o Jordania.
El mundo árabe, pues, se extiende desde Mauritania y el Sáhara Occidental por todo el Norte de África y la península arábiga, más Sudán (incluido el Sur secesionista), Somalia y Djibuti. Los mismos países que, junto con el archipiélago de Comores, integran la Liga Árabe. En todos ellos se habla el árabe, que aun con sus variedades dialectales habladas, mantiene la unidad en su versión escrita y literaria y en el árabe moderno normativo que emplean los medios de comunicación panarábicos como Al Jazeera o Al Arabiya.
Este mundo árabe así delimitado se divide geográficamente en sus dos mitades occidental y oriental. El Magreb y el Máshreq (Al-Magrib y Al-Masriq), literalmente Poniente y Levante. La línea divisoria clásica coincide con el eje del actual conflicto libio, aunque toda Libia se incluye hoy en el Magreb. Son magrebíes, por tanto, los libios, tunecinos, argelíes, marroquíes, saharahuis y mauritanos. Todos los países árabes al Este de Libia forman el Máshreq.
Dicho todo esto, seguro que seguiremos oyendo a los medios llamar magrebí a un egipcio, árabe a un turco o musulmán a un copto, hasta aburrir a las ovejas de confundir churras con merinas (por cierto, las churras son las del hocico y las orejas negras).
El llamado mundo árabe denomina a una comunidad de base lingüística, no racial, étnica o religiosa. Del mismo modo que un país hispano es aquel donde la lengua oficial o mayoritaria es el español, un país es árabe cuando tiene esa lengua como principal o predominante. El término se extiende a los ciudadanos y comunidades araboparlantes de esos países, pero no a las minorías que utilizan una lengua distinta como, por ejemplo kurdos o bereberes.
Como parece obvio, un país musulmán es aquel que tiene el Islam como religión mayoritaria. Pero, a pesar del entrelazamiento entre idioma, cultura árabe y religión islámica, hay muchos países musulmanes que no son árabes. Desde los más próximos, como Turquía, Irán, Afganistán o Pakistán (donde se hablan el turco, el persa el pashto y el urdú) hasta el sudeste asiático (Indonesia es el país musulmán más poblado) pasando por las repúblicas del Asia Central.
También existen comunidades árabes no musulmanas, como lo coptos en Egipto o los maronitas y los drusos en Líbano, Siria o Jordania.
El mundo árabe, pues, se extiende desde Mauritania y el Sáhara Occidental por todo el Norte de África y la península arábiga, más Sudán (incluido el Sur secesionista), Somalia y Djibuti. Los mismos países que, junto con el archipiélago de Comores, integran la Liga Árabe. En todos ellos se habla el árabe, que aun con sus variedades dialectales habladas, mantiene la unidad en su versión escrita y literaria y en el árabe moderno normativo que emplean los medios de comunicación panarábicos como Al Jazeera o Al Arabiya.
Este mundo árabe así delimitado se divide geográficamente en sus dos mitades occidental y oriental. El Magreb y el Máshreq (Al-Magrib y Al-Masriq), literalmente Poniente y Levante. La línea divisoria clásica coincide con el eje del actual conflicto libio, aunque toda Libia se incluye hoy en el Magreb. Son magrebíes, por tanto, los libios, tunecinos, argelíes, marroquíes, saharahuis y mauritanos. Todos los países árabes al Este de Libia forman el Máshreq.
Dicho todo esto, seguro que seguiremos oyendo a los medios llamar magrebí a un egipcio, árabe a un turco o musulmán a un copto, hasta aburrir a las ovejas de confundir churras con merinas (por cierto, las churras son las del hocico y las orejas negras).
miércoles, 23 de marzo de 2011
De qué hablamos cuando hablamos de Libia
Posiblemente sea empezar con un trazo demasiado grueso decir que Libia es un invento italiano. Pero, aunque la franja costera del Golfo de Sidra se ha forjado bajo el dominio de fenicios y griegos, cartagineses y romanos, vándalos y bizantinos o árabes y otomanos, no fue hasta el siglo XX cuando Italia, que había llegado a los aplausos en la escena del reparto colonial de África, arrebató al desmoronado Imperio Otomano Trípoli (o la Tripolitania) y la Cirenaica (la mitad oriental dominada por Bengasi), para establecer la colonia de Libia, con sus actuales fronteras, añadiendo al Sur la misérrima región tuareg de Fezzan. Tras la derrota italiana en la II Guerra Mundial, la ONU tuvo a bien dejar los rayones fronterizos como estaban y convertir la antigua colonia en Reino independiente en 1951. Dieciocho años duró el reinado de Idris I y único de Libia, monarca sanusí, cirenaico, proocidental y, en general de buenas intenciones, hasta ser derrocado en un golpe militar por un oficialucho tripolitano de origen beduino, que ha liderado sin discusión un país hecho de retales, durante cuarenta y dos de sus sesenta años de historia como Estado independiente.
Es difícil imaginar Libia sin Gadafi. Más allá de lo extravagante y siniestro del personaje, hay que reconocer que es un verdadero crack de la geopolítica de las últimas décadas. Todavía hoy el nombre oficial de Libia es el de Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista. Y eso por abreviar, que la definición de Jamahiriya (una forma sui generis de república) da para varios párrafos. Se basa en la Tercera Teoría Universal de su Libro Verde que, citando la Wikipedia, "es una mezcla de anticapitalismo con asambleísmo tomado de las tribus beduinas y valores islámicos y de Estado socialista con nacionalismo árabe, con referencia también a los principios de la antigua democracia griega, unida a la idea de que es necesario un líder supremo y guía de la revolución."
¡Toma!
Si no resulta suficientemente estrafalario, la trayectoria del Coronel ha discurrido simultáneamente por el anticomunismo y el pro-sovietismo, el panarabismo laico y el panislamismo, el intervencionismo belicista y el panafricanismo pacifista. De alcahuete terrorista y enemigo público número uno de Occidente ha pasado a diplomático y socio de referencia, plantando la Jaima en los palacios presidenciales de media Europa, para bochorno fotográfico de algunos de los mismos líderes que ahora lo bombardean.
El caso es que Gadafi ha sido Libia y Libia ha sido Gadafi durante casi toda su independencia. Se me antoja cierto paralelismo con Yugoslavia y Tito. Y es posible que también desaparezcan a la vez. No discuto la necesidad de evitar que masacre a la población civil, ni lamentaré lo más mínimo que se trunque otra dinastía republicana en el mundo árabe. Aunque se consiga derrocar a Gadafi, es difícil saber dónde parará esta guerra. Si en una escisión del territorio en dos Estados más naturales con capital en Trípoli y en Bengasi, si en una contienda permanente de tribus y señores de la guerra. Son muy poco alentadores los resultados de las últimas intervenciones militares en Kosovo, Afganistán e Irak. Ojalá sea diferente esta vez, pero no dejo de preguntarme de qué hablaremos en el futuro cuando hablemos de Libia.
Es difícil imaginar Libia sin Gadafi. Más allá de lo extravagante y siniestro del personaje, hay que reconocer que es un verdadero crack de la geopolítica de las últimas décadas. Todavía hoy el nombre oficial de Libia es el de Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista. Y eso por abreviar, que la definición de Jamahiriya (una forma sui generis de república) da para varios párrafos. Se basa en la Tercera Teoría Universal de su Libro Verde que, citando la Wikipedia, "es una mezcla de anticapitalismo con asambleísmo tomado de las tribus beduinas y valores islámicos y de Estado socialista con nacionalismo árabe, con referencia también a los principios de la antigua democracia griega, unida a la idea de que es necesario un líder supremo y guía de la revolución."
¡Toma!
Si no resulta suficientemente estrafalario, la trayectoria del Coronel ha discurrido simultáneamente por el anticomunismo y el pro-sovietismo, el panarabismo laico y el panislamismo, el intervencionismo belicista y el panafricanismo pacifista. De alcahuete terrorista y enemigo público número uno de Occidente ha pasado a diplomático y socio de referencia, plantando la Jaima en los palacios presidenciales de media Europa, para bochorno fotográfico de algunos de los mismos líderes que ahora lo bombardean.
El caso es que Gadafi ha sido Libia y Libia ha sido Gadafi durante casi toda su independencia. Se me antoja cierto paralelismo con Yugoslavia y Tito. Y es posible que también desaparezcan a la vez. No discuto la necesidad de evitar que masacre a la población civil, ni lamentaré lo más mínimo que se trunque otra dinastía republicana en el mundo árabe. Aunque se consiga derrocar a Gadafi, es difícil saber dónde parará esta guerra. Si en una escisión del territorio en dos Estados más naturales con capital en Trípoli y en Bengasi, si en una contienda permanente de tribus y señores de la guerra. Son muy poco alentadores los resultados de las últimas intervenciones militares en Kosovo, Afganistán e Irak. Ojalá sea diferente esta vez, pero no dejo de preguntarme de qué hablaremos en el futuro cuando hablemos de Libia.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Tsunami global (II). Los cincuenta samurais.
Ahora que veo campañas con el eslógan Pray for Japan, se me ocurre que la sucesión de calamidades que padece el pueblo japonés está a la altura bíblica de las que perpetraba el Dios de Israel contra Egipto, Babel, Sodoma y Gomorra. No creo, desde luego, que estén pagando su fe sintoísta o budista, aunque me sobrecoge la estoica resignación, la serenidad hasta en el llanto y la disciplinada mansedumbre con que parecen afrontar un dolor tan insoportable. No sé cuánto tiene eso de idiosincrasia religiosa o de alienación orwelliana, el caso es que, tal vez por mi distancia cultural, los japoneses siempre me han resultado un tanto extraños. Supongo que a su favor. Como latino me cuesta menos comprender el egoísmo, el pánico desordenado y el pillaje, que la resignación y el heroísmo.
Ya es bastante pesadilla padecer el mayor terremoto de la Historia registrado en un área poblada, un inmediato tsunami de mayor furia que el de Indonesia para, a cuatro días de ello, estar fundamentalmente preocupados por un probable desastre nuclear, que relega el dolor y el llanto por las vidas que se ha llevado el mar. Resulta tan desasosegante que, en aras de la prudencia, el Gobierno haya desaconsejado enterrar a los muertos, como que sus deudos lo hayan acatado mansamente.
Con los muertos todavía sobre las playas, parece miserable analizar las consecuencias globales del colapso de la economía japonesa y, sobre todo, de la crisis nuclear. Habría preferido esperar, pero ya se ha desatado el oportunismo político sobre la cuestión. Muy propio de la más mediocre generación de gobernantes que recuerdo, a los que incluso les habrá venido bien la confusión para evitarse decisiones más urgentes sobre Libia.
Creo que, lamentablemente, lo sucedido en Fukushima significará un varapalo más para el desarrollo de la energía nuclear. De poco servirá el hecho de que ante una situación extrema, más allá de todo lo previsible en casi cualquier país, sólo una de cincuenta centrales nucleares, de construcción antigua, haya sufrido un accidente. Es cierto que de una extrema gravedad y cuyas consecuencias sólo se pueden aventurar. Pero esas centrales nucleares han cimentado el desarrollo japonés, que hasta hace bien poco era la segunda potencia económica mundial. Y el riesgo de haberlas construído en una de las zonas menos adecuadas del planeta puede compensar o no. Quizá habría que preguntarlo a cualquier haitiano.
En todo caso, en plena crisis económica y energética, descartar de nuevo la energía más barata y eficiente a cambio de las ecológicas y carísimas renovables, me parece un riesgo mucho peor y más cierto que esperar un tsunami o un terremoto devastador en la meseta española o en el centro de Europa. Pero el miedo es libre y muchos son sus administradores.
Pese a todo ello y a lo lejos que queda Japón, me alarma de verdad hasta qué extremo pueden llegar las consecuencias radiactivas de un accidente que ya se acerca al nivel del de Chernóbil y, en mitad del miedo, me sobrecoge la figura de esos últimos cincuenta operarios que, con idas y venidas, permanecenen en el bombardeo de neutrones para aminorar en lo posible la catástrofe para los suyos. Sabiendo como saben que ellos ya están perdidos, si no ahora, seguramente a corto plazo. Me pregunto si son voluntarios u obligados por sus contratos con la siniestra Tokio Electric Power, que acumula un amplio historial de irregularidades y corruptelas y cuyos directivos seguramente están a buen recaudo. Tenebrosa como un señor feudal, Tepco habrá enviado a la muerte a los cincuenta últimos de Fukushima. Cincuenta valientes, cincuenta héroes. Cincuenta samurais.
Ya es bastante pesadilla padecer el mayor terremoto de la Historia registrado en un área poblada, un inmediato tsunami de mayor furia que el de Indonesia para, a cuatro días de ello, estar fundamentalmente preocupados por un probable desastre nuclear, que relega el dolor y el llanto por las vidas que se ha llevado el mar. Resulta tan desasosegante que, en aras de la prudencia, el Gobierno haya desaconsejado enterrar a los muertos, como que sus deudos lo hayan acatado mansamente.
Con los muertos todavía sobre las playas, parece miserable analizar las consecuencias globales del colapso de la economía japonesa y, sobre todo, de la crisis nuclear. Habría preferido esperar, pero ya se ha desatado el oportunismo político sobre la cuestión. Muy propio de la más mediocre generación de gobernantes que recuerdo, a los que incluso les habrá venido bien la confusión para evitarse decisiones más urgentes sobre Libia.
Creo que, lamentablemente, lo sucedido en Fukushima significará un varapalo más para el desarrollo de la energía nuclear. De poco servirá el hecho de que ante una situación extrema, más allá de todo lo previsible en casi cualquier país, sólo una de cincuenta centrales nucleares, de construcción antigua, haya sufrido un accidente. Es cierto que de una extrema gravedad y cuyas consecuencias sólo se pueden aventurar. Pero esas centrales nucleares han cimentado el desarrollo japonés, que hasta hace bien poco era la segunda potencia económica mundial. Y el riesgo de haberlas construído en una de las zonas menos adecuadas del planeta puede compensar o no. Quizá habría que preguntarlo a cualquier haitiano.
En todo caso, en plena crisis económica y energética, descartar de nuevo la energía más barata y eficiente a cambio de las ecológicas y carísimas renovables, me parece un riesgo mucho peor y más cierto que esperar un tsunami o un terremoto devastador en la meseta española o en el centro de Europa. Pero el miedo es libre y muchos son sus administradores.
Pese a todo ello y a lo lejos que queda Japón, me alarma de verdad hasta qué extremo pueden llegar las consecuencias radiactivas de un accidente que ya se acerca al nivel del de Chernóbil y, en mitad del miedo, me sobrecoge la figura de esos últimos cincuenta operarios que, con idas y venidas, permanecenen en el bombardeo de neutrones para aminorar en lo posible la catástrofe para los suyos. Sabiendo como saben que ellos ya están perdidos, si no ahora, seguramente a corto plazo. Me pregunto si son voluntarios u obligados por sus contratos con la siniestra Tokio Electric Power, que acumula un amplio historial de irregularidades y corruptelas y cuyos directivos seguramente están a buen recaudo. Tenebrosa como un señor feudal, Tepco habrá enviado a la muerte a los cincuenta últimos de Fukushima. Cincuenta valientes, cincuenta héroes. Cincuenta samurais.
lunes, 14 de marzo de 2011
Tsunami global (I)
No creo en la numerología ni, en general, en ninguna otra paparrucha esotérica, pero reconozco que empieza a inquietarme la cantidad de veces que el cántaro número once va a la fuente de la Historia reciente. Si el once de febrero comentaba aquí el hito de la caída de Mubarak, en pleno aniversario de la revolución iraní, este once de marzo, cuando los diarios abrían con el ominoso recuerdo del 11M de Madrid - versión horizontal del terror vertical del 11S- la propia naturaleza conspiró para añadir otra efemérides catastrófica a la ya nefasta fecha. Considerando que además este año todas las fechas terminarán en once, se me empiezan a poner los pelos como pares de unos de punta.
Terremoto de registro histórico, devastador tsunami (término especialmente apropiado en este caso) y alarma nuclear. Todo un hito en la era de la Historia televisada en directo, máxime cuando ocurre en el país de las videocámaras por antonomasia. Si ya resultan espeluznantes las primeras imágenes del mar incontenible devorando japoneses con sus coches, carreteras y casas, presiento un incesante goteo en los próximos meses de vídeos sucesivos que pondrán a prueba nuestra capacidad de estremecimiento.
Antes del maremoto que en el 2004 arrasó el Índico, de Indonesia a las Maldivas, tenía como muchos la errónea representación del fenómeno como una ola gigantesca, del tamaño de un edificio, que destrozaba con el impacto de una cascada cuanto encontraba a su altura. Me sorprendió descubrir por televisión que se parecía más a una riada llana que empuja perseverante durante kilómetros la superficie amontonada, como la espuma y la barba tras una cuchilla de afeitar. No me cabe duda que el tsunami del viernes será con mucho el mejor documentado de todos los tiempos y que muchas de sus imágenes permaneceran como iconos en la memoria colectiva con solo mencionar la palabra.
Esas mismas instantáneas de casas navegando como barcos, de coches y camiones con sus conductores atrapados en autopistas que se lleva el mar por delante, hacían prever que el número de muertos sería muy elevado incluso tratándose del país más preparado del mundo ante fenómenos sísmicos. Tardará en saberse qué pequeño porcentaje de los muchos miles de desaparecidos no pasará a las listas de fallecidos. Bajo el estupor global del horror mediático, el primer gran drama será ése.
Que la tercera potencia mundial quede arrasada física y económicamente, depués de veinte años de la crisis propia y tres de la ajena tendrá también, sin duda, un importante efecto planetario. Si ya se tambaleaban los mercados ante el riesgo de rescatar de la quiebra financiera a alguna pequeña o mediana economía europea, rescatar a un gigante como Japón de un colapso catastrófico puede cambiar los parámetros generales de la economía mundial.
Dejo para la siguiente entrada el aspecto más inquietante y delicado de la catástrofe. La alarma ante la posibilidad de sumar a las calamidades un desastre nuclear. A la espera de los acontecimientos, temo que algunos efectos locales, regionales y globales de tal alarma ya sean irreversibles.
Terremoto de registro histórico, devastador tsunami (término especialmente apropiado en este caso) y alarma nuclear. Todo un hito en la era de la Historia televisada en directo, máxime cuando ocurre en el país de las videocámaras por antonomasia. Si ya resultan espeluznantes las primeras imágenes del mar incontenible devorando japoneses con sus coches, carreteras y casas, presiento un incesante goteo en los próximos meses de vídeos sucesivos que pondrán a prueba nuestra capacidad de estremecimiento.
Antes del maremoto que en el 2004 arrasó el Índico, de Indonesia a las Maldivas, tenía como muchos la errónea representación del fenómeno como una ola gigantesca, del tamaño de un edificio, que destrozaba con el impacto de una cascada cuanto encontraba a su altura. Me sorprendió descubrir por televisión que se parecía más a una riada llana que empuja perseverante durante kilómetros la superficie amontonada, como la espuma y la barba tras una cuchilla de afeitar. No me cabe duda que el tsunami del viernes será con mucho el mejor documentado de todos los tiempos y que muchas de sus imágenes permaneceran como iconos en la memoria colectiva con solo mencionar la palabra.
Esas mismas instantáneas de casas navegando como barcos, de coches y camiones con sus conductores atrapados en autopistas que se lleva el mar por delante, hacían prever que el número de muertos sería muy elevado incluso tratándose del país más preparado del mundo ante fenómenos sísmicos. Tardará en saberse qué pequeño porcentaje de los muchos miles de desaparecidos no pasará a las listas de fallecidos. Bajo el estupor global del horror mediático, el primer gran drama será ése.
Que la tercera potencia mundial quede arrasada física y económicamente, depués de veinte años de la crisis propia y tres de la ajena tendrá también, sin duda, un importante efecto planetario. Si ya se tambaleaban los mercados ante el riesgo de rescatar de la quiebra financiera a alguna pequeña o mediana economía europea, rescatar a un gigante como Japón de un colapso catastrófico puede cambiar los parámetros generales de la economía mundial.
Dejo para la siguiente entrada el aspecto más inquietante y delicado de la catástrofe. La alarma ante la posibilidad de sumar a las calamidades un desastre nuclear. A la espera de los acontecimientos, temo que algunos efectos locales, regionales y globales de tal alarma ya sean irreversibles.
sábado, 26 de febrero de 2011
La Red Social (Social Network)
Ahora que estoy más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, hay días que descubro que me estoy haciendo viejo. Hará un par de meses que vi La Red Social y no me dejó mucha más huella que la de una película entretenida y correctamente dirigida por un tipo (David Fincher) del que quizá esperaba algo más. Algo después me sorprende su consideración de favorita para los Oscar de este año, loas interminables y sacrílegas comparaciones con El Padrino de Francis Ford Coppola. Cielos. ¿Qué demonios no vi? ¿Qué prodigiosa quintaesencia se me pasó completamente desapercibida? ¿Cuánto ha aumentado mi presbicia desde la última revisión oftalmológica?
Revisándola por encima, tengo que admitir que el montaje de imágenes es tan bueno como original y moderno y no demasiado agresivo. Aunque Fincher proviene del mundo de la publicidad es de agradecer que no ruede un anuncio de dos horas (como esas películas de Bourne, que me dejan agotado de intentar seguir la frenética sucesión de planos y dispuesto a confesar que maté a Kennedy). No en vano ha firmado obras excelentes y de regusto clásico como Seven, The Game o El Curioso caso de Benjamin Button, que en mi opinión mereció mayor reconocimiento. La dirección en general es impecable y el guión lo mejor que puede ser.
Lo que falla es la historia que, a mi juicio, carece de valores cinematográficos, o los pocos que apunta están bastante trillados (niñato asocial con éxito, robo de ideas, amistad traicionada, contienda judicial). El interés del asunto es ajeno al arte. Facebook es un fenómeno social de moda y Zuckerberg un jovencísimo millonario en el candelero. La misma trama con personaje y empresa de hace veinte años llevaría a poca gente al cine. Sin embargo aquí el factor morbo es incuestionable, pero suele ser un factor perecedero a corto plazo. Si nos quedamos con lo intrínseco tenemos una historia floja espléndidamente realizada. Es algo así como encargarle a Pininfarina la carrocería de un carrito de golf, la tapicería a Louis Vuiton y los neumáticos a Manolo Blahnik. Sería un carrito de golf espectacular, pero no se convertiría en un coche.
Por otra parte las biografías de vivos tienen riesgos evidentes. Imaginemos que hace cuatro años alguien hubiera llevado al cine "Madoff, el príncipe de Wall Street ". Sin duda se habría perdido un perfecto final dramático. Pero qué se puede decir contra las prisas imprudentes de la vorágine mediática cuando hasta Justin Bieber publica sus memorias.
En fin, puede que pese a lo dicho, La Red Social triunfe pasado mañana con oscars a guión, montaje, director y hasta a la mejor película. Y valores no le faltan. Lo que no creo es que tarde mucho más de unos meses en olvidarla.
Revisándola por encima, tengo que admitir que el montaje de imágenes es tan bueno como original y moderno y no demasiado agresivo. Aunque Fincher proviene del mundo de la publicidad es de agradecer que no ruede un anuncio de dos horas (como esas películas de Bourne, que me dejan agotado de intentar seguir la frenética sucesión de planos y dispuesto a confesar que maté a Kennedy). No en vano ha firmado obras excelentes y de regusto clásico como Seven, The Game o El Curioso caso de Benjamin Button, que en mi opinión mereció mayor reconocimiento. La dirección en general es impecable y el guión lo mejor que puede ser.
Lo que falla es la historia que, a mi juicio, carece de valores cinematográficos, o los pocos que apunta están bastante trillados (niñato asocial con éxito, robo de ideas, amistad traicionada, contienda judicial). El interés del asunto es ajeno al arte. Facebook es un fenómeno social de moda y Zuckerberg un jovencísimo millonario en el candelero. La misma trama con personaje y empresa de hace veinte años llevaría a poca gente al cine. Sin embargo aquí el factor morbo es incuestionable, pero suele ser un factor perecedero a corto plazo. Si nos quedamos con lo intrínseco tenemos una historia floja espléndidamente realizada. Es algo así como encargarle a Pininfarina la carrocería de un carrito de golf, la tapicería a Louis Vuiton y los neumáticos a Manolo Blahnik. Sería un carrito de golf espectacular, pero no se convertiría en un coche.
Por otra parte las biografías de vivos tienen riesgos evidentes. Imaginemos que hace cuatro años alguien hubiera llevado al cine "Madoff, el príncipe de Wall Street ". Sin duda se habría perdido un perfecto final dramático. Pero qué se puede decir contra las prisas imprudentes de la vorágine mediática cuando hasta Justin Bieber publica sus memorias.
En fin, puede que pese a lo dicho, La Red Social triunfe pasado mañana con oscars a guión, montaje, director y hasta a la mejor película. Y valores no le faltan. Lo que no creo es que tarde mucho más de unos meses en olvidarla.
domingo, 20 de febrero de 2011
Cisne negro (Black swan)
No resulta fácil para mucha gente distinguir el lenguaje cinematográfico del literario. A menudo, sobre la misma historia, la prosa visual de una película es mucho más elegante que la del libro de referencia. Otras veces, especialmente en la adaptación de obras consagradas, es difícil traducir su excelencia a imágenes y no falta quien sale del cine diciendo que le gustó más el libro. Y aunque sean lenguajes tan distintos entre sí como el de signos y la música hay paralelismos que resultan obvios: como el ensayo y el cine documental o el teatro y la novela en la gran mayoría de películas de ficción. Cisne negro es al cine lo que la poesía a la literatura. Darren Aronofsky elige brillante y valientemente la poesía visual como lenguaje narrativo y el resultado es de una sobrecogedora belleza. Sobre el ballet de El lago de los cisnes construye su propio ballet de exquisita escenografía y vibrante ritmo, que domina sobre una historia de obsesión y desdoblamiento. Si la magia de la ópera y la belleza de una voz pueden convertir a una señora gorda en la sensual Carmen o la deseada Violeta y emocionar hasta la lágrima, qué no hace la poderosa estilización visual de Aronofsky sobre la propia hermosura de Natalie Portman y su conmovedora interpretación. Una especie de Jekyll y Hide, donde el realismo va cediendo ante la esquizofrenia, matizado por un código de colores, del blanco y el rosa al negro, hacia un climax final sin otras concesiones que las estéticas. Muy coherente con el eje narrativo de la obsesión por la perfección.
No creo que la sublime música de Tchaikovsky consiga el Oscar, pero apoya, además de a la dirección, a una fotografía de profunda belleza y a un montaje de esas imágenes que confiere el ritmo perfecto al desarrollo del film. Aunque el premio en esas dos últimas categorías está caro este año.
No soy un gran amante del ballet, pero películas como Las zapatillas rojas (su ineludible referente de 1948) y Cisne Negro, hacen que tenga ganas de serlo.
No creo que la sublime música de Tchaikovsky consiga el Oscar, pero apoya, además de a la dirección, a una fotografía de profunda belleza y a un montaje de esas imágenes que confiere el ritmo perfecto al desarrollo del film. Aunque el premio en esas dos últimas categorías está caro este año.
No soy un gran amante del ballet, pero películas como Las zapatillas rojas (su ineludible referente de 1948) y Cisne Negro, hacen que tenga ganas de serlo.
lunes, 14 de febrero de 2011
Valor de Ley (True grit)
Hacen falta verdaderas agallas (true grit) para atreverse con una historia donde ya existe, si no una obra maestra, como poco una espléndida película de Henry Hattaway. Nada menos. Pero si hay dos cineastas con auténtico coraje y acostumbrados a salir triunfantes de la boca del lobo, son los hermanos Coen. No se tata propiamente de un remake, sino de una nueva adaptación de la novela de Charles Portis, pero la vinculación al film de 1969, las concomitancias entre ambas y las comparativas son inevitables. En parte porque ni los propios Coen lo rehuyen: El protagonista de la novela no es tuerto y el parche que usa Jeff Bridges es idéntico al de John Wayne. Algunas escenas comparten incluso los mismos planteamientos que la versión antigua. Pero no parece importar a los directores ni acercarse en exceso ni separarse de su predecesora. Quizá porque la intención es otra, llevar la historia hacia su personal universo estético y narrativo. Aun así, por una vez parece que no pretenden dinamitar un género. Ya se adivinaba su mano para el western en No es país para viejos. Y los que amamos el cine de los Coen estábamos deseando que se atrevieran de una vez con una película del Oeste. El resultado es sorprendentemente clásico sin perder en absoluto su personalidad. Tiene mucho de El Gran Lebowsky el desalmado alguacil que interpreta colosalmente Jeff Bridges, algo de Fargo la tenacidad del personaje de la niña - una impresionante Hailee Steinfield- y mucho del catálogo de la América profunda y pueblerina de O Brother la paleta candidez del recto ranger de Texas -un Matt Damon menor- o los villanos que no dejan de tener algún matiz entrañable. Y todo ello lo ponen al servicio de una historia épica y lo consiguen de largo gracias a un brillante juego de luces. Mientras en la versión de Hattaway la acción transcurre a la luz del día, los Coen apuestan decididamente por una noche que perfila siluetas tenebrosas. El recurso al claroscuro, a una estética sombría, acentúan la profundidad dramática de los personajes y acaba predominando sobre sus más iluminados matices cómicos (los monólogos de Bridges son marca de la casa), intercalado todo ello con un paisaje de bellísimos encuadres y planos de verdadero lirismo. Sorprenden con un final nada amable, pero coherente con la estructura narrativa de flashback del comienzo que, de paso, ahorra metraje innecesario. Toda esta maestría propia de los hermanos de Minneapolis, se ve acompañada de una soberbia fotografía y una banda sonora que encaja perfectamente en el conjunto y que apuntan serias candidaturas a premios de la Academia.
Si ésta fuera la primera realización de Valor de Ley, sin duda sería incontestablemente calificada como obra maestra. Para disfrutarla más, casi aconsejo no ver antes la versión que valió un justísimo Oscar a la interpretación del Rooster Cogburn de John Wayne. Pero creo que aun con todas las excelencias de esta revisión del género, de cara a los Oscars de este año, la sombra del True Grit de Wayne y Hattaway es alargada.
Si ésta fuera la primera realización de Valor de Ley, sin duda sería incontestablemente calificada como obra maestra. Para disfrutarla más, casi aconsejo no ver antes la versión que valió un justísimo Oscar a la interpretación del Rooster Cogburn de John Wayne. Pero creo que aun con todas las excelencias de esta revisión del género, de cara a los Oscars de este año, la sombra del True Grit de Wayne y Hattaway es alargada.
sábado, 12 de febrero de 2011
¿El último faraón?
La Historia, hoy más que nunca, pasa por internet, por las redes sociales y por los blogs. Hasta por éste, casi recién estrenado e inaugurado precisamente con una entrada sobre Egipto. En 1989, cuando la caída del Muro de Berlín, internet era apenas un fenómeno incipiente. Hoy, que puede que otro ominoso y transcendental muro se derrumbe, la red ha sido el poderoso ariete que lo ha empujado. Tal vez un día recuerde que un 11 de febrero escribí mientras veía pasar la Historia, con un cierto escalofrío al pensar en otro 11 de febrero de 1979 en que la revolución islámica triunfaba en Irán. Pero voy a permitirme algún cauto optimismo.
Treinta y tres dinastías gobernaron Egipto hasta la desaparición de la última -la de los Ptolomeos- con la muerte de Cleopatra. Durante casi dos mil años pasó de mano en mano (romanos, árabes, otomanos, franceses y británicos) hasta la llegada de Nasser en 1952, el malogrado Sadat y, por fin Mubarak. Treinta años en el poder y la prevista sucesión de su hijo y heredero debieron hacerle soñar con ser el fundador de la trigésimo cuarta dinastía. Desde luego, ya no será así.
Egipto y el mundo lo celebran, desde el Eje del Bien hasta el del Mal. Sin duda es más fácil estar de acuerdo contra algo que ponerse de acuerdo a favor del mismo futuro. Queda un preocupante ¿y ahora qué?
Como sucedió en Berlín, es probable que se propague por la zona el efecto dominó. Ojalá que hacia la instauración de verdaderas democracias pero, hasta en el más favorable de los escenarios, será delicado redefinir los equilibrios en el conflicto árabe-israelí.
La clave ahora mismo está en el papel del Ejército egipcio, que hasta aquí ha sabido derivar la situación hacia una salida no violenta. Sin olvidar que es el mismo Ejército de cuyas filas surgieron las figuras de Nasser, Sadat y Mubarak, puede ser la única garantía de una transición pacífica y ordenada pero firmemente controlada. Y el mejor ejemplo a mano -como algunos ya proponen- podría ser Turquía.
Como este 11 de febrero de 2011, Mubarak ya es Historia. O, como los antiguos faraones, ya es momia. La penosa diferencia para él será no poder llevarse todos sus bienes terrenales a la otra vida. La Banca Suiza ha decidido congelar sus cuentas.
Treinta y tres dinastías gobernaron Egipto hasta la desaparición de la última -la de los Ptolomeos- con la muerte de Cleopatra. Durante casi dos mil años pasó de mano en mano (romanos, árabes, otomanos, franceses y británicos) hasta la llegada de Nasser en 1952, el malogrado Sadat y, por fin Mubarak. Treinta años en el poder y la prevista sucesión de su hijo y heredero debieron hacerle soñar con ser el fundador de la trigésimo cuarta dinastía. Desde luego, ya no será así.
Egipto y el mundo lo celebran, desde el Eje del Bien hasta el del Mal. Sin duda es más fácil estar de acuerdo contra algo que ponerse de acuerdo a favor del mismo futuro. Queda un preocupante ¿y ahora qué?
Como sucedió en Berlín, es probable que se propague por la zona el efecto dominó. Ojalá que hacia la instauración de verdaderas democracias pero, hasta en el más favorable de los escenarios, será delicado redefinir los equilibrios en el conflicto árabe-israelí.
La clave ahora mismo está en el papel del Ejército egipcio, que hasta aquí ha sabido derivar la situación hacia una salida no violenta. Sin olvidar que es el mismo Ejército de cuyas filas surgieron las figuras de Nasser, Sadat y Mubarak, puede ser la única garantía de una transición pacífica y ordenada pero firmemente controlada. Y el mejor ejemplo a mano -como algunos ya proponen- podría ser Turquía.
Como este 11 de febrero de 2011, Mubarak ya es Historia. O, como los antiguos faraones, ya es momia. La penosa diferencia para él será no poder llevarse todos sus bienes terrenales a la otra vida. La Banca Suiza ha decidido congelar sus cuentas.
viernes, 11 de febrero de 2011
El Discurso del Rey
Parece mentira que, siendo tan cinematográfico el alias que cobija mi impostura y da título a este blog -Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)-, todavía no haya escrito una sola entrada sobre cine. Pues bien, aprovechando que éste es el mes de los Oscars, amenazo con verter aquí mis críticas y comentarios sobre las películas nominadas, comenzando con la que, de las que he visto hasta ahora, va ganando en mis apuestas.
El Discurso del Rey (The King's Speech) lleva más el sello de sus productores que de su director Tom Hooper. Los hermanos Weinstein son unos consumados fabricantes de éxitos de taquilla y crítica desde su paso por Miramax. Sus productos son siempre redondos, exquisitamente ambientados y acabados, tocando con precisión todas las teclas favoritas de los académicos de Hollywood. En su factoría de películas oscarizadas destacan Shakespeare in Love, El Paciente Inglés, Chicago, Cold Mountain y muchos otros filmes tan impecables que, por ese aroma de refinado producto de laboratorio, a menudo envejecen mal, como algunos vinos finamente equilibrados que al cabo de un par de años empiezan a adolecer de falta de carácter. Aun así, no es poco firmar tantas películas de calidad contrastada en estos tiempos de escasez creativa.
Dentro de la cuidada realización y de su agilidad narrativa, sobresale un excelente reparto. Desde luego, si hay un favorito para el Oscar al mejor actor es Colin Firth, que culmina el relanzamiento de su carrera en los últimos años. Por mucho que parezca el agradecidísimo rol de personaje con tara que tantas veces se premia (la penosa tartamudez del rey Jorge VI, eje de la historia), hay que reconocerle que maneja con brillantez los matices, a veces cómicos, a veces dramáticos de su papel. Y, por supuesto Geoffrey Rush, menos favorito, pero a quien yo concedería el Oscar a perpetuidad. Desde que vi su interpretación en Shine es, de largo, mi actor favorito. Tan camaleónico, versátil, como capaz de congelarse en el límite de la sobreactuación, mejora siempre hasta el personaje peor escrito. Si no se come a Colin Firth del todo es por el vibrante ritmo y la insólitamente corta duración de la película, en esta época en la que al cine hay que ir orinado de casa. Lejos de ellos queda la aportación de Helena Bonham-Carter (mención especial para quien consiguió peinarla un poco) y Guy Pierce, ambos desde luego solventes.
En suma, una película entretenida, de indudable calidad y que, difícilmente, dejará de gustar a nadie.
El Discurso del Rey (The King's Speech) lleva más el sello de sus productores que de su director Tom Hooper. Los hermanos Weinstein son unos consumados fabricantes de éxitos de taquilla y crítica desde su paso por Miramax. Sus productos son siempre redondos, exquisitamente ambientados y acabados, tocando con precisión todas las teclas favoritas de los académicos de Hollywood. En su factoría de películas oscarizadas destacan Shakespeare in Love, El Paciente Inglés, Chicago, Cold Mountain y muchos otros filmes tan impecables que, por ese aroma de refinado producto de laboratorio, a menudo envejecen mal, como algunos vinos finamente equilibrados que al cabo de un par de años empiezan a adolecer de falta de carácter. Aun así, no es poco firmar tantas películas de calidad contrastada en estos tiempos de escasez creativa.
Dentro de la cuidada realización y de su agilidad narrativa, sobresale un excelente reparto. Desde luego, si hay un favorito para el Oscar al mejor actor es Colin Firth, que culmina el relanzamiento de su carrera en los últimos años. Por mucho que parezca el agradecidísimo rol de personaje con tara que tantas veces se premia (la penosa tartamudez del rey Jorge VI, eje de la historia), hay que reconocerle que maneja con brillantez los matices, a veces cómicos, a veces dramáticos de su papel. Y, por supuesto Geoffrey Rush, menos favorito, pero a quien yo concedería el Oscar a perpetuidad. Desde que vi su interpretación en Shine es, de largo, mi actor favorito. Tan camaleónico, versátil, como capaz de congelarse en el límite de la sobreactuación, mejora siempre hasta el personaje peor escrito. Si no se come a Colin Firth del todo es por el vibrante ritmo y la insólitamente corta duración de la película, en esta época en la que al cine hay que ir orinado de casa. Lejos de ellos queda la aportación de Helena Bonham-Carter (mención especial para quien consiguió peinarla un poco) y Guy Pierce, ambos desde luego solventes.
En suma, una película entretenida, de indudable calidad y que, difícilmente, dejará de gustar a nadie.
jueves, 10 de febrero de 2011
Antisemitismo. Bromas las justas
Es llamativo que mientras la palabra semita designa, cultural que no étnicamente, a casi todos los pueblos de Oriente Medio y Próximo como hebreos, árabes, asirios, babilónicos, etc (en referencia a los descendientes de Sem, primogénito de Noé) la palabra antisemita, sin embargo, se usa perversamente desde finales del s. XIX para referirse, en sentido racial, exclusivamente a la hostilidad contra los judíos.
Estoy terminando de leer El cementerio de Praga, de Umberto Eco, que ilustra estupendamente el nacimiento de esa corriente de odio que desembocaría medio siglo más tarde en la barbarie del Holocausto nazi. En unos días comentaré este libro.
Si me anticipo a tratar este tema es porque me ha llamado la atención la fulminante defenestración por parte de El País del cineasta Nacho Vigalondo, hasta ese momento blogger de referencia de su edición electrónica e imagen publicitaria del lanzamiento de las nuevas aplicaciones del diario para soportes digitales. El motivo: una broma en su twitter amenazando irónicamente con declarar que el Holocausto había sido un montaje o que la bala que mató a Kennedy todavía no había aterrizado. De poco le ha servido deshacerse en excusas, desmarcarse de cualquier antisemitismo o negacionismo ni explicar su intención de bromear con cosas disparatadas. La represalia ha sido inmediata, radical y tajante. Y puede decir que ha tenido suerte de que el hecho haya ocurrido en España, donde todavía - aunque por poco tiempo - no es delito la negación del Holocausto. En Alemania ya estaría detenido en espera de juicio.
Por de mal gusto que sea bromear sobre algunas cuestiones, por estúpido que parezca negar lo evidente y por aborrecible que resulte justificar alguna de las bajezas más vergonzosas de la historia de la Humanidad, encuentro absolutamente desproporcionado el tratamiento represivo con el que se persigue desde la Ley y desde la tiranía social de la corrección política, cualquier expresión presuntamente antisemita o la propia negación -por absurda que de por sí resulte- de un hecho histórico abominable como el exterminio masivo de judíos en la Alemania Nazi.
La crueldad humana ha llegado demasiadas veces a extremos inconcebibles. Algunos episodios históricos han rebasado incluso la magnitud y la atrocidad de los campos de la muerte del III Reich. Unos en dimensión: La represión estalinista pudo haber acabado con las vidas de entre tres y diez millones de rusos, tantos o más costaron las purgas de la Revolución Cultural de Mao. Otros por las proporciones del genocidio: Los Jemeres Rojos de Pol Pot torturaron y asesinaron a un millón y medio de camboyanos ¡un cuarto de la población! y ¡en apenas cuatro años! O qué decir de la masacre del 80% de los tutsis de Ruanda en 1994.
Sin embargo no está ni penado ni perseguido negar o jalear cualquiera de estas aberraciones u otras similares de las que la Historia ha sido terriblemente pródiga. Ni tampoco glorificar la bíblica conquista de Jericó donde los israelitas de Josué acabaron con la vida de todo hombre, mujer, niño o anciano que moraba en ella, por más que el asunto pertenezca a la leyenda.
La libertad de expresión no debería tener más límite legal que el de los derechos de otra persona, no los de pueblos, hechos o de opiniones socialmente aceptadas. Lo demás pertenece al terreno de la Ética, no del Derecho. Es más peligroso tolerar excepciones a la regla que tolerar las expresiones más reprobables.
Estoy terminando de leer El cementerio de Praga, de Umberto Eco, que ilustra estupendamente el nacimiento de esa corriente de odio que desembocaría medio siglo más tarde en la barbarie del Holocausto nazi. En unos días comentaré este libro.
Si me anticipo a tratar este tema es porque me ha llamado la atención la fulminante defenestración por parte de El País del cineasta Nacho Vigalondo, hasta ese momento blogger de referencia de su edición electrónica e imagen publicitaria del lanzamiento de las nuevas aplicaciones del diario para soportes digitales. El motivo: una broma en su twitter amenazando irónicamente con declarar que el Holocausto había sido un montaje o que la bala que mató a Kennedy todavía no había aterrizado. De poco le ha servido deshacerse en excusas, desmarcarse de cualquier antisemitismo o negacionismo ni explicar su intención de bromear con cosas disparatadas. La represalia ha sido inmediata, radical y tajante. Y puede decir que ha tenido suerte de que el hecho haya ocurrido en España, donde todavía - aunque por poco tiempo - no es delito la negación del Holocausto. En Alemania ya estaría detenido en espera de juicio.
Por de mal gusto que sea bromear sobre algunas cuestiones, por estúpido que parezca negar lo evidente y por aborrecible que resulte justificar alguna de las bajezas más vergonzosas de la historia de la Humanidad, encuentro absolutamente desproporcionado el tratamiento represivo con el que se persigue desde la Ley y desde la tiranía social de la corrección política, cualquier expresión presuntamente antisemita o la propia negación -por absurda que de por sí resulte- de un hecho histórico abominable como el exterminio masivo de judíos en la Alemania Nazi.
La crueldad humana ha llegado demasiadas veces a extremos inconcebibles. Algunos episodios históricos han rebasado incluso la magnitud y la atrocidad de los campos de la muerte del III Reich. Unos en dimensión: La represión estalinista pudo haber acabado con las vidas de entre tres y diez millones de rusos, tantos o más costaron las purgas de la Revolución Cultural de Mao. Otros por las proporciones del genocidio: Los Jemeres Rojos de Pol Pot torturaron y asesinaron a un millón y medio de camboyanos ¡un cuarto de la población! y ¡en apenas cuatro años! O qué decir de la masacre del 80% de los tutsis de Ruanda en 1994.
Sin embargo no está ni penado ni perseguido negar o jalear cualquiera de estas aberraciones u otras similares de las que la Historia ha sido terriblemente pródiga. Ni tampoco glorificar la bíblica conquista de Jericó donde los israelitas de Josué acabaron con la vida de todo hombre, mujer, niño o anciano que moraba en ella, por más que el asunto pertenezca a la leyenda.
La libertad de expresión no debería tener más límite legal que el de los derechos de otra persona, no los de pueblos, hechos o de opiniones socialmente aceptadas. Lo demás pertenece al terreno de la Ética, no del Derecho. Es más peligroso tolerar excepciones a la regla que tolerar las expresiones más reprobables.
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